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Crónica

La presión de los barones y el paso adelante de Feijóo para evitar el cisma obligan a Casado a plegarse ante Ayuso

Isabel Díaz Ayuso, rodeada de Alberto Núñez Feijóo y Pablo Casado.
19 de febrero de 2022 22:43 h

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Como en De amor y de sombra, la segunda novela de Isabel Allende, la de Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso también es una historia de una mujer y un hombre que se salvaron de una existencia vulgar y que tampoco el viento podrá ya borrar. La diferencia es que aquella fue un canto al amor y la esperanza y la que protagonizan hoy el presidente del PP y la baronesa de la Puerta del Sol ya nunca lo será. Solo queda guerra y destrucción.

No hay marcha atrás, por mucho que ambos accediesen a sentarse la tarde del viernes en la sede nacional del partido, ante el clamor de los barones que exigen poner fin a la sangría cuanto antes y empezaban a sincronizarse para una cumbre de la que saliera un congreso extraordinario. La prueba de que la paz está lejos son los comunicados. El de Casado para confirmar la existencia de la cita y un cierto grado de arrepentimiento: “El Partido Popular lamenta los acontecimientos de los últimos días y seguirá defendiendo junto a todos los militantes el mejor proyecto de futuro para España”. Ayuso lo zanjó con una palabra. “Infructuosa” fue el calificativo que utilizó su entorno para definir la cita. La contienda sigue y no augura nada bueno para Casado, cuya autoridad y liderazgo quedan inexorablemente heridos de muerte.

Y esto, pese a que en el otro bando lo que se atisba es una nueva demostración del mal de altura que aparece cuando a algunos responsables públicos se les sube el poder a la cabeza. Isabel Díaz Ayuso, que no era nadie y ahora goza de un liderazgo social incontestable, no es en esto ni la primera ni la última. Antes les pasó a otros que se deslizaron lentamente por el precipicio. El PP de Madrid siempre fue un pozo sin fondo que va engullendo a todos sus líderes. Primero reciben halagos de los medios, luego les adulan los pelotas de turno y después los votos les convierten en personas pagadas de sí mismas mientras los colaboradores les dan la razón en todo. Así va transcurriendo la vida hasta que se creen impunes arrullados por un liderazgo social y mediático apabullante.

En el otro lado asoma un líder nacional que ni vence ni convence, que no tiene madurez ni proyecto sólido y que, lejos de pacificar y unir a las diferentes sensibilidades del partido, ha provocado un sinfín de incendios. “La política es el arte de comerse sapos para demostrar capacidad aglutinadora, y esto no lo tiene ya Pablo Casado”, lamenta uno de los más influyentes barones del partido. 

El panorama que ha dejado la guerra entre la presidenta madrileña y el líder del PP, a ojos de un votante de la derecha, es desolador. No hay nada más desgarrador que la división de un partido que retransmite en directo y en prime time una batalla alentada por instintos autodestructivos. En parte, porque los resultados de las elecciones en Castilla y León no salieron como se esperaba y los votos sumados por Mañueco no daban ni para acabar con Pedro Sánchez ni para demostrar a Ayuso que ella no era nada sin la marca de la organización, como buscaba la dirección nacional. Se encendieron entonces las alarmas y en Génova entendieron que la baronesa volvía por sus fueros para reclamar de nuevo el congreso de Madrid, lo que se entendió como un paso más en su intención de derribar al presidente nacional.

El resto de la historia es conocida porque ha ocupado las páginas de los diarios y todos los informativos de televisión y radio esta semana: una acusación de espionaje (basada en el intento de contratar a detectives desde algunos cargos del Ayuntamiento de Madrid para obtener más datos del contrato de Ayuso) y la extorsión contra Casado desde la Puerta del Sol, respondida con una denuncia pública por corrupción desde Génova contra Ayuso por los polémicos negocios del hermano de la presidenta a costa de contratos públicos con la Administración regional. Ya saben, esa adjudicación de 1,5 millones de euros a un amigo de la familia que, según versión de Génova, no era más que un testaferro utilizado por el hermanísimo para llenarse los bolsillos en plena pandemia. 

