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CRÓNICA

Díaz Ayuso ya salvó al mundo una vez, no tengáis tanta prisa ahora

Isabel Díaz Ayuso en la celebración de la festividad de la Virgen de la Paloma el 15 de agosto.
19 de agosto de 2020 22:35 h

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Hace un mes, el aumento de brotes en Catalunya y otras zonas del país hizo saltar las alarmas. Se acabó toda esa ficción de que se podía salvar una parte de la temporada turística y recibir a los extranjeros con los brazos abiertos. El coronavirus no se había ido. El aumento de los contactos sociales en época veraniega fue el previsible combustible del incremento de casos. Pero había una comunidad autónoma, una de las más afectadas en primavera, que parecía estar libre de problemas. Madrid estaba muy abajo en la lista de brotes. La realidad es que no puedes encontrar lo que no estás buscando. El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso no había contratado el número suficiente de rastreadores, ni siquiera la cifra bastante escasa que había prometido.

¿La respuesta del Gobierno madrileño a las críticas recibidas por la falta de inversión en prevención y vigilancia? No necesitamos más rastreadores. Tenemos 138 (para una población de 6,6 millones), dijo el vicepresidente, Ignacio Aguado, el 23 de julio. “El problema no es que la Comunidad de Madrid no tenga rastreadores. Es que adaptamos el equipo de rastreadores a las necesidades que vamos encontrándonos en el día a día”. Como dicen los jefes en el trabajo cuando no quieren tomar una decisión: lo vamos viendo.

En esas fechas, podía ocurrir que una persona diera positivo por prueba PCR en Madrid y que a las personas con las que había tenido contacto, por ejemplo, su mujer, les dieran cita en el ambulatorio para dentro de siete días. El rastreo de casos sospechosos brillaba por su ausencia. También fue en julio cuando a la presidenta madrileña se le ocurrió la idea de “un proyecto experimental de cartilla Covid-19”, una idea maravillosa para separar a “las personas que no contagien” de las otras y que pudieran hacer “una vida normal”. Fue olvidada en menos de 48 horas.

Era la época en que Aguado insistía en que el aeropuerto de Barajas, que nunca ha tenido menos vuelos, era un “coladero”, porque el Gobierno central no hacía nada para impedirlo. Si se escribe Barajas+rastreadores en un buscador, se verá cuántos medios compraron el mensaje. La pandemia era una cosa que sólo les pasaba a los otros. Teniendo en cuenta los brotes posteriores ocurridos en Fuenlabrada y Móstoles, resultaba extraña la gran afluencia de pasajeros de Barajas con destino a esas dos localidades madrileñas no muy conocidas por sus lugares de interés turístico.

Un mes después, la fantasía del coladero ha tocado a su fin. Madrid vuelve a ser el problema. El Gobierno madrileño decidió esperar y agosto le tomó la palabra. El número de casos se ha multiplicado por cuatro. El de hospitalizados, también. Los datos conocidos este miércoles son aún peores. 1.535 nuevos casos diagnosticados el día anterior. 10.487 en los últimos siete días. 17.873 en los últimos catorce días. Todas esas cifras son las mayores de España. Si en Madrid se hacen entre 7.000 y 8.000 pruebas PCR diarias, la tasa de positividad de esos 1.535 nuevos casos sería del 19%. Según la OMS, por encima del 5% tienes un problema.

A mediados de agosto, el consejero de Sanidad de Madrid tenía una cita ineludible: visitar las obras del llamado hospital de la pandemia, la última iniciativa estrella de su Gobierno, fotos y declaraciones a los periodistas incluidas. Enrique Ruiz Escudero alardeó de que el centro contará con sistemas de Inteligencia Artificial para aumentar la seguridad de su personal y pacientes. Las obras fueron asignadas a varias grandes constructoras, entre las que están Dragados, Ferrovial y Sacyr, con un presupuesto estimado de 50 millones. Han tenido más suerte que los centros de Atención Primaria y las personas que podían haber sido contratadas como rastreadoras. Se supone que el hospital estará terminado en otoño. Alguien dio por hecho que hasta entonces no era necesario perder la calma.

En la cabeza de Ayuso, la localización del hospital era perfecta, porque los contagiados por coronavirus que llegaran por Barajas podían ser enviados a ese centro (¿directamente?, ¿aunque no estuvieran enfermos?), porque estaba “muy cerca del aeropuerto”. “Creo que hay muy pocas capitales del mundo que tengan un aeropuerto y un hospital juntos prácticamente”, dijo. Quizá porque es más interesante tener un hospital cerca de donde viven las personas, no de donde aterrizan los aviones.

A principios de julio, el PP madrileño estaba tan crecido que lanzó un vídeo para homenajear a Díaz Ayuso y colocarla al nivel de Agustina de Aragón en la lucha contra el coronavirus. Ella “se adelantó al cierre de colegios”. Ella “alertó del repunte de contagios”. Ella “advirtió del peligro de contagio en jóvenes”. Ella “anunció que cerraría las peluquerías” (la última línea de defensa de Occidente). Ella “alertó del peligro para mayores y enfermos”. Ella “pidió el uso obligatorio de mascarillas” (luego fue una de las últimas autonomías en decretarlo). Ella “exigió un plan Barajas contra el Covid” (Barajas, cómo no). “Ayuso siempre se adelantó”, terminaba el vídeo.

Y al séptimo día descansó.

Recordaba el tiempo en que el PP exigía al Gobierno que pusiera fin al estado de alarma y dejara a los gobiernos autonómicos que hicieran su trabajo sin interferencias. “El mando único sólo sirve para imponer, pero no para contribuir a que los ciudadanos recuperen su vida anterior al Covid”, dijo Díaz Ayuso en mayo en la Asamblea de Madrid, como si eso fuera ya posible en ese momento. Pero llegó el verano y ella, agotada después de marcar el rumbo a la humanidad, cambió sorprendentemente de mensaje. El 15 de agosto, reclamó al Gobierno central que tomara el mando (se supone que único) contra la pandemia. “Necesitamos una única estrategia”, anunció la misma persona que había frenado ella sola al virus.

La reapertura de los colegios en septiembre es otro asunto en que el Gobierno madrileño quiere que sea Moncloa quien diga qué hay que hacer. Las competencias en educación están en manos de las comunidades autónomas y cada una de ellas puede aplicar las medidas que considere oportunas, por ejemplo en función del nivel de contagios en cada zona, y además asignarles la financiación necesaria. Las gobernadas por el PP se quejaron en primavera de que las conferencias de presidentes autonómicos no servían para mucho. Ahora suplican para que en la próxima reunión, prevista para finales de mes o principios de septiembre, se acuerden esas medidas y todos vayan juntitos por la misma senda sin que nadie se distinga. Si algo sale mal, necesitan encontrar a alguien a quien echarle la culpa o al menos que no les señalen a ellos.

Los docentes de Madrid creen que las medidas hasta ahora conocidas no garantizan su salud. Los sindicatos han convocado una huelga de profesores para el inicio del curso escolar. Exigen un aumento de las plantillas de profesores y del personal de limpieza y la reducción del número de alumnos por aula. “Presentaremos próximamente nuestra estrategia”, les ha respondido Ayuso en Twitter. Para qué tanta urgencia si todavía quedan dos o tres semanas para la reapertura de los colegios.

Díaz Ayuso ya está pensando en las fotos de la inauguración de su segundo hospital milagro del coronavirus. No puede ser que le metan prisa con asuntos que no son tan importantes. Ella salvará otra vez al mundo cuando toque.

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