La noche en la que Edu Soto se negó a escuchar el mejor chiste del mundo
El actor Edu Soto está de plena actualidad. Estrena en Madrid un curioso espectáculo teatral. Se trata de una obra titulada Post!, escrita y protagonizada por él mismo. La originalidad de inicio es que fue creada durante las semanas del confinamiento y el argumento está centrado precisamente en la vida durante la emergencia sanitaria. El espectáculo lo define Edu Soto como “una comedia musicada, que no es lo mismo que un musical”. La diferencia, según nos explica, es que se trata de un concepto más abierto en el que el argumento y la música se enlazan de manera poco tradicional.
Edu vive en Madrid desde hace años, pese a ser de origen catalán. La pandemia le pilló cuando trabajaba en la preparación de un musical de gran formato, la adaptación de Charlie y la fábrica de chocolate. El coronavirus obligó a paralizar el proyecto y se quedó confinado en su casa junto a su pareja, la violinista Cristina Pascual Godoy, que entonces estaba embarazada. Confiesa que pasó “unos primeros días de paralización y desconcierto”. Sin embargo, después de casi una semana de “no saber si tocaba hacer deporte, leer o cocinar” decidió concentrarse en escribir. Entonces surgió la idea de aprovechar el confinamiento para crear un espectáculo ambientado en el confinamiento. El resultado es Post!
¿Cómo surgió la idea de hacer una comedia sobre el confinamiento en pleno confinamiento?
En realidad, todo surgió de forma natural, ya que lo que hice fue adaptar a la situación que vivíamos un texto que ya teníamos trabajado. Hace cuatro años llegamos a representar una obra titulada Cuando menos te lo esperes, sobre un grupo de actores. Los mismos que ya nos habíamos embarcado en aquella aventura somos los que ahora volvemos a recuperarla pero ambientada en pleno coronavirus. Así que en Post!, nos juntamos un grupo de buenos amigos que van desde Antonio Canales hasta mi propio padre, Miguel Soto, o incluso mi pareja, Cristina Pascual Godoy.
¿Vienes de familia de actores?
¡Qué va! Mi padre era mecánico textil. Es todo un personaje en la vida real y se me ocurrió liarle para que saltara a la escena. Es muy sorprendente lo bien que se le da.
La mayor parte de la gente te conoce por tus apariciones televisivas, casi siempre vinculadas a la comedia. También has llegado a ser monologuista, ¿no?
Yo empecé en el campo del monólogo una vez que acabé con el Neng de Castefa, el personaje que hacía con Buenafuente. Estaba un poco saturado ya. Me fui de la productora El Terrat, me vine a Madrid y hubo una época en la que no encontraba demasiado trabajo y necesitaba una nueva dirección y en ese impasse dije: “¡Voy a hacer un monólogo!”. Porque en ese momento se llevaba mucho lo de hacer monólogos en bares, e incluso discotecas, más que en teatros. Luego ya se instaló más el formato de los teatros. Entonces, yo me preparé un monólogo pero sin textos. Yo probaba cosas, era muy provocador. Y en esta primera aventura le dije a Fernando Gil, que era muy amigo, otro humorista y bastante echado para adelante: ¿Lo hacemos juntos?“ Y me contestó: ”¡Venga, vale!“ Y lo hicimos, pero medio sin ensayar: ”¡Mientras tú haces esto, yo hago lo otro!“. Éramos un poco demasiado aventurados.
Y con una preparación tan intensa y profesional, ¿cómo os fue?
De repente, fuimos a un bar una noche y dije: “Me hace mucha ilusión hacer un sketch muy provocativo” que es empezar un chiste, en un estilo Chiquito de la Calzada, un personaje que tenía un aire a él. Yo arrancaba el chiste que era una historia de un niño y su padre e iba alargándolo y no acababa nunca, porque no era un chiste en realidad. Yo estaba seguro de que, en un momento dado, la gente se daría cuenta de que el chiste no existía y que era un personaje que se metía en un bucle y no sabía salir. Pero la gente no se estaba dando cuenta de eso y estaban todos esperando el final del chiste y yo estaba viendo que aquello no funcionaba y la gente ya me miraba pensando: “¿Qué estás diciendo, tío? Nos hemos perdido”. Nunca supe rematar aquella mierda y se quedó ahí, en el aire. Luego, acabe: “Bueno, pasemos a otra cosa” y la gente: “No, no, es que queremos saber el final”. Fue un despropósito que me dejó pensando: “¡No he sabido terminar esta patraña!”. Pero vamos, más que la falta de gracia, la aventura en la que metí no tenía que haberla empezado. Bueno, ¡En malas plazas hemos toreado todos!
