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ENTREVISTA

Martínez Soler: “En la Transición hubo un poco de generosidad y un 90% de miedo”

El periodista José Antonio Martínez Soler.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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La vida periodística de José Antonio Martínez Soler (Almería, 1947) recorre desde el final de la dictadura de Franco hasta la Transición y unos cuantos años de democracia. Trabajó en Arriba, el diario falangista donde un subdirector ponía la pistola encima de la mesa al comenzar la jornada de trabajo, fue el primer director de la revista Doblón, donde desveló los escándalos económicos del final del franquismo, y dirigió Cambio 16 cuando la revista solo podía publicar información económica. Trabajó en varias etapas distintas en El País, dio un nuevo estilo a las noticias económicas en TVE y fundó medios como El Sol, La Gaceta de los Negocios y 20 minutos. Ahora publica sus memorias, 'La prensa libre no fue un regalo', donde queda claro que en democracia tanto los gobiernos como las propias empresas periodísticas pueden ser un peligro para la libertad de los periodistas.

En el libro menciona varias veces la idea del arte del disimulo, que es algo esencial para sobrevivir en una dictadura.

En mi caso, es algo innato.

¿Era una cosa que le venía de familia o del ambiente de la época? A su padre, teniente republicano, no le fusilaron porque consiguió ocultar que era oficial y se hizo pasar por un soldado.

Siempre me ha impresionado la posibilidad de sobrevivir en situaciones difíciles. Y para mí la más difícil fue en la adolescencia, cuando fui con beca a un colegio religioso de ricos en Almería y tuve que disimular muchísimo de dónde venían mis padres, que eran rojos. Eran del Ejército Republicano, habían perdido la guerra. Entonces los frailes me enseñaron una cosa muy importante que es la duda. Dudar de todo lo que te dicen. ¿Por qué tenía que disimular? Porque cuando el fraile decía que el cuarzo cristaliza en el sistema hexagonal, yo no me lo creía, porque media hora antes había dicho que los rojos violaban niños, quemaban iglesias y mataban mujeres. Mis padres no eran así. Entonces aprendí desde muy niño que tenía que buscar dos versiones de cada acontecimiento. Los hechos son sagrados. Sí, pero ¿qué hechos? ¿Y cómo los interpretas?

La desconfianza ante las figuras de poder es normal. En una dictadura, obligada. Pero eso del disimulo no es la mejor actitud cuando uno empieza a trabajar en periodismo.

Sí, es verdad, porque de lo que se trata es de descubrir la verdad en lo que te están contando. Y lo primero que sabes es que la verdad no existe. Eso es una cosa absoluta que creen los teólogos. La verdad absoluta no existe. En el periodismo me parecía que era una tendencia maravillosa la búsqueda de la verdad, sabiendo que nunca la iba a alcanzar. Creo que un periodista tiene que buscar varios ángulos de la realidad. Cuanto más puntos de vista tengas de un acontecimiento, más te acercas a la verdad. Aquellos colegas que dicen que son objetivos, neutrales, independientes, mienten sencillamente, porque no soy un objeto, soy un sujeto.

La objetividad es un concepto académico que se cita mucho en la universidad, pero que tiene mal encaje en la realidad.

Tú tiendes a ser tolerante, tiendes a ser objetivo, tiendes a ser neutral. Tiendes a ser independiente sabiendo que jamás lo vas a conseguir al cien por cien. Bueno, eso me da un poco de humildad, que parece que no va conmigo porque soy un tipo muy presumido, pero aprendí. El periodismo me vino como anillo al dedo. Creo que estaba predestinado a ejercer el periodismo buscando varias fuentes y sin fiarme de ninguna de ellas.

Otro elemento esencial en una dictadura es el miedo, el compañero constante para cualquier ciudadano. También para los periodistas.

El miedo de mi madre lo cuento en el libro. Yo pensaba que era una miedosa terrible. Luego descubrí que no, que era una valiente heroica que en la posguerra ayudaba a los maquis. Decía siempre: hijo mío, no te signifiques, no hables, cierra la boca. Las paredes oyen. Yo me he criado en un ambiente de silencio con la puerta cerrada. El miedo era permanente. Pero también nos protegía.

Siempre se ha dicho que la Ley de Prensa de Fraga redujo un poco la arbitrariedad y eliminó la censura previa. La realidad era muy diferente. Cuando dirigía Cambio 16 debía enviar antes diez ejemplares a la censura.

Claro, pero voluntariamente.

