Mónica García: “Creo que hay partidos que sacan rédito al descrédito de la política”
Mónica García, médica anestesista de 48 años, entró en política de forma modesta. En el puesto 26º de la lista de Podemos en las elecciones autonómicas de Madrid de 2015. Cuatro años después, subió a la décima posición en la candidatura de Más Madrid. Llegó la pandemia en 2020 y se convirtió en una portavoz incisiva y con conocimiento de causa frente al Gobierno de Isabel Díaz Ayuso. De ahí a lo más alto y encabezar la lista de su partido en mayo de 2021. Ahora escribe el libro 'Política sin anestesia', publicado por Plaza & Janés, para contar su trayectoria personal y por qué la política es esencial en la vida de todos, y eso, guste o no, incluye a los partidos políticos. El trabajo de una anestesista es dormir a la gente en el quirófano, pero no sólo eso, y ahora García quiere despertar a la gente.
El libro comienza con una conversación con un taxista que tiene algo de deprimente. Le dijo que eso de meterse en política “no merece la pena”. Otras personas se lo ponen peor. “En ese sitio hay mala gente”. “Es un trabajo chungo”. Dejó la profesión más valorada en la sociedad, no sólo en España, para participar en otra que suele estar en los últimos puestos en las encuestas.
Es verdad que doy un salto desde la profesión, supuestamente una de las más valoradas, pero lo hago además con dos ánimos. Uno, hacer un alegato de lo que realmente debería ser la buena política y luego también trasladar un poco la manera de trabajar que tenemos en la ciencia o en la medicina, que es completamente antagónica a cómo funciona la política. Yo siempre hablo de la política como de una medicina social, que es una frase de un médico y filósofo alemán.
Al principio, igual estaba pensando que se iba a centrar en lo que sabía de su profesión, que es la sanidad. No estaba pensando en ese momento en tener que hablar de economía o educación.
A mí me gusta la política sanitaria y de hecho entro como una especie de experta entre comillas en política sanitaria. Pero es verdad que hay una cosa que afecta a la salud que son los condicionantes sociales de la salud. De hecho, este médico, patólogo y político alemán que es Rudolf Virchow decía: “Le temo más a la pobreza que al bacilo de Koch”, que es el de la tuberculosis.
En el libro revela que hay mucha gente a la que le interesa la política, pero los partidos, no. Esa gente está muy equivocada, aunque solo sea por la frase que dice que tú puedes pasar de la política, pero la política no va a pasar de ti. ¿Por qué hay gente que no quiere tener nada que ver con los partidos?
A mí me parece que es un mensaje erróneo. Los partidos son complejos como la sociedad es compleja. Es verdad que los ecosistemas internos de cada partido luego son trasladables o no a lo que tú quieres reflejar en la sociedad. Algunos sí y otros no, pero hablar de la política en términos abstractos sin hablar de que realmente el instrumento del que nos hemos dotado que son los partidos es un poco llevar la política a un plano naíf. Son al final los partidos los que vehiculan las políticas. Yo siempre hablo de que hay una implicación política e institucional que la llevan los partidos y luego hay una implicación política social. Ese tejido social es igual o más importante que el institucional. Lo llevan las asociaciones de vecinos, las AMPAS, las asociaciones de mujeres de la Cañada Real, todo ese tejido social que al final está preocupándose por problemas concretos de los barrios, de los colegios, de la sanidad, de lo que nosotros llamamos la política de la vida cotidiana.
¿Cómo colaboran los partidos en el descrédito que tienen en la sociedad?
Yo creo que hay partidos que le sacan rédito a ese descrédito. Yo soy una firme defensora de la política. Creo que la política es la mejor herramienta para facilitar el bien común o que la gente viva mejor. Pero creo que hay firmes detractores del buen hacer político, supongo que porque le sacan rendimiento cuando la gente se aleja más de la política. Entonces, la política se convierte en un coto privado en el cual la gente no ve que la política solucione sus problemas. Por eso, parte de este libro tiene que ver con que vamos a recuperar el concepto de la política, porque es que nos la están robando. No solo nos están robando las comisiones de las mascarillas, nos están robando el buen hacer político.
Dentro de la izquierda hay un debate desde el 15M sobre el papel de los partidos como herramientas. Ahora Yolanda Díaz apuesta por crear un espacio político que vaya más allá de ellos. ¿La izquierda se está perjudicando a sí misma con este proceso permanente de buscar nuevas plataformas que intenten superar a los partidos?
