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Dos semanas mirando de reojo al que enciende la bengala roja en Ferraz

Bengalas en la concentración en Ferraz el 10 de noviembre

Alberto Pozas

18 de noviembre de 2023 21:57 h

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No existe una señal clara para saber cuándo van a empezar los disturbios en una manifestación. A veces la Policía avisa por un megáfono, a veces los manifestantes cargan contra la Policía y en la calle Ferraz la señal, la mayoría de las noches, ha sido la aparición de encapuchados con una bengala roja. Después de casi dos semanas de manifestaciones, las concentraciones frente a la sede central del PSOE y el Congreso para protestar contra la amnistía y la investidura de Pedro Sánchez se han convertido en una amalgama de ultras, simpatizantes de Vox y PP, cánticos machistas, racistas, fascistas, youtubers, personas que rezan el rosario y constantes agresiones a los trabajadores de los medios de comunicación como único elemento netamente transversal.

El primer día de disturbios graves y gran afluencia, el martes 7 de noviembre, dibujó el punto álgido de estas protestas: varios miles de personas concentradas en el cruce entre las calles Ferraz y Marqués de Urquijo, en el corazón de la capital, con banderas de España y una colección de gritos dirigidos al cuartel de los socialistas: “Pedro Sánchez, hijo de puta”, “Vamos a quemar la sede de Ferraz”, “Esta amnistía la vamos a parar”, “Marlaska maricón, Begoña tiene rabo” o “España no se vende, España se defiende” son los cánticos para casi todos los públicos que se escuchan allí desde hace dos semanas.

Esos miles de personas que buscaban manifestaciones intensas pero pacíficas se han mezclado con decenas de ultras, algunos integrantes de grupos y partidos fascistas y neonazis, que no se han escondido detrás de ningún arbusto. Las banderas fascistas con el Águila de San Juan, las que recortaban el escudo constitucional, las que acompañaban a José Antonio Primo de Rivera para reclamar la unidad de España y las que renegaban de la Unión Europea han convivido con las rojigualdas sin que nadie se atreva a decir nada.

Los cánticos de ambas almas de las concentraciones también se han ido fusionando. Los ultras, frente a cientos de personas que esa noche estaban cursando primero de manifestación, cantaban: “La Constitución destruye la nación”, “Felipe, masón, protege tu nación” o directamente “Sieg heil” brazo en alto. Y celebraban cuando el grueso de la masa coreaba “Marlaska maricón”, “Las lecheras a la frontera”, “Mohamed fuera de mi país”, “Monos no, España no es un zoo” o “Con los moros no tenéis cojones”, entre otros.

En unas pocas ocasiones los manifestantes se han enfrentado a los ultras sin éxito, algunos preguntándose por qué ellos tienen que encararse con un grupo de violentos si no lo hace el centenar de antidisturbios que custodia la calle Ferraz. Ese primer martes el principio de todo estuvo claro: dos decenas de ultras encapuchados se abrieron paso hasta la cabecera con una bengala roja y gritando. “Si no vais a hacer nada, dejad pasar”, clamaron a los manifestantes mientras éstos gritaban “a por ellos, oé”. Minutos después empezaban las cargas policiales.

La escena se repitió, con matices, dos días después, con el pacto entre PSOE y Junts recién firmado. Llegaron los ultras con una bengala roja pero su camino hacia la cabecera se vio interrumpido por un hombre que les afeó su conducta y fue empujado por los encapuchados. Dos decenas de personas se sentaron en el suelo de Marqués de Urquijo a modo de protesta pacífica e increparon a los violentos cuando ya llevaban allí varias horas, cantando entre otras cosas la versión RAC del himno de la División Azul, una señal de coordinación entre ellos esa noche. Las cargas también empezaron poco después.

Los lamentos sobre cómo unos grupos ultras han acaparado una manifestación multitudinaria y pacífica se entrelazan con las horas de cánticos racistas, machistas y fascistas que la cabecera de la manifestación compartió con esos ultras. Muchos van encapuchados, embozados y sin ninguna identificación, pero otros –no necesariamente relacionados con los disturbios– como por ejemplo los representantes de Democracia Nacional, llevan la bandera de su partido. El pasado miércoles, tras la primera sesión de debate para la investidura de Sánchez, los gritos racistas y machistas venían de los jóvenes del grupo Revuelta, ligado a Vox: “La próxima vez que te vote Mohamed”, “No me lo trago, Begoña tiene rabo”, “Puto rojo el que no vote” o “Guardia Civil, empuña tu fusil”.

