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Un día con Pablo Iglesias, el candidato que eligió “el camino correcto” frente “al fácil”

Pablo Iglesias durante un acto de campaña del 4M el 30 de abril de 2021

Aitor Riveiro

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A Pablo Iglesias (Madrid, 1978) le gustan las campañas electorales. Mucho. Pese al agotamiento físico y mental que llegan a suponer, el secretario general de Podemos las disfruta. Y según avanzan, más. “Son un organismo vivo”, dice uno de sus principales colaboradores en esta del 4M, el responsable de discurso de Podemos, Manu Levin, mientras observa con un ojo cómo su candidato graba una entrevista en vídeo en la azotea de la sede del partido, en el barrio de Pueblo Nuevo, y con el otro atiende al móvil. Iglesias lleva ya muchas a sus espaldas. Algunas incluso antes de lanzar el partido que cambió la política española y la propia vida de este politólogo, que ha pagado un precio personal muy alto por lograr su objetivo: llegar al Consejo de Ministros. Un año (y una pandemia mundial) después, Iglesias sorprendía a todos al renunciar al puesto de vicepresidente segundo del Gobierno para emprender una nueva batalla. Otra campaña, esta vez por la Comunidad de Madrid y por un motivo que ya advirtió en el vídeo donde comunicaba su decisión el pasado 15 de marzo: la posibilidad de que la ultraderecha toque poder.

elDiario.es acompaña al candidato de Unidas Podemos en una de las últimas jornadas antes del veredicto de las urnas para confirmar que las campañas de Pablo Iglesias tienen poco que ver con las de los demás partidos. Si la agenda de los candidatos del PP, del PSOE, incluso de Más Madrid, acumulan una decena de convocatorias por día, con mítines, visitas, paseos y canutazos para la prensa, las de Iglesias raramente sobrepasan las tres o cuatro. Uno o dos actos, además de alguna entrevista en radio o televisión. Y no siempre. Este viernes es un ejemplo claro: entrevista telefónica con Onda Madrid a primera hora, acto en Usera por la mañana, reuniones de campaña en la sede y otro mitin por la tarde, esta vez en la ya famosa Plaza Roja de Vallecas, rodeado de algunos nombres de la cultura madrileña, como Alberto San Juan, Daniel Guzmán o Ismael Serrano, entre otros.

La vida personal del candidato influye en el tipo de campaña que hace. Con tres niños de muy corta edad, a quienes sus padres se han propuesto atender el máximo de tiempo posible pese a su dedicación política, todo se ha complicado. Con los dos progenitores en primera línea, sus asesores sufren para cuadrar sus agendas. Si uno los deja por la mañana en la escuela infantil, como ocurrió este viernes, el otro los recoge. Y hay una máxima que rara vez se deja de cumplir: ambos deben estar para el baño y la cena. En campaña estas normas se relajan un poco. Pero solo un poco.

También influye el desgaste personal de Iglesias, cuya popularidad no ha parado de caer desde 2015, cuando era el político mejor valorado en no pocas encuestas. Hoy es el último. Y es consciente de que esa popularidad es irrecuperable. Su figura está desgastada, como reconocía este mismo viernes en una entrevista en Il Corriere italiano. Cuando decidió dar el paso al lado tenía en mente a quién dejar el liderazgo de Unidas Podemos, a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, amiga y aliada, a quien Iglesias ve con opciones reales de ser presidenta del Gobierno. Algo que, ha repetido muchas veces en privado y menos en público, él nunca tuvo realmente al alcance de su mano.

Pero ni siquiera cuando reventaba los audímetros hacía esas campañas al uso. Iglesias prefiere el directo y las redes. Es donde mejor se desenvuelve, donde puede hacer gala de sus reflejos y de su dialéctica mil y una veces ensayada. Primero, en asambleas y clases. Después, en las muchas horas de televisión que acumuló antes de dar el salto a la política. Pero los años, los golpes recibidos y los errores propios no perdonan.

El secretario general de Podemos rehúye las entrevistas en medios escritos. En periodo electoral abre más la mano, aunque sea a regañadientes. La campaña de Madrid mutó cuando el candidato de Unidas Podemos se levantó de la silla en el debate de la cadena SER y se negó compartir espacio con Vox si su cabeza de cartel, Rocío Monasterio, no se retractaba de sus insinuaciones de que las amenazas de muerte a Iglesias, Fernando Grande-Marlaska y la directora de la Guardia Civil, María Gámez, que recibieron en sendas cartas que incluían balas de gran calibre, constituían un montaje.

El equipo que asesora a Iglesias optó por cambiar la estrategia ante la certeza de que no habría ya más debates con el resto de candidatos. Y el eje de la campaña que había trazado Unidas Podemos se convirtió en el dominante. Las encuestas internas que maneja el partido apuntan a un crecimiento de su candidatura en la última semana. Los números publicados por diferentes medios no cuadran con los que ellos tienen. Más madera para la hoguera de los recelos.

