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CRÓNICA

Pedro Sánchez aún no ha descubierto que no es Biden ni Macron

Sánchez en la reunión del Comité Federal del PSOE el 6 de marzo.

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Los portavoces socialistas lo tenían fácil ante las primeras críticas de Unidas Podemos a la decisión de Pedro Sánchez de apoyar la vía de la autonomía del Sáhara dentro del reino de Marruecos. La política exterior la marca el presidente del Gobierno en este y en todos los gobiernos. Suena lógico. Pero parece que no es así cuando se trata de rendir cuentas. Ahí de repente la magia de la democracia cobra un aire más mísero y el presidente puede pasar olímpicamente de presentarse cuanto antes en el Parlamento con la misión de explicar una decisión tan importante y supuestamente tan acertada. Sánchez no comparecerá esta semana en el Congreso y lo hará la próxima, probablemente el día 30, aunque en formato diluido. Hablará de la última cumbre europea, la guerra de Ucrania y la crisis energética, además del Sáhara. Como no tiene límite de tiempo, podrá meter la chapa que quiera. Los portavoces de otros grupos no tendrán tanta suerte.

El PSOE dio el martes un bonito espectáculo de lanzamiento del legislativo al basurero de la democracia parlamentaria. El cambio más relevante en la posición española sobre el Sáhara desde los años 80 no parecía exigir ninguna urgencia en la obligación de informar a los grupos parlamentarios. Varios grupos de la oposición y de los aliados del Gobierno reclamaron en la Junta de Portavoces la comparecencia de Sánchez en un pleno monográfico. El PSOE la vetó. Le vale con la presencia del ministro José Manuel Albares el miércoles en la Comisión de Exteriores.

La opacidad podría haber sido incluso mayor. La idea inicial del PSOE era que tampoco hubiera comparecencia de Sánchez la próxima semana. Si acaso, la siguiente. La actitud socialista es que no hay nada que discutir sobre el Sáhara. Como si el Gobierno se hubiera limitado a prometer el aumento de las importaciones de tomate marroquí.

La rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros tampoco ofreció grandes revelaciones. “En el momento en que inauguramos una nueva etapa (en las relaciones con Marruecos), conviene mirar hacia adelante y no hacia atrás”, dijo Isabel Rodríguez, que es lo que dicen los políticos cuando no tienen nada que decir. Como titular, es francamente mejorable. Sobre todo, si el asunto polémico es la descolonización del Sáhara, una herida abierta en los estertores del franquismo y que aún no se ha cerrado.

No fue el único momento en el que la ministra portavoz apostó por un discurso que está fuera de la realidad. El acuerdo con Rabat “no afecta a las relaciones con otros países”, dijo. Si eso fuera cierto, el Gobierno argelino no habría llamado a consultas a su embajadora en Madrid, el gesto evidente de desagrado que permiten las relaciones diplomáticas. El Frente Polisario habría dejado de existir hace décadas si no hubiera dispuesto del apoyo de Argelia. Todo lo que tiene que ver con el Sáhara influye en las relaciones con Argel.

Para lo que sí tendrá tiempo el presidente es para hacer algo de relaciones públicas. Visita este miércoles Ceuta y Melilla. Los presidentes de ambas ciudades han recibido el acuerdo con gran satisfacción. Quizá allí, por aquello de sacar pecho, concrete un poco más esa referencia a la “integridad territorial” que queda mejor defendida gracias al acuerdo con Rabat. De todas formas, Marruecos nunca renunciará a su reivindicación simbólica sobre las dos ciudades. Otra cosa es que esté en condiciones de poner en peligro su pertenencia a España.

Hay una segunda paradoja que amenaza la credibilidad de la posición socialista. En el argumentario del PSOE difundido a sus dirigentes, se hacía la osada afirmación de que “no ha habido un cambio de posición en relación con el Sáhara”. Al mismo tiempo, el Ministerio de Exteriores presume de que el cambio al que no se puede llamar cambio abre “una nueva etapa” en las relaciones con Marruecos. Eso es lo que dijo Albares el viernes cuando dijo que esa nueva etapa servirá nada menos que para “garantizar la estabilidad y la integridad territorial en ambos países”.

Ahora resulta que sin ningún cambio Marruecos ha mostrado su alegría y aceptado enviar de vuelta a su embajadora en España. No hay argumentario en el mundo que pueda colar esta contradicción.

Por el contrario, el Gobierno camina sobre terreno más sólido ante las críticas del PP y otros grupos por no haber informado previamente de la decisión. A diferencia de Marruecos, es difícil garantizar la discreción en Europa en materia de negociaciones diplomáticas. Siempre hay alguien que lo cuenta antes de tiempo. La forma de compensar ese secreto es que el jefe de Gobierno asuma la responsabilidad de informar al Parlamento a la mayor brevedad. Pasarán doce días desde que se conoció la noticia hasta que Sánchez hable del asunto en el Congreso. Y eso por la presión de otros partidos.

Viniendo de un presidente que no cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento, hay que dudar sobre si Moncloa sabe lo que puede ocurrir si persiste en desdeñar las obligaciones con el legislativo. Sánchez no es Biden ni Macron, no es un presidente que pueda disponer a su favor de un sistema presidencialista. Sumando esta crisis a la ausencia de medidas efectivas para hacer frente a la inflación y los precios de la energía y los combustibles, algunos socios no ocultan su malestar y hasta perplejidad por la actitud del presidente y de su partido.

“Si no reacciona de inmediato (ante la crisis económica causada por la guerra), al Gobierno se le puede ir la legislatura de las manos”, avisó el martes Íñigo Errejón. “No me gusta la deriva que está tomando el Gobierno”, dijo Joan Baldoví. Gabriel Rufián prefirió trolear directamente a los partidos del Gobierno de coalición con una propuesta a Unidas Podemos para que sopese fríamente las ventajas de dejar solo al PSOE y decidir “cómo pueden ser útiles, si fuera o dentro del Gobierno”. Está la cosa como para ponerse a improvisar ahora.

Unidas Podemos seguirá en el Gobierno. Es lo que ha dicho. Es mala época para provocar un incendio de consecuencias letales. La clase de fuego que te pone en peligro de perder las próximas elecciones. Lo que no tienen claro estos partidos es si Sánchez es plenamente consciente de ello.

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