Yo sí creo que la manera de cómo te planteas tu propio partido determina las políticas que vayas a hacer. Y creo que cuanta más democracia interna, cuanta más participación, mejor. No puedes estar pidiendo cosas a la sociedad que no las puedes ofrecer en tu propio partido. Nosotros hemos intentado buscar otras fórmulas que sean más abiertas. Consideramos que nuestra organización política es una herramienta y que la queremos poner al servicio de los problemas de los madrileños y madrileñas. Y luego hay derivas en las que al final el partido se acaba convirtiendo en un fin en sí mismo. Pero yo creo que es imposible hacer una acción política sin un partido político.
En el caso del proyecto de Yolanda Díaz, se habla en primer lugar de crear un espacio político. ¿Dónde debería estar la prioridad? No me refiero sólo a solucionar los problemas de la gente. Eso es obvio.
No es tan obvio. No todo el mundo se presenta a las elecciones para solucionar los problemas de la gente.
Pero es bastante habitual sobre todo si se presentan por primera vez. ¿Cuáles deberían ser las prioridades cuando las dificultades para conseguirlo son mayores a escala nacional?
Yo creo que la prioridad tiene que ser hacer política. Al margen de mejorar la vida de la gente, hacer política es dejar fuera el ruido, el politiqueo, el barro. Toda esta nube que hay alrededor de la parte más electoral. Creo que además a Yolanda le va a ir mejor cuanta más política haga. Cuantas más leyes lleve, más reformas laborales apruebe, cuanto más sea capaz de acercar la política a la gente. Creo que ahora el descrédito de la política es tal que creo que la gente agradece a los políticos que realmente ejercen la política, no que hablan de la política en abstracto, sino que les gusta gestionar, trabajar y dialogar. Básicamente lo que yo defino como el arte de la política, que parece que es ahora una rara avis, porque está todo muy pervertido. Entonces cuanto más arte de la política haga Yolanda, pues mejor le irá para lo que quiera crear, que por ahora no lo conocemos, y el espacio progresista que quiera ocupar.
Yolanda Díaz está a punto de iniciar lo que ha llamado el proceso de escucha. Ahí hay una duda conceptual, porque son los políticos los que deberían dar respuestas a la gente, no hacerles más preguntas. Preguntas ya tienen sobre cómo solucionar esto o lo otro.
No. Muchas veces las respuestas las tiene la gente. Cuando nosotros vamos a Parla y no tienen ahí su instituto porque se lo llevan prometiendo desde hace diez años, es la gente de Parla la que te dice que en este solar que lleva cedido diez años se ponga aquí un instituto. ¿Por qué? Porque el instituto está saturado o porque hay tres líneas de colegios que tienen que salir a este instituto. Muchas veces el conocimiento lo tienen abajo. Decía Pepe Mujica que la política es el arte de aunar la inteligencia colectiva a base de poner la oreja. Yo creo que estamos confundidos si creemos que somos nosotros (los políticos) los que tenemos la receta. Es un proceso absolutamente inverso. La gente en su vida cotidiana tiene la solución, tiene la receta, y nosotros de alguna manera tenemos que ser esa palanca impulsora que ayuda a que se llegue a eso.
Mucha gente cree que la crispación y la polarización están degradando a la política. La política “como reality show” de la que habla en el libro. O ese rollo del zasca. Yo he leído en Twitter muchas veces: el gran zasca de Mónica García a Díaz Ayuso. Para acabar con la política como reality show, ¿cuál sería la receta?
A mí no me gusta cuando hay un titular que dice gran zasca de. Yo confronto ideas, intento que el debate verse sobre la política, sobre lo que estamos haciendo aquí. Tampoco creo que la política tenga que ser mansa. Yo no creo que un Parlamento tenga que ser manso y servil, porque al final aquí es donde se está confrontando si alguien llega a final de mes y puede pagar un alquiler, si puede ir al médico. Cuando esa confrontación se convierte en lo que yo considero bullying institucional y bullying político de 'usted tiene que venir llorada de casa', de ataques personales, de descrédito y desprestigio, creo que eso es un barrizal en el que el primero que pierde es la política. A mí me encantaría que cada vez que yo le pregunto a la señora Ayuso por algún tema con mayor o menor dureza, qué pasa con la sanidad o la educación, fuera capaz de contestarme en los mismos términos políticos. Desde el momento en el que la conversación versa de y usted baila y usted se mueve y usted tiene tirabuzones o no los tiene, y usted viene aquí a hacer terapia, en esa degradación del adversario, hay una estrategia sistemática y programada de degradar la política para que se quede en un espacio de unos cuantos. Lo peor es que la sociedad da por hecho que ese bullying institucional es parte del juego. Ese bullying no es parte del juego.
La política también es personal. No sé cómo son sus relaciones personales con Ayuso.
