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CRÓNICA

La España a garrotazos regresa al Congreso a las puertas de un 19J que redibujará el mapa político

La portavoz del Partido Popular, Cuca Gamarra.
11 de mayo de 2022 22:28 h

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Duelo a garrotazos. En el XIX lo pintó Goya. En el XXI se libra en el Congreso. La lucha fratricida, las disputas eternas, la negación del contrario, la ausencia de espacios compartidos… La maldición histórica, en definitiva, de una España siempre tensionada. 

En un extremo del hemiciclo, un PSOE cuyo socio de gobierno los días pares es Gobierno y los impares, oposición; que ha perdido la confianza de sus aliados parlamentarios y que ha decidido pasar al contraataque para defenderse del escándalo Pegasus y de la destitución de la directora del CNI. En el otro, un PP que huele inestabilidad y se declara, sin convocatoria electoral a la vista, “preparado para gobernar”. La ansiedad acabó con el PP de Casado y puede hacerlo con el de Feijóo, aunque el líder del PP siga siendo el gran ausente de la escena y deje la faena parlamentaria en manos de Cuca Gamarra y de una bancada heredada, cuyas trazas destilan una inquina indisimulada contra Sánchez casi idénticas a las de su principal competidor por la derecha. De fondo, unas elecciones andaluzas, las del 19J, cuyo resultado redibujará el actual mapa político.

En el país de los garrotazos, la sesión de control al Gobierno es el termómetro más exacto de la temperatura política. La de este miércoles subió demasiados grados. Tantos que el presidente del Gobierno se desprendió de la institucionalidad para jactarse de que en la España que él dirige, “que no es perfecta”, al menos “los mangantes no están en el Gobierno, como sí ocurría con el PP”. El eco de la frase traspasó los muros de un hemiciclo en el que minutos antes se había escuchado a la portavoz popular acusar al presidente de representar la “degradación absoluta de la política” y de ser “desleal con el Estado de Derecho”.

El duelo incluyó un repaso de Sánchez al país que se encontró al llegar a La Moncloa: “En Catalunya se había aprobado una declaración unilateral de independencia, había un Gobierno con un partido condenado por corrupción, que destruía a martillazos las pruebas, se creó una estructura parapolicial para seguir a adversarios políticos de manera irregular, y España en Europa contaba como un cero a la izquierda”. Y concluyó con una solemne declaración de intenciones:  “Con este Gobierno, ni los fondos públicos, ni las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, ni tampoco los servicios de inteligencia se van a utilizar para tapar hechos delictivos ni para perseguir a adversarios políticos fuera de la ley”.

Todo para salir al paso de una ofensiva coral de toda la derecha, para quien la destitución de Paz Esteban es una nueva cesión a los que quieren romper España, y no la consecuencia de “un fallo grave de seguridad de las comunicaciones del Gobierno”, como dijo Sánchez al hilo del espionaje con Pegasus de su propio teléfono y otros tres ministros. Al menos, el presidente dio un motivo para el relevo al frente de los servicios secretos, algo que no fue capaz de argumentar el día anterior la titular de Defensa, que aún respalda la actuación de la jefa de los espías.

Gamarra había puesto difícil superar su vehemencia y beligerancia, pero Edmundo Bal (Ciudadanos) superó el umbral sin dificultad, después de presentarse como damnificado de Sánchez. Respiraba por la herida de su destitución como jefe de lo Penal de la Abogacía del Estado tras empeñarse en acusar de rebelión a los líderes del procés, cuando acusó al presidente de  “no creer en España, sino en sí mismo”, y de “manchar el buen nombre” de los funcionarios públicos “por mantenerse en el poder”, lo que consideró  “una indignidad y una inmoralidad”. “Me solidarizo con usted porque debe ser frustrante sentirse tan bueno y poco reconocido”, ironizó Sánchez.

