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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