Son escasas, y claramente yo no tengo especial interés. Yo comparo el debate de la Cámara con cualquier deporte. Tú tienes un contrincante, pero bajo unas normas. Si no te saltas esas normas, tú puedes tener con él una buena relación, porque al final estás compartiendo un espacio y una profesión. Si en la Asamblea juegas sucio, si llegas a un partido de fútbol y te dedicas a hacer faltas y a jugar sucio, pues yo supongo que tener luego algún tipo de relación personal con la persona que te acaba de insultar en el campo de juego o te da 20 patadas muchas ganas no tienes. Realmente el debate político dentro de la Asamblea de Madrid no es honesto, no es un debate político. Es un debate personalizado, chusco, sucio, en el que yo nunca, jamás en mi vida, he puesto a la señora Ayuso en primera persona.
¿He hablado de la comisión de su hermano? Sí, porque eso es un asunto político, no es un asunto familiar. ¿He hablado de la sanidad pública, de la gestión del Zendal, de la gestión de la pandemia? Sí, porque son asuntos políticos. Yo nunca jamás le he dicho nada ni de su equilibrio, desequilibrio, madurez o inmadurez. A mí me han llamado aquí desequilibrada, inmadura, que venga llorada de casa, que vengo a hacer terapia, que en mi casa no me aguantan. Yo creo que eso es intolerable, pero no para mí, sino para la representación de la democracia.
Las relaciones dentro de la izquierda también han sido convulsas en los últimos años. ¿Es por eso que parece que Más Madrid intenta hablar en público lo menos posible del proyecto de Yolanda Díaz, no sea que se vaya a chafar por las discordias del pasado?
No es que intentemos hablar lo menos posible. Yo hablo todo lo posible de lo que es el proyecto que lidero, que es Más Madrid, porque tengo una confianza plena en que el trabajo que estamos haciendo. De esto voy a hablar siempre. No vamos a reproducir ni de lejos lo que ha pasado en Andalucía, porque, insisto, nosotros seguimos pendientes de hablar de la política cotidiana.
Pero en el otro lado, en la derecha, también se han ilusionado en Madrid. La polarización es una estrategia política en muchas ocasiones, porque hay partidos que creen beneficiarse con ella.
Claro, la polarización, la crispación y el descrédito político tienen sus réditos electorales. No creo que tenga réditos políticos. Creo que perdemos todos en esa contienda. El 92% de los jóvenes, es decir, a los que la política más les puede afectar en el trayecto de su vida, considera que la política no les soluciona absolutamente nada.
Una pregunta sobre una cuestión de la que de forma pudorosa no se extiende en el libro. ¿Por qué cree que Díaz Ayuso ganó con tanta claridad las elecciones?
Yo creo que se dio una tormenta perfecta. Creo que esta subida a una ola reaccionaria es un hecho innegable. No es una cuestión de sólo Madrid. Creo que (Díaz Ayuso) aprovechó un sentimiento, unas emociones que creo que teníamos todos de fatiga pandémica, de hartazgo. Al final la pregunta en las elecciones se convirtió en si se abrían o no los bares. Realmente cuenta el poder social que tienen los bares, yo por lo menos lo tenía menospreciado, pero es verdad que es donde socializamos. Erich Fromm dice que uno de los mayores miedos que tiene el hombre es el de la separatividad, el de quedarse fuera de la sociedad. Es verdad que la pandemia nos trajo todos esos miedos y esas ganas de socializar y que fueron aprovechados hábilmente por la presidenta. Eso añadido a la ola reaccionaria en la cual impera el negacionismo de la política. Al final, lo que defendía la señora Ayuso es que los gobiernos no deberían intervenir ni siquiera en una pandemia, aunque nos cueste la vida. Por eso somos la región con más exceso de mortalidad.
Como es lógico, el libro habla mucho de la pandemia, de su experiencia como médica y diputada. Escribe sobre los médicos que han quedado quemados por la pandemia. ¿La sociedad española ha maltratado a esos profesionales?
Claramente son los gobiernos los que los maltratan, porque no es lo mismo el trato que han tenido en esta comunidad que el que han tenido en otras. Dos años después de la pandemia, a mí me ha sorprendido la cantidad de compañeros que todavía están en un proceso de angustia, de depresión, porque lo que vivimos fue realmente trágico. Y yo, que estaba en los dos sitios, en el hospital y en la Asamblea, pude vivir también esa disonancia, esa falta de comunión entre lo que pasa en la realidad y lo que te dice la política que está pasando. Mientras no teníamos más camas de UCI y hay compañeros míos que tuvieron que seleccionar quiénes tenían más posibilidades de entrar en la UCI, con lo cual nos dejamos mucha gente fuera, se nos estaba diciendo (en la Asamblea) que no teníamos un hospital colapsado. La pandemia nos ha marcado emocionalmente un antes y un después por todas las historias que cuento de la soledad de los pacientes, la incapacidad, la impotencia que teníamos. Fuera se estaba poniendo de manifiesto lo maravilloso que era un hospital llamado Ifema y luego un hospital llamado Zendal, que estaba enfocado única y exclusivamente para dar propaganda.