La dureza extrema no decayó ni cuando el turno de preguntas alcanzó a la ministra hasta ahora más laureada por la derecha. Margarita Robles tuvo que escuchar del popular Bermúdez de Castro, como antes había hecho Gamarra con Sánchez, que el Gobierno estaba al tanto del espionaje a los independentistas: “Los consideraban sospechosos para investigarlos y a la vez fiables para que fueran sus socios de investidura”. La titular de Defensa se revolvió ante el micrófono con el propósito de que nadie le diera lecciones de sentido de Estado o sobre cómo defender a los cuerpos de seguridad. Un ejercicio de patriotismo que el republicano, Gabriel Rufián, tachó de “tóxico”, al tiempo que la hacía responsable “por acción u omisión” de la vigilancia sobre los independentistas. Esta vez, sin embargo, no reclamó su dimisión, como sí había hecho en los últimos días.

La mañana aún daría para más. A poco más de un mes de unas andaluzas que abrirán el próximo ciclo electoral, no podía faltar una nueva dramatización de la candidata de Vox y aún diputada nacional, Macarena Olona, que la emprendió con el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, al que responsabilizó de todos los males del averno por ser el “ministro perejil y estar en todas las salsas y en todos los fiascos”. Lo que no esperaba la flamante candidata es que el ministro más contenido del Gobierno le afeara que aún estuviera sentada en el escaño mientras ya hace campaña electoral en Andalucía, y mucho menos que la comparara con Edmundo Bal, quien tras una derrota sonora como aspirante a la presidencia de la Comunidad de Madrid se quedó en el Congreso. “¿No será usted la ultraderechita cobarte?”, le espetó. Que Bolaños baje al barro es tan infrecuente como que la furibunda Olona tenga una intervención mínimamente respetuosa.

Todo esto mientras el Gobierno aguarda a que amaine la tormenta por el espionaje al independentismo, ERC hace malabares para soportar la presión de sus socios en la Generalitat y seguir en el pragmatismo con el propósito de encauzar la crisis Pegasus. La anunciada reunión entre Pere Aragonés y Pedro Sánchez, aún sin fecha, y la reactivación de la mesa de diálogo sobre Catalunya puede ser la solución. Desde la formación de Oriol Junqueras  confían en que durante el cara a cara entre presidentes, el de España dé explicaciones convincentes sobre el espionaje a más de 60 personas vinculadas al independentismo  y que se ponga fecha ya a la mesa de diálogo que se creó en 2020 a cambio del apoyo de los republicanos a la investidura de Sánchez.

En La Moncloa, por su parte, creen que la tormenta con el independentismo está a punto de amainar porque se solucionará más pronto que tarde con “diálogo, diálogo y diálogo”. Cuestión distinta es que las turbulencias hayan pasado para el Gobierno. Las andaluzas, por mucho propósito que haya de librarlas en clave territorial, serán la primera prueba de fuego del nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo y, si se cumplen las predicciones, el segundo varapalo para Sánchez, tras el de las autonómicas de Madrid de hace un año. 

El PP de Juan Manuel Moreno Bonilla tiene muchas papeletas para renovar mandato y, si fuera así, todos los análisis apuntarán seguro a un cambio de paradigma, con giro a la derecha, en el panorama político. Nada pinta bien para el PSOE en una región en la que gobernó durante casi 40 años, en la que aún perdura el recuerdo de algunos casos de corrupción y en la que el partido no se ha recuperado del todo de la batalla interna librada entre Susana Díaz y Pedro Sánchez por la secretaría general. Tampoco es que el ex alcalde de Sevilla, Juan Espadas, hoy aspirante a la Junta, casi indistinguible de Moreno Bonilla en su aspecto físico y en sus formas, haya supuesto un revulsivo en el durmiente electorado progresista. Si a todo ello se le suma el guirigay entre los partidos que están a su izquierda y la fortaleza de Vox en Andalucía, nada hace presagiar que Pedro Sánchez vaya a tener el camino expedito ya en lo que reste de Legislatura. 

Con Pegasus o sin Pegasus, con ERC o sin ERC, lo que queda será a bastonazo limpio. Esto sin saber aún si el PP permitirá que Vox entre en su segundo gobierno autonómico. Si fuera así, la resultante daría para otra pintura negra.

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