Los fundadores ya concibieron el partido como un medio de comunicación con el que hacer llegar directamente al votante. Supieron ver el poder de Internet y de las redes sociales. Aún hoy siguen explotando Twitter, Facebook, Instagram o Whatsapp. Cortes de vídeo, infografías, consignas, respuestas directas a los otros candidatos. Sin intermediarios. El Twitter de Pablo Iglesias, su principal arma comunicativa, cuenta hoy con 2,6 millones de seguidores.

En este apartado entran los actos con público. Pero la pandemia los ha deslucido para quienes cumplen con las normas sanitarias: espacios acotados, distancia entre personas, aforos controlados. Con todo, siguen siendo espacios donde generar contenido para las redes, de candidato y de quienes le acompañan en la lista de Unidas Podemos. En esta campaña Iglesias ha celebrado casi todos sus mítines en barrios del sur y del este de la ciudad de Madrid, así como en municipios del sur de la región y en el Corredor del Henares. Zonas populares, de clase trabajadora. Las que presentan siempre los mayores índices de abstención en las urnas y hacia donde ha dirigido su estrategia ante el 4M.

El viernes, a las 11.00, varios centenares de personas le esperan en el parque Olof Palme de Usera, uno de los distritos con la renta más baja de la capital. Iglesias es un héroe para muchos de sus seguidores. En ese entorno, el candidato de Unidas Podemos se siente más cómodo, se relaja. Saluda a los asistentes, sonríe, se presta a los selfies. Con todo, entra y sale veloz. Los escoltas que se han convertido en su sombra otean los riesgos que pueden surgir, máxime tras las amenazas de muerte recibidas en los últimos días. Se ha redoblado la presencia policial.

“Somos los preferidos entre la gente que se autopercibe como clase trabajadora”, dice en la carpa donde espera a salir al escenario y a la que vuelve cuando termina antes de subirse al coche que le traslada en su día a día desde hace ya varios años. Lejos queda el Pablo Iglesias que se movía en su moto por Madrid de una a otra tertulia. El candidato lo recuerda con cierta melancolía y resignado a no volver a usarla en un futuro inmediato. En la carpa se cruza brevemente con Juan Carlos Monedero, que le muestra el libro que está leyendo: Liberalismo y fascismo. Dos formas de dominio burgués. “Un clásico de la ciencia política alemana”, explica antes de irse.

De Usera a la sede. Reunión de seguimiento. Allí están los directores de campaña, la número dos de la candidatura, Isa Serra, y Manu Levin. También el que ha sido la mano derecha de Iglesias en la Vicepresidencia del Gobierno y responsable de las últimas campañas, Juan Manuel del Olmo. Y la ministra de Igualdad, Irene Montero.

Antes de comer, una breve entrevista en vídeo para El País en la azotea de la sede previa al plato principal del día y uno de los más esperados. Varios miles de personas se reúnen en la Plaza de la Constitución de Vallecas. La Plaza Roja que en el arranque de la campaña fue escenario de un acto de Vox y de una batalla campal entre policías y vecinos que se reunieron a protestar por la presencia del partido ultra en su barrio.

Pablo Iglesias se da lo más parecido a un baño de masas que un político puede esperar en una campaña condicionada por una pandemia que ha provocado decenas de miles de muertes en España. El secretario general de Podemos vuelve a su barrio, del que se fue para lograr algo de privacidad y seguridad personal. Primero a Rivas y luego a Galapagar. “No soportan que me compre la casa que me dé la gana, por su clasismo”, había dicho horas antes, mientras recordaba que Isabel Díaz Ayuso no ha justificado aún el apartamento cedido por Kike Sarasola del que disfrutó en la primera oleada del coronavirus: “Tenemos derecho a saber si su casa se la paga ella o se la ha puesto un multimillonario a cambio de favores”.

En Vallecas Iglesias juega en casa. Y solo compite en los aplausos y la atención con Yolanda Díaz: “Tomamos el camino correcto, no el camino fácil. Por eso logramos el primer Gobierno de coalición de izquierdas en 80 años y por eso tenemos hoy a Yolanda Díaz”.

El “camino correcto” frente al “camino fácil” es lo que ha determinado el destino de Pablo Iglesias, según su propio relato. En cada bifurcación que ha afrontado Podemos en estos siete años, lo “correcto” antes que lo “fácil”. Ya fuera cuando rechazó investir a Pedro Sánchez tras un acuerdo del PSOE con Ciudadanos o en las infructuosas negociaciones de 2019 que condujeron a la repetición del 10 de noviembre y al Gobierno de coalición.

Esa misma pulsión fue la que le llevó a dejar su sillón en el Consejo de Ministros y a afrontar otra campaña en primera persona. ¿La última? Eso puede indicar el sentido común. Pero todo dependerá del resultado del 4 de mayo. Un triunfo de la izquierda que nadie esperaba hace unas semanas, y que sigue siendo improbable según los sondeos, puede llevar a Iglesias otra vez a tener que elegir entre lo “correcto” y lo “fácil”.

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