El balance, por el momento, deja más de dos decenas de detenidos acusados de participar en estos disturbios, coreografías que se repiten cada noche con precisión quirúrgica mientras las mentes calenturientas, algunas con cargo en Vox, buscan infiltrados del PSOE o policías de paisano instigando los disturbios y empezar el baile antes de la cabecera de los informativos de la noche. La realidad es que decenas de ultras conviven tranquilamente con miles de manifestantes que corean sus cánticos hasta que los primeros deciden tomar el control en un viaje para el que nadie ha comprado billete de vuelta.

“Silbatos para luchar contra los políticos”

Las protestas, con todo, han ido perdiendo fuelle a medida que Pedro Sánchez avanzaba en su camino hacia la investidura con mayoría absoluta. También han ido perdiendo consistencia ideológica y de imagen. Miguel Frontera, ultra encausado y multado por haber acosado durante meses a Irene Montero, Pablo Iglesias y sus hijos en su casa de Galapagar, ha pasado de ser jaleado con su escudo de Capitán América a ser agredido y expulsado –este sí– porque, según algunas personas, es un infiltrado de la Policía Nacional.

Las protestas se desarrollan en las escaleras de la parroquia del Inmaculado Corazón de María, y un grupo de personas casi llegó a las manos hace unos días porque un grupo de manifestantes decidió rezar un rosario contra Pedro Sánchez. Una de las noches, la joven neonazi Isabel Peralta se subió a un kiosco brazo en alto sin que mucha gente reparase en su presencia. Por cosas como esa, Peralta tiene prohibida la entrada en Alemania.

Los primeros días no, pero a medida que se alarga la protesta va surgiendo un mercadillo alrededor: estos últimos días no faltan media docena de personas vendiendo banderas de España. Un joven ofrece lotería. “Silbatos para luchar contra los políticos”, mercadea otro hombre. En las escaleras del templo, poco después del primer debate de investidura, otro manifestante razonaba: “Franco fue un dictador, pero vino muy bien a España”.

Un youtuber predicando en el Congreso

Distinta ha sido la imagen en la puerta del Congreso de los Diputados. Ni siquiera los agitadores disfrazados de periodistas, que llevaban días alentando las protestas, podían evitar que se les cayera el alma a los pies cuando salían por la puerta de la calle Cedaceros y veían en lo que habían quedado las convocatorias para protestar contra la investidura de Pedro Sánchez, justo el momento en que según ellos se iba a romper España y la democracia.

El jueves, mientras el candidato del PSOE era investido con 179 votos a favor, el final de la carrera de San Jerónimo veía cómo una manifestante lamentaba la falta de espíritu: “Venga hombre, encenderos un poco, ¿a qué hora empieza esto? ¡Que te vootee Txapoootee...!”, gritaba en solitario sin que nadie consiguiera arrancar un cántico al grupo de unas pocas decenas de personas. Unos jóvenes ofrecían ejemplares de “La España que queremos”, recopilación de textos de José Calvo Sotelo.

La convocatoria se transformó en un espectáculo que, en un momento dado de la mañana, rozó lo lisérgico en una ciudad con la capacidad de sorpresa prácticamente agotada en materia de manifestaciones. Unas decenas de personas se agolpaban en torno a Rubén Gisbert, un abogado y youtuber que micrófono en mano lideraba una denominada “Junta Democrática de España” y explicaba por qué España no tiene un sistema democrático pleno.

Mientras entonaban cánticos directamente sacados de los grandes éxitos del 15M (“Que no, que no nos representan” o “no hay pan para tanto chorizo”), Gisbert se lanzaba a debatir a través de la valla y a grito pelado con el veterano periodista y extelevisivo Carlos Carnicero. Este replicaba “yo siempre he votado socialista” antes de marcharse a un cruce de la calle Alcalá a cantar La Internacional delante de una señora que increpaba a los coches de los políticos megáfono en mano.

Escuchar e identificar los cánticos del grupo liderado por este youtuber no era tarea fácil porque a un metro y medio había una segunda concentración, esta del Frente Obrero liderado por Roberto Vaquero, solapando sus propios gritos. Con un megáfono menos potente y cánticos como “Los 15.000 millones que los pague el PSOE” o “perro de Marruecos y de Puigdemont”, las dos facciones de la manifestación terminaron por repartirse pacíficamente los turnos para gritar.

Gisbert, después de hablar a la masa sobre el Abate Sieyès y gritarse con Carlos Carnicero, llegó a pedir un aplauso para Vaquero mientras al otro lado de la valla la diputada de Vox, Carla Toscano, se llevaba una sonora pitada mientras hablaba con Bertand Ndongo, activista de Vox metido a reportero de Periodista Digital. “Arriba España”, gritaba un manifestante consiguiendo que algunos siguieran su consigna fascista. “Arriba no, no jodas”, decía otro mientras dos corresponsales de una televisión extranjera recogían testimonios de difícil traducción. En Neptuno, donde la amplitud del espacio dejaba ver con más claridad lo lastimoso de la convocatoria, un señor usaba el megáfono para hablar de Alejandro Magno y Carlos V.