Por si acaso.

Con esa ley hubo un pequeño espejismo. Cuando Fraga saca la Ley de Prensa, se buscaba lavar la cara a la dictadura. Imprimíamos y enviábamos diez ejemplares con mi firma en la portada al Ministerio de Información para que los autorizara. No se hablaba de censura, sino de autorización. Si te ponían el sello en la portada, podías repartir y la policía no te lo retiraba. Pero normalmente una vez al mes me llamaban y me decían que ese ejemplar no podía ir a los quioscos. Fernández Sordo, el director general de Prensa, decía: “¿Estás loco? Martínez Soler, ¿qué te has creído?”. Por ejemplo, un día me censuró la revista porque titulamos con la huelga en Motor Ibérica. Había una huelga cuando salió Marcelino Camacho de la cárcel de Carabanchel. ¿Pero no sabes que no se puede escribir huelga en España, que está prohibido?, decía. Esa palabra no existe.

En Cambio 16, tuvo la ocasión de probar algo también habitual en democracia. Un artículo titulado 'El Recorte Inglés' por una sentencia contra los grandes almacenes por recortes ilegales de las nóminas nunca se publicó. El editor, Juan Tomás de Salas, lo retiró cuando ya estaba en la rotativa. Los periodistas descubrieron muy pronto que no solo existía la censura política, sino también la económica.

Era otra censura distinta. Es verdad que la censura económica es más sutil, porque tú decides o tu empresa decide publicar o no algo por si perjudica al anunciante. Cuando la conciencia chirría mucho y no coincide con la cultura corporativa de la empresa periodística, tienes que cambiar de empleo o cambiar de conciencia. Para mí, era más fácil cambiar de empleo.

En marzo de 1976 unos hombres armados y encapuchados le secuestran y torturan por un artículo sobre la Guardia Civil en la revista Doblón que dirigía por el que además fue procesado. Pasaron muchos años, hasta 2006, hasta que se atrevió a contar en detalle toda esa historia.

Lo empecé a contar después de que leí el libro biográfico del general Sáenz de Santamaría que hizo nuestro colega Diego Carcedo, que se titulaba 'El general que cambió de bando'. Él dice que sí, que fue la Guardia Civil y que el general Ángel Campano (director de la Guardia Civil) era proclive a autorizar ese tipo de secuestros. Entonces me atreví a contarlo después de más de treinta años, porque antes tenía miedo. Mis secuestradores seguían vivos, eran del Servicio de Información de la Guardia Civil y podían ser ya generales, qué sé yo. Me había metido en un lío sin saber lo grave que era al pensar que podía ser interesante descubrir la purga de jefes y oficiales moderados en la Guardia Civil. Franco está moribundo, y en el último Consejo de Ministros que él preside en octubre un nombramiento me llama la atención. Quitan al general Vega, que era un moderado, de director de la Guardia Civil y ponen al general Campano, que era del búnker. Si con un dictador moribundo tienes el control de la Guardia Civil, controlas España. El Ejército no sale de los cuarteles sin una orden del Gobierno. La Guardia Civil es un ejército de 70.000 hombres armados en permanente movilización. No hay que sacarlos de los cuarteles, están en la calle.

Me interceptaron en Las Matas al salir de casa, me metieron en mi coche en la parte de atrás y me subieron a la sierra de Guadarrama. Me hicieron un interrogatorio profesional de siete u ocho horas hasta que oscureció. Y lo que querían desde el primer momento era saber quién me había filtrado esos cambios. Y dije: sinceramente me podéis matar, pero no puedo decirlo porque no lo sé. En vista de que no podían sacarme nada, un señor con un pasamontañas y una pistola apuntando a la frente me dijo: voy a contar hasta tres. Si no nos dices el nombre de los dos generales, que sabemos quiénes son, aquí te quedas y no te encuentran ni los cuervos. Los demás se apartaron para que no les salpicara la sangre. Y a la de tres, en lugar de disparar los de atrás se me echaron encima para seguir pegándome. Pero pensé: estoy vivo. Ya no me pueden hacer nada más después de un fusilamiento simulado.

Tanto en el Ejército como en la Policía y la Guardia Civil, había una parte del aparato de la dictadura que tenía mucho poder y pretendía seguir teniéndolo.