Vamos, que lo de contar chistes no es lo tuyo...
Cuando la gente te reconoce por la calle y saben que te dedicas a la comedia, te quieren hacer reír, o explicar chistes. No sé muy bien el porqué. A lo mejor quieren que nos descojonemos juntos y entremos en un código especial y yo odio los chistes. Cuando empieza alguien: “sabes aquel de un tío…”, hago: “¡Uff!”. No sé por qué los chistes me dan tanta pereza. Creo que es porque por uno bueno que te cuentan te han colocado veinte malos y digo: “¡Oye, mira, vamos a dejarlo!”. Recuerdo una ocasión en la que estaba en una discoteca, con la música a todo volumen, tomándome una copilla, con mis amigos. Me gusta estar con mi gente. Y viene uno: “¡Ostia, tío, yo te conozco de la tele!”. Y yo: “Vale, vale” y el: “¡Joe, tío, que cachondo, voy a contarte un chiste para ti, macho!”. En ese momento, le corto y le digo: “Mira, es que ¡No me gustan los chistes!”. Así que intento pararle ya, porque si no la gente se embala. Pero era inútil: “¡No, no, no!¡Es que este chiste vas a contarlo luego tú en la tele, cabrón!”. Así que le insistí para cortar la situación de una vez: “¡Que yo no cuento chistes, hago personajes!”.
Supongo que te dejaría ya tranquilo...
¡Qué va! El tío me insistía, hasta que ya la conversación empezó a tornarse medio violenta: “Oye, tío, me miras a los ojos y me escuchas ya un momento. ¡No me gustan los chistes!, si quieres vamos a la barra y nos tomamos una copa pero no quiero que me cuentes un chiste”. Y él: “Pero, tío, es que este…” Y veo que no me escucha. Y vienen colegas míos un poco mosqueados porque yo ya llevaba unos veinte minutos con el pesado, que hubiera sido más rápido escuchar el chiste de los cojones, pero el tío me insistía y me insistía y yo digo: “Mira, ya por honor, por cabezonería, ¡No voy a escuchar ese chiste! Y le digo: ”¡Oye, tío, vete a tu mesa, estoy con mis colegas y no me estás dejando divertirme!“. Ya venían sus amigos y le decían: ”Oye, vámonos, deja al chaval“.
¿Y por fin te dejó tranquilo?
El tío se fue. Yo me voy con mis colegas con ese mal sabor de boca que se te queda y de repente noto una mirada. Veía que me seguía mirando y que gesticulaba desde lejos: “¡Por favor, por favor, déjame contártelo, que es muy bueno, te juro que es muy bueno!”. Yo nunca había visto algo igual, era pesado de cerca y lo seguía siendo de lejos, no me dejó. Con mímica me iba diciendo que por favor, que era muy bueno el chiste… Me tuve que ir del bar porque me seguía dando el coñazo desde lejos. A partir de ese momento me planteé si era mejor escuchar a la gente, aunque no me gustara, porque invertía más tiempo en el no que en el sí. Pero soy así.
Post! cuenta la historia de un grupo de actores confinados. Solo el planteamiento ya suena a comedia. ¿El ambiente laboral entre profesionales de la comedia es también divertido de puertas hacia dentro?
En Buenafuente, por ejemplo, es que estuvimos muchos años y nos dio tiempo a hacer muchas cosas. En una ocasión, también con David Fernández, estábamos en un parque rodando un sketch que luego se iba a emitir por la noche en el programa. David y yo hacíamos un acercamiento a cámara, pero estábamos tan lejos que decíamos: “Oye, ¿y si nos sacamos un poco la polla? Tampoco se van a dar cuenta, es un plano muy lejano”. Así que nos bajamos la cremallera, enseñamos un poco la polla, nosotros descojonados, íbamos hacia la cámara y a medida que te acercabas a cámara el plano se iba cerrando y ya no se veía la zona X, pero en el plano de lejos íbamos con todo ahí fuera. Nadie nunca se dio cuenta más que nosotros y nos hizo gracia esa gilipollez, que no iba a ningún lado, pero cuando trabajas mucho y estás metido en rodaje, rodaje, rodaje… sí que tienes que hacer cosas para ti o para el compañero para que haya risa, porque es más fácil hacer reír si con tu compañero hay buen humor, si estás en un momento de risa.
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