Nunca antes hubo más saña en el cruce de acusaciones entre un líder regional y la dirección nacional, pese a que los espías, las mordidas, las comisiones y el tráfico de influencias han sido la historia del PP de Madrid durante los últimos 20 años. La diferencia es que esta vez lo que subyace tras todo ello es una lucha por el poder orgánico, la ambición de Ayuso de seguir escalando peldaños y el temor de Casado a ser descabalgado del sillón de la séptima planta de la sede nacional que prometió abandonar y en la que todavía sigue.

En la escena, además, asoma un actor secundario –o protagonista, según cómo se mire– que en otros tiempos embriagado de poder derrapó en parecidas curvas. Responde al acrónimo de MAR, es la voz que susurra al oído de Ayuso, pasó un tiempo por La Moncloa, fue portavoz del Gobierno de Aznar y entonces, como ahora, no midió las consecuencias de sus actos ni de sus estrategias y tuvo que marcharse de la primera línea. Miguel Ángel Rodríguez es el hombre que mece la cuna de la presidenta madrileña, quien ha construido al personaje y la ha convertido, junto a la batería mediática que bebe de su mano, en el monstruo político que nadie vio y hoy envenena los sueños de Casado. 

El caso es que, a la vista de los episodios de esta última semana, ya no hay tregua posible ni marcha atrás y uno de los dos, Ayuso o Casado, saldrá muerto de esta batalla. O quizá los dos, porque en esta historia, en la que todo el mundo ha tomado partido por uno u otro personaje, los hechos que denuncian ambos son graves y ambos se van demostrando ciertos.

De un lado, que en el PP nacional –bien por indicación de su líder o bien porque por cuenta propia alguien pretendió colgarse una medalla– se trató de contratar a detectives para indagar en contratos adjudicados por la presidenta regional. La dimisión de Carromero es la prueba más evidente de ello. De otro, que el hermano de Ayuso cobró dinero por hacer de intermediario o de conseguidor para una empresa vinculada a la familia de la presidenta, y no fueron solo los 55.000 euros que han reconocido desde la Puerta del Sol.

Con todo, el peor escenario es que quien muera sea el PP, que Vox sea el beneficiario neto de todo ello y que se haga con la hegemonía del bloque por la que compiten desde hace tiempo ambas organizaciones, algo que en este momento no descartan siquiera algunos dirigentes populares. Y ese peligro es el que ha llevado a barones territoriales a entrar decididamente en escena para evitar el cisma. Se les pidió apoyo explícito desde Génova que no han querido mostrar en público, salvo el murciano Fernando López Miras; y se les ha intentado convencer de que la solución pasaba por suspender de militancia a Ayuso durante meses.

“Lo que pretendía Génova es revertir la cultura y los estatutos del partido, que dicen que la organización ante un caso de corrupción no entra en liza hasta que no haya abierto un procedimiento judicial o juicio oral, y eso no lo podemos consentir”, afirma un presidente autonómico. El interlocutor no es precisamente cercano ni ideológica ni personalmente a Ayuso, pero sí consciente de que se ha producido una fractura entre los cuadros intermedios del partido y las bases con la dirección nacional y de que Casado “es hoy un líder achicharrado”. La sentencia es compartida por otros barones -más allá de cuál sea su posición orgánica- que apuntan primero sobre el secretario general, Teodoro García Egea.

“Pablo hace tiempo que había perdido el liderazgo social y ahora con este movimiento táctico ha perdido también el orgánico. Tiene un problema de marca personal que ha contaminado a la marca común y hasta los presidentes provinciales más favorables a la dirección están de acuerdo en que no podemos suicidarnos todos con él”, añade el mismo interlocutor, quien aventura que Casado no contaría con la mayoría en un congreso en el que se midiera con otro candidato, incluso si la otra contrincante fuera Ayuso.

Así las cosas, en los territorios muchos cuadros coincidían hasta la mañana del sábado en que si quería salvarse o reconducir el cisma, debía ofrecer la cabeza de García Egea, a quien todo el mundo apunta como responsable máximo de cada una de las crisis sobrevenidas en la organización desde que Casado tomó las riendas. “Es una máquina de destrucción masiva”, se escucha estos días en alusión al secretario general entre los cuadros regionales del partido.