Sí, pero no era una piña. Yo aprendí eso más tarde. Teníamos mucho miedo al ruido de sables y al búnker. Un año antes de la muerte de Franco, nos dio mucha alegría la Revolución de los Claveles en Portugal, los civiles abrazando a los militares con claveles. Y eso nos abrió la posibilidad de una transición en paz. Eso y que Carrillo dijo muchas veces que no habría violencia si había libertad, y esa fue la clave.

Sobre el secuestro tiene una conversación con el general Vega cuando él ya es capitán general de la región militar de Madrid. Es bastante reveladora. Vega sabe lo que había pasado.

Lo sabe todo. Fue una conversación interesantísima, porque en los silencios nos entendíamos y eso que no hablamos casi nada del secuestro. Solo me dijo: quiero que sepa usted que los hemos localizado. Y por qué me persiguen a mí por ese artículo si usted conoce la historia, le dije. Y me dijo: para calmarlos, había que echar carne a las fieras. Y yo soy la carne, dije. Y dice: sí, y ellos son las fieras. Ellos eran la otra parte del Ejército.

Volviendo al periodismo, ha pasado varias etapas en El País y conoció muy bien a Juan Luis Cebrián.

Creo conocerle bastante bien. Para mí, Cebrián es un personaje digno de biografía. Lo conozco y lo aprecio porque, aunque tiene sus sombras como todos, yo siempre he dicho que era muy inteligente porque me contrató tres o cuatro veces. Me acuerdo de un día en que me dijo en su despacho cuando me fui a TVE: “Oye, no te creas que esto es un tren que lo dejas aquí y lo coges en la siguiente estación. Si te vas de aquí, ya no vuelves más a El País”. Y me acuerdo de que le dije: “Mira, Juan, me alegro de que me lo digas aquí en privado, entre tú y yo, porque si lo dices en público, haces el ridículo porque me vas a contratar otra vez”. Entonces el tío se reía y decía: “Lárgate”.

¿Cómo se entiende la evolución de Cebrián, alguien que es periodista y se lanza a un capitalismo de ganar dinero y aumentar el negocio de la empresa como sea y acaba en el desastre?

Él quiso ser más que periodista. Quiso ser empresario, quiso ser rico. Yo creo que siempre tuvo esa vocación. Hay una cosa de él que no me gusta. Tenía la impresión de que era un niño un poco malcriado, que le gustaban sus juguetes, pero le gustaba más el juguete que tú tenías, el camioncito y estaba a ver si te pillaba el camioncito hasta que se lo quitaban al niño y se lo daban a él. Y una vez que lo tenía, lo tiraba. Es un hombre que tiene pocos amigos porque era temido más que querido, y yo a él le quería. Yo no le temía.

¿Qué se puede decir de los periodistas de la Transición para diferenciarlos de los actuales? Las circunstancias históricas eran muy singulares, pero ese compadreo con los políticos...

Eso nos ha hecho mucho daño.

Esa relación tan directa en la que el periodista olvida cuál es su función.

Eso nos ha hecho muchísimo daño porque en las redacciones del final de la dictadura, convivíamos periodistas y políticos, gente que tenía vocación periodística y gente que tenía vocación política. Los políticos estaban en los periódicos, en las agencias, en las revistas, convivían con nosotros, nos ayudábamos mutuamente. Esa complicidad y ese compadreo nos ha perjudicado mucho en la credibilidad a los que elegimos el periodismo a secas. Creo que el compadreo nos ha perjudicado en la democracia, porque se mantiene. La mayor fuente de corrupción del mundo es la amistad. ¿Por qué? Porque a un amigo le crees todo lo que te cuenta, no lo pones en duda y publicas su versión.

¿Se puede hacer una reflexión similar con la monarquía? Me refiero a cómo los directores sabían mucho más de la conducta de Juan Carlos de Borbón de lo que estaban dispuestos a contar.

Ahí funcionó muy bien el miedo. Fíjate, todo el mundo dice siempre que la Transición fue un acto de generosidad, de nobleza del pueblo español y de perdonarse los unos a los otros. Hubo un poco de generosidad. Seguramente un poco de nobleza, sí, pero lo que hubo en un 90% fue miedo, hubo mucho miedo. Por eso para mí el miedo preside toda la historia de mi libro. Porque los demócratas y los que habían sufrido la opresión de la dictadura habían perdido la guerra. Cuarenta años machacados. Machacados porque la guerra no terminó en el 39. La guerra terminó en el 75, cuando muere Franco. En realidad, en el 78, cuando se aprobó la Constitución. En aquella época cuando veían que Franco se moría, los del búnker se encerraron en la caverna y tenían miedo a una revancha por parte de los demócratas. Revancha que hubiera sido legítima y que no se ejerció. Pero los demócratas teníamos mucho miedo a los sables. De hecho, no era una fantasía, hubo un golpe de Estado en el 81. Por eso, digo que el miedo nos hizo demócratas a todos. En ese sentido fue más miedo que generosidad.

