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El resultado de la moción proyecta la imagen de un PP ya hermanado con Vox ante las elecciones

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Entre el circo y la nostalgia por una España en blanco y negro. Tamames siguió instalado ahí. Ni estuvo a la altura, ni cosechó más votos que los de quienes le impulsaron como candidato a la Presidencia del Gobierno en la sexta moción de censura de la democracia. Bueno, uno más, el de un ex de Ciudadanos que hoy vegeta en el Grupo Mixto. 53 'síes'  204 'noes' y 91 abstenciones

Los votos de la equidistancia, del 'aparta de mí este cáliz', del 'sí pero no' y del 'esto nos resbala' llegaron, como ya se había anunciado hace meses, desde la bancada del PP. Así que cuando el marcador electrónico del hemiciclo proyectó el resultado de la votación, los de Alberto Núñez Feijóo quedaron, y no sólo numéricamente, hermanados con Vox. Esa es la imagen final que proyectó la sesión.

El líder del PP, que no creyó oportuno asistir de convidado de piedra a una sesión en la que no podía intervenir al no ser diputado, decidió poner tierra de por medio y marcharse a Bruselas en el segundo día de la moción de censura. El primero, buscó refugió en la embajada de Suecia. Pero antes de su estampida había dado instrucciones a los suyos de convertirse en bichos bola durante 48 horas para pasar desapercibidos. Nada más lejos de lo que resultó, porque además de Pedro Sánchez, todos los grupos parlamentarios le reprocharon su connivencia con los de Abascal y el significado de su abstención, que no es otro que el de no molestar a un partido con el que inexorablemente, salvo milagro de mayoría absoluta que nadie espera, está condenado a entenderse si quiere gobernar.

Entenderse en este caso quiere decir asumir los postulados en ocasiones xenófobos, homófobos, racistas y negacionistas –en el sentido más amplio de la palabra– que proclama Vox. Es también volver a esa España en la que las mujeres retrocederían 50 años en materia de derechos y hasta cinco siglos, si lo que se pretende es que sean, como propuso Tamames, un émulo de Isabel la Católica. Y es, además, reivindicar un país en el que los inmigrantes sobran, los partidos independentistas serían ilegalizados, las ayudas sociales desaparecerían y el Estado del bienestar no existiría. Todo eso Vox y con todo ello parece estar dispuesto a gobernar Feijóo.

La de ese miércoles no era una mañana fácil para la portavoz del PP, Cuca Gamarra, que fue la encargada de fijar la posición de su bancada y tratar de justificar una abstención que sólo busca no molestar a Vox, y mucho menos a esa parte de su electorado que en la dirección popular creen que aún duda si votar a Abascal o a Feijóo. Gamarra no lo dijo así, claro, y vinculó el sentido de la abstención con la consideración que a su partido dijo que le merecía el candidato impulsado por Vox.

El argumento es rotundamente falso porque los populares anunciaron su voto antes de que los de Abascal decidiesen que Tamames iba a ser el aspirante a la Presidencia del Gobierno. “No vamos a votar a favor por respeto a los españoles y no vamos a votar en contra por respeto a usted, señor Tamames”, defendió la también secretaria general del PP. 

Gamarra, que hizo del Ejecutivo de Sánchez el blanco de todas sus críticas y pidió, como Abascal, elecciones anticipadas para ahorrarnos “estos meses agónicos y de gobierno en descomposición”, calló sin embargo ante la equiparación que hizo Tamames entre la España de hoy y la de 1936. No en vano, los populares están convencidos de que no incomodar al votante de los ultras, junto a la caricatura de sí mismo que ha proyectado Vox en esta moción, les ayudará a recuperar parte del voto que se fue a Abascal. Un análisis que sólo podrán corroborar, en todo caso, las urnas.

Queda inaugurado el tándem Sánchez-Díaz

Hasta entonces quien sale beneficiado de este esperpento es sin duda Pedro Sánchez, que no ha podido ocultar su satisfacción por la oportunidad que le brindó Vox en uno de los peores momentos de la relación con su socio de gobierno. Decir que la moción ha unido a la coalición es mucho decir teniendo en cuenta que las ministras Ione Belarra e Irene Montero y su ideólogo de referencia, Pablo Iglesias, no dejan de lanzar invectivas contra el PSOE y sus ministros. La distancia que separa a socialistas y dirigentes de Podemos sólo puede ir a más en año electoral en el que conviene marcar perfiles propios,  pero de lo que no cabe duda es de que el presidente del Gobierno ha dado por inaugurado el tándem que formará con Yolanda Díaz en las próximas generales en esta moción de censura que todos han utilizado para prologar en buena medida sus estrategias de campaña. 

El presidente del Gobierno agradeció a todos los grupos parlamentarios que habían impedido que la moción saliera adelante, pero en realidad su lenguaje no verbal lo que expresaba era el deseo de felicitar a Vox y al PP por el papel desempeñado y que le permitieran así celebrar en sede parlamentaria y a menos de dos meses de las municipales y autonómicas, su primer gran mitin electoral durante la mañana del martes. Para la última sesión, dejó una intervención más condensada, que glosó en algunas ideas: “Que España es una democracia plena y no una dictadura o una autocracia; que no vendrá el Apocalipsis como el que anuncian con distintos acentos la derecha y la ultraderecha y que en este país se cumple la Constitución en todos sus puntos cardinales, con la excepción del PP y su obligación de renovar el CGPJ”.

Sánchez, que igualó al PP con Vox, también quiso descifrar el que, a su juicio, fue el único objetivo de la moción: detener los avances sociales y las políticas sociales y “retrasar la máquina del tiempo en un caso 50 y en otro, 10 años”. Feijóo calla, pero con su silencio “dice todo”, afirmó el jefe de Gobierno. Y lo que dice es que “necesita a Vox para gobernar”. De ahí que haya tornado del “decente NO” que Casado votó en la primera moción que impulsó Abascal contra Sánchez en 2020 a una “indecente” abstención.

“No puede haber equidistancia ante un fraude constitucional de semejante calibre”, espetó, antes de salir del hemiciclo rumbo al próximo Consejo Europeo y de que Tamames aprovechara su último turno para abroncar a todos los intervinientes, les acusara de instalarse en la dialéctica amigo-enemigo y les pidiera reducir las dosis de personalismos. Lo dijo él, que ha acabado calcinado en la hoguera de sus vanidades, pero siendo al final un regalo para el Gobierno de Sánchez y, quizá, un motivo para la movilización de la izquierda.