“Prensa española manipuladora”

Dos puntos principales han unido con eslabones de hierro a los manifestantes de Ferraz, a los ultras y a los influencers de derechas: la oposición a la amnistía y a Pedro Sánchez y el odio visceral a la prensa. A alguna prensa, al menos. Youtubers, cámaras y reporteros de algunos medios de comunicación recorrían sin problemas las manifestaciones recibiendo los halagos de los concentrados mientras otros no podían ni soñar con salir del cordón policial.

Los gritos, para sorpresa de los reporteros y cámaras que también cubrieron las protestas en Catalunya durante el procés, no eran inéditos: “Prensa española, manipuladora” ha sido una de las consignas más coreadas en Ferraz y en el Congreso en las últimas dos semanas. Y en varias ocasiones ultras y manifestantes pacíficos, a veces juntos y a veces por separado, han empezado a agredir a profesionales de los medios: con gritos, con intimidación física y verbal, con empujones y con el lanzamiento de objetos.

El jueves de la semana pasada un grupo de manifestantes, que hasta ese momento se habían sentado pacíficamente en Marqués de Urquijo reprochando a la Policía que ellos les apoyaron el 1-O de 2017, se lanzaron contra varios reporteros y cámaras de televisión. Insultos, gritos y golpes a los micrófonos y cámaras. La escena se repitió unos días más tarde en la puerta del Congreso cuando dos decenas de personas se lanzaron contra un equipo de La Sexta: “Venís a provocar aquí”, gritaba un joven alterado. “Graba, graba, hijos de puta”, añadía cuando veía que varios reporteros le filmaban.

Estos insultos, a diferencia de los disturbios de Ferraz, han sido protagonizados en mayor parte por manifestantes que no pertenecen a grupos ultras y que, en momentos menos intensos de las concentraciones, apuestan por la no violencia. La consigna se completa con que los medios que cubren las manifestaciones “están buscando” esas agresiones y “provocando”.

Olmo Calvo, fotógrafo que ha cubierto estas protestas para elDiario.es, recibió el impacto de un huevo lleno de pintura y ha tenido que recibir atención médica en un ojo. En Valladolid, el consejero de Vox Juan García-Gallardo callaba mientras sus simpatizantes insultaban a una periodista de la Cadena SER.

Comunicadores y youtubers cercanos a la extrema derecha –que día tras día afirman que ellos ofrecen la información y el análisis que no se puede encontrar en los grandes medios corruptos, mafiosos y vendidos– miran, graban, y coinciden en sus streamings en que las víctimas de estas agresiones “provocan” mientras piden que, por favor y con la acción ya en marcha, no se les hostigue.

La bengala roja de Telegram

Una bengala roja ha sido, varios días, la señal de que la parte más dura de la manifestación de Ferraz estaba por llegar. Pero otra bengala roja lleva encendida semanas o incluso meses en Telegram, donde influencers de extrema derecha usan un lenguaje ambiguamente violento, calientan las concentraciones pero con mucho cuidado de que se no se les pueda acusar de incitar abiertamente a la violencia.

Tal y como explicó elDiario.es, es el caso de Luis 'Alvise' Pérez o Daniel Esteve, presidente de la empresa Desokupa, pero también de otros canales de Telegram. Su caso también ayuda a dibujar cómo sus seguidores se han sentido decepcionados porque tanta invitación a asaltar el Congreso y tanta imagen de antorchas generada con inteligencia artificial ha dado paso a la realidad: un millar de personas sentadas frente a las vallas del perímetro policial del Congreso y una retirada pacífica para, dijo el propio Alvise, irse a cenar a su casa antes de que empezaran algunos de los disturbios más graves de estas dos semanas.

La decepción, palpable en el mismo momento frente al Congreso, se ha trasladado a los grupos de Telegram, donde una parte de los mensajes que no incitan a la violencia contra los socialistas se dedica a reprochar la falta de acción real a sus líderes digitales. Ahora la actividad de estos agitadores ha cambiado de dirección y ha salido de la calle Ferraz: señalamientos a una de las hijas del Presidente del Gobierno, con una cascada de insultos machistas, y reivindicación del lanzamiento de huevos a políticos como el que recibió el socialista Herminio Sancho mientras desayunaba en las inmediaciones del Congreso de los Diputados.

Los influencers de la extrema derecha también han tenido su momento durante estas dos semanas de protestas. Algunos, incluso con acreditación para ejercer como periodista en el Congreso de los Diputados, han jugado durante algunos días el papel de cabecilla o alentador de las manifestaciones hasta terminar mirando con cara de circunstancias a las pocas decenas de personas que el jueves protestaban contra la investidura de Sánchez a la hora de comer. Justo cuando estaba a punto de romperse España.

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