CRÓNICA

Feijóo descubre que Alianza Popular aún existe

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A la derecha madrileña le comenzaron a rechinar los dientes cuando Alberto Núñez Feijóo habló del “bilingüismo cordial” en el congreso del PP. Todo parece más amistoso con el adjetivo adecuado (cordial), pero hay palabras ante las que los conservadores en España están dispuestos a coger la escopeta y cargarla con estrépito. Bilingüismo es una de ellas. En el caso de Vox, la actitud es más beligerante. Todo lo que no sea España, España, España, debería ser ilegal.

Sus peores presagios se cumplieron hace unos días con una entrevista en El Mundo a Elías Bendodo, que ocupa dos posiciones: mano derecha de Juanma Moreno Bonilla en Andalucía y de Feijóo en Madrid por ser coordinador general del PP. No es un tipo que pasaba por allí, sino alguien del que los dirigentes del partido examinan sus declaraciones para saber por dónde soplan los nuevos tiempos. Y lo que creyeron ver fue una tormenta con fuertes vientos racheados.

Con la confusión propia del que busca proteger al jefe metiéndose en un charco sin saber lo profundo que es, Bendodo defendió que Feijóo se refiriera a Catalunya como nacionalidad en una visita a Barcelona. “Esto que quede claro. Cataluña sí es una nacionalidad del Estado español, como cualquier otra comunidad autónoma”, dijo expresando no una opinión heterodoxa, sino un hecho incuestionable que aparece en la Constitución. Bendodo se hundió en el charco cuando metió de forma inocente a Aznar en la ecuación: “Yo le he oído a Aznar afirmar públicamente que España era un Estado plurinacional, pluricultural y plurilingüístico. Eso es una realidad”. 

El concepto de Estado plurinacional no tiene nada que ver con lo que sostiene el PP y eso no lo mejora si alguna vez Aznar lo citó en su época de presidente cuando necesitaba los votos de CiU para gobernar. 

El tropiezo de Bendodo es comprensible si tenemos en cuenta que respondía a un intento de sostener algo bastante obvio, pero que ya no lo es tanto. En teoría, no debería haber en 2022 ningún problema en hablar de nacionalidades, como hizo Feijóo, cuando ese concepto aparece en la Constitución de 1978 y el PP considera que nadie defiende la Carta Magna con tanta pureza de corazón como ellos. Claro que eso supone desconocer la evolución de la derecha en el debate territorial desde el segundo mandato de Aznar, algo que ya se manifestó con agresividad durante el Gobierno de Zapatero y ha estallado en los años de Pedro Sánchez en Moncloa. A saber, España se rompe y se ha roto tantas veces que parece mentira que quede algún trozo intacto de ella.

El concepto de nacionalidad fue un neologismo inventado en las negociaciones constitucionales que hizo posible el acuerdo entre UCD, PSOE y CiU. Sonaba como nación, pero no era exactamente nación. Los términos de nacionalidades y regiones permitían reconocer la realidad histórica singular de vascos, catalanes y gallegos, tal y como la veían los nacionalistas. 

El rechazo de Manuel Fraga y los diputados de Alianza Popular era completo. Hay frases de la época que ahora hasta nos pueden hacer reír. “He investigado gramatical, sociológica y políticamente el concepto nacionalidad y no he podido encontrar la manera de desvincularlo del concepto de nación”, dijo Licinio de la Fuente, diputado de AP y exministro de Franco. Esa era la idea, y por eso era tan difícil de tragar para los franquistas.

Al PP le gusta presumir de que ellos son los auténticos herederos de UCD –¿cómo justificar si no el misterio que supone la presencia de Adolfo Suárez Illana en sus listas electorales?–, aunque en este asunto han sufrido una regresión que les ha hecho recuperar el antiguo ADN de AP. 

Un artículo de ABC mostró la extrema perplejidad en que se sumió el PP catalán al escuchar a Feijóo en Barcelona. “Nos quedamos en estado de shock”, dijo un alto cargo del PP en Catalunya. Si llegan a abrir un ejemplar de la Constitución, les da un ictus.

Para valorar hasta qué punto la actuación del PP está condicionada por el rechazo del Estado autonómico con el que Vox hace bandera en toda España, esas fuentes se quejaban de que el discurso de Feijóo “nos desmonta la estrategia”. No se puede negar su honestidad. El partido que promovió la recogida de millones de firmas por toda España contra la reforma del Estatut terminó presentando a Cayetana Álvarez de Toledo como candidata en Barcelona como el ariete necesario contra los independentistas y se hundió en la miseria en las urnas. Ni aun así son capaces de entender por qué los catalanes los han ido reduciendo a la mínima expresión en las elecciones.

Feijóo quiso zanjar todo este ruido yendo a lo básico. En la misma visita a Ceuta del martes, ya dejó claro cómo se enreda en explicaciones no muy coherentes cuando se sale de los temas que controla. Como presidente de la Xunta, podía elegir los temas de los que hablaba. Como líder del PP, tiene que estar a todos y le llueven preguntas desde todos los lados. De ahí que sobre la reforma de la ley del aborto aprobada por el Gobierno, saliera con una surrealista deducción por la que si una chica de 16 años no puede legalmente beber alcohol tampoco debería poder abortar sin permiso de sus padres. 

Sobre nacionalidades y otros asuntos territoriales, Feijóo se dejó de improvisaciones y, después de admitir que la referencia al Estado plurinacional que había hecho Bendodo era un error que ya se ha corregido, recitó de memoria el artículo 2 de la Constitución, que incluye “el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones”. Para los aznaristas que empezaron a gruñir al saber lo que había dicho en Barcelona, Feijóo tenía un mensaje claro sobre la referencias a las nacionalidades del texto constitucional: “Ese ha sido, es y será el ideario de nuestro partido durante todo el tiempo que exista”.

Si toda esta polémica ha sorprendido al gallego será porque no ha pisado mucho Madrid. O porque no ha estado muy atento al camino emprendido hace tiempo por su partido, lo que no es probable. Una parte del PP se ha quedado confusa y preocupada ante una referencia de su líder a unos conceptos políticos que eran asumidos sin histeria hace veinte o treinta años. Pero sus dirigentes han ido creando una criatura en su interior, jaleados por los medios de comunicación que les apoyan, y al final resulta que se parece mucho a Licinio de la Fuente.