En el libro describe a una médica que sufre una situación que podría ser descrita como síndrome de estrés postraumático. Ya sé que la palabra guerra se utiliza mucho en los medios de comunicación, pero es que realmente algunos de estos médicos tienen dolencias psicológicas que son similares a las de un soldado en guerra.
Sí. Muchos de mis compañeros efectivamente han tenido procesos de ansiedad, de estrés postraumático, e incluso algún compañero mío me ha dicho: yo ahora mismo no puedo ejercer o no puedo hablar con los familiares, porque me pongo a llorar o no se me va de la cabeza ese paciente que no puede entrar en la UCI o no se me va de la cabeza si hubiéramos tenido más medios. Y eso añadido a que nada más terminar, se cierra esa puerta de la solidaridad o empatía y encima te acusan de que estás boicoteando. Aquí en esta comunidad nuestra presidenta ha acusado a los médicos de atención primaria de no coger el teléfono y de estar boicoteando el sistema sanitario, cuando nos hemos encontrado después de una pandemia con una atención primaria que, si antes era raquítica, ahora se ha convertido en prácticamente inexistente. Si tú llamas a un centro y te dan cita para dentro de 15 días o un mes, eso significa que no tienes acceso a un médico. Ayuso ha aprovechado una pandemia para dar el toque de gracia a un sistema sanitario en el que no confía. El señor Lasquetty lo ha dicho muchas veces. Dice: yo confío en el sistema sanitario de Holanda, que es de seguros privados. Con lo cual es un caballo de Troya dentro de los valores del bienestar que tienen que gestionar, como es la sanidad pública.
En otro momento del libro describe sin utilizar esa palabra lo que es el triaje, elegir qué enfermos tenían posibilidades reales de sobrevivir. La situación era tan trágica que esos médicos hicieron algo que nunca habían hecho antes en sus carreras profesionales, que es...
Dejar gente fuera.
Eso mismo, dejar gente fuera.
Tenemos un sistema absolutamente maravilloso, pero maravilloso hasta límites extremos en que no dejamos a nadie fuera, venga de donde venga y sea quien sea, venga de la calle, de otro país o si no tiene recursos económicos. No dejamos nunca fuera a nadie. De verdad hay una vocación de sacrificio por todos y cada uno de los pacientes. En la UCI no se le llama triaje, sino las posibilidades de que un paciente sobreviva en la UCI, porque una unidad de cuidados intensivos es un lugar muy agresivo. Es decir, no todo el mundo sale de una UCI. Es, como se dice vulgarmente, como si te pasara un camión por encima. Entonces es verdad que hay un criterio clínico por el cual muchas veces tú consideras que este paciente no va a sobrevivir a la UCI. Vale, eso es un criterio clínico. En el caso de la pandemia había un criterio de falta de recursos, claramente. El día que peor lo pasé fue el día que teníamos camas, teníamos monitores, teníamos respiradores, pero no teníamos gente. No teníamos más personal.
El sistema de salud pública colapsó en España, en Madrid y otras comunidades, y en Italia, Francia y Reino Unido. Quizá no se ha querido admitir de forma explícita para no provocar pánico o por las repercusiones políticas, pero la gente debería saberlo.
Sí, colapsó claramente. Colapsó para los pacientes que tenían Covid y colapsó para los pacientes que no tenían Covid. Hubo muchas semanas en las que no venían los infartos, no venían los ictus, no venían las sepsis. No sabemos qué pasó con toda esa gente. Había una parte del colapso sanitario que era inevitable en una pandemia. Y había otra que venía de que el sistema sanitario ya estaba colapsado. Yo siempre cuento que aquí en Madrid el sistema sanitario colapsaba con la gripe todos los años. Urgencias llenas, plantas a rebosar. Compañeros que tienen que doblar el turno. Se tenía que contratar otros mil profesionales más. Cuando te llega una pandemia como es la del coronavirus, si has colapsado con la gripe, con la del coronavirus, apaga y vámonos. Que llegáramos en malas condiciones, eso era evitable. Era evitable porque se tenían que haber puesto los recursos políticos para que por lo menos los hospitales y el sistema sanitario de atención primaria estuvieran al 100%, y nos los encontramos al 80%, al 70%. Y la sensación era que nos enfrentamos a una pandemia con una mano atada a la espalda.
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