¿Y con respecto a la figura de Juan Carlos?

Desde el principio, el rey se ganó la simpatía de los demócratas porque prometía democracia para todos. Y había que apoyarle. Al principio no sabíamos que era un golfo. A mí me dio muestras de apoyo. Cuando murió Franco, se intentó secuestrar la revista Doblón. Y nos salvó el rey, cuando aún no había sido nombrado rey. Le envié un escrito a través de su hermana diciéndole: señor, nos han secuestrado la revista, somos demócratas y queremos servirle en una democracia. Y me llamó a su despacho el ministro de Franco León Herrera y me dijo: “No sé cómo lo has hecho, hijo mío, ¿qué prisa tenéis? Acaba de morir el generalísimo, decía, y ya queréis quedaros con todo. No sé cómo lo has hecho, pero puedes repartir la revista”. El rey me permitió sacar la revista. Eso se lo agradecía siempre. Entonces, como ayudó a que el cambio fuera posible, pues le dimos una carta blanca. Miramos para otro lado cuando veíamos que salía con su moto y tenía sus ligues.

Lo peor era cuando supimos que robaba, porque tanto Ruiz-Mateos como Mario Conde nos decían: es que puedo probar que yo le he dado una maleta (con dinero). Nosotros no teníamos pruebas. ¿Sabíamos que robaba? Sí, pero sin pruebas. Cómo publicas algo sin pruebas contra el rey al que le debes cierta gratitud, es que es inviable. Como los sobres de Aznar o de Rajoy. Todos sabíamos que eran sobrecogedores en el Partido Popular, que cogían sobres de dinero B. ¿Pero cómo lo publicas si no tienes pruebas hasta que salieron los papeles de Bárcenas? De hecho, en cuanto tuve pruebas publiqué todo lo que pude. Pero como director no tenía que censurar a nadie. Había una autocensura personal de cada uno. Con el rey emérito, tengo el alma dividida porque le agradezco lo que hizo al principio y repudio todo su comportamiento. ¿Qué ha pasado? No quería ser como su padre. Su padre, don Juan, era pobre. No tenía para comer. Le llevaban a Estoril dinero para que comiera. Y él vivió esa etapa de infancia en Estoril.

Una vez que ganas el primer millón, los problemas económicos desaparecen.

Él quería ser rico y se hizo rico. Es riquísimo. Así como el 23F fue una vacuna para los golpistas y para el ejército, espero que el golfo del rey emérito sea una vacuna para Felipe VI.

En otro momento importante tenía un puesto muy influyente en TVE como editor del Telediario cuando se celebró el referéndum de la OTAN. Cuenta en el libro que la campaña estuvo llena de “artimañas y chantajes sectarios”.

Sí. A mí todavía me duele. Aquella etapa fue terrible. Es que era tremendo. El cambio de política oficial nos sorprendió a todos. Después del golpe, Calvo Sotelo nos metió en la OTAN deprisa y corriendo. Y en ese momento Felipe vio que había un yacimiento de votos con el no a la OTAN y movilizó a toda la sociedad. Luego dio un cambio total. Fue durísimo, rompió el país en dos y torció nuestra conciencia periodística. De verdad fue el momento más traumático de toda la Transición.

¿Cómo afectaba en el día a día al director de un informativo de TVE?

Tenía que decirles a los redactores: oye, esto no. Antes sí, pero es que ahora nos echan a todos. A ti te echan al pasillo y te quitan el plus, ¿no? Así de claro. En el libro he escrito por primera vez que voté no a la OTAN como represalia, casi como revancha contra Felipe.

Eso quiere decir que había informaciones que no se podían dar en el Telediario.

Tú no podías poner el telediario ninguna información que desanimara a los favorables a la OTAN. Todo tenía que ser dirigido a convencer, a machacar que los países de la OTAN eran demócratas, y no lo eran, porque Grecia y Turquía no eran demócratas. Todo eran falsedades para convencer al votante del sí a la OTAN. Y cuando él dijo “Yo o el caos”, Felipe se la jugó. Luego reconoció que fue un error. Desde entonces me fío menos de Felipe.

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