Tres escenarios para salvar al PP

El divorcio es absoluto y en los territorios se atisbaban solo tres escenarios para evitar el siniestro total. Uno, que hubiese una información explícita o visual sobre la presunta corrupción de Ayuso (al estilo del vídeo de las cremas robadas por Cifuentes). En ese caso, Casado sobreviviría. Dos, que el presidente nacional sacrificase, como se le ha pedido, a García Egea y acordase con los barones un secretario general de consenso que enderezase el rumbo hasta las generales a cambio de que Ayuso prescindiera del sempiterno polémico Miguel Ángel Rodríguez. O tres, que hubiese cuanto antes una reunión de presidentes autonómicos, en la que se visualizara una mayoría clara y aplastante a favor de la celebración de un congreso extraordinario y urgente, como ha pedido ya el gallego Alberto Núñez Feijóo.

Algunos barones estaban ya preparando el tercer escenario porque no creían que fuera fácil demostrar en los tribunales el tráfico de influencias del que se acusa a Ayuso, aunque lo hubiera, y tampoco que Casado estuviera dispuesto a sacrificar a Egea, sobre todo tras la intervención del líder del PP este viernes en la cadena Cope, donde no solo avaló las tesis de su número dos sino que deslizó sospechas sobre un posible tráfico de influencias de la presidenta regional. 

En opinión de muchos populares, ni Ayuso creyó que Génova sería capaz de abrirle un expediente ni Casado calibró bien, de un lado, la corriente de simpatía que despierta la madrileña en la calle y en los medios y de otro, que la política es “egoísmo puro” y ya cada uno mira por lo suyo. 

Para muchos en el PP ha llegado el momento de reconocer que el anterior fue un congreso fallido que dejó el poder del partido en manos de “un grupo de jóvenes sin madurez ni consistencia” y que “ahora toca que alguien se haga cargo de esto con responsabilidad y altura de miras”, advierte un dirigente territorial. Y es en este escenario donde, nuevamente, el partido mira a Feijóo y él se deja querer otra vez. “Tiene cuatro mayorías absolutas, madurez, sensatez y experiencia. Otra cosa es que de nuevo, cuando llegue el momento, le vuelvan a temblar las piernas”, avisa uno de sus correligionarios.

Núñez Feijóo vuelve a ser, en todo caso, esa tercera vía que se abre paso en la guerra entre Casado y Ayuso, que nadie descarta que intenten medir sus fuerzas en ese congreso extraordinario del que todo el mundo ya habla. Algunos barones avisan de que la dirigente madrileña nunca ganaría sin el apoyo de Galicia y Andalucía. Dos territorios que hoy tampoco se puede decir que sean orgánicamente partidarios ni de su proyecto ni de su liderazgo. Y mientras todo esto sucedía, Génova se mantenía en una realidad paralela a la espera de que “todo pasara” y se calmaran “los enredadores profesionales”. En ese análisis de la dirección nacional del PP no entra ni el rechazo social que provoca Casado, ni el deterioro de la marca, ni que más de la mitad del partido ha abandonado ya al actual liderazgo orgánico, ni que todo lo que tenga que pasar pasará en no más de quince días. Es el tiempo que se habían dado los barones para activar lo que llaman el proceso de salvación del partido.

El giro de guión llegó con el comunicado de este sábado, en el que se daba a conocer la reunión entre ambos líderes y la rendición de Casado al hacer manifiesto que Génova cerraría el expediente informativo abierto a Ayuso. “No somos jueces. Ha aportado la documentación que se le pedía desde hace meses. Y, aunque sea falsa, serán los tribunales quienes hablen”.

El estupor entre los barones tras el movimiento táctico de Génova era manifiesto. ¿Qué había ocurrido para que Casado se arrodillase, tras haber lanzado 24 horas antes la bomba de neutrones que lanzó sobre Ayuso? Los barones lo tienen claro: el temor a la manifestación de los “ayusers” convocada ante Génova para pedir la dimisión del presidente nacional, el paso adelante que dio el gallego Núñez Feijóo y con el que se visualizó una alternativa sólida y la falta de ascendencia de la dirección sobre las estructuras territoriales. El movimiento, más táctico que con voluntad de cerrar la crisis, debilita aún más el liderazgo de Casado. “MAR, que es tan listo como cruel, ha olido la sangre y la debilidad y ya no quiere la cabeza de Egea, sino la de Casado. No parará hasta conseguirla”, augura un experimentado dirigente. Y, mientras, entre los cuadros la sensación es de orfandad y ausencia absoluta de liderazgo. La conclusión es que esto no ha acabado porque “el desgobierno es absoluto y lo que ha quedado claro en las últimas horas es que la dirección nacional ya no manda”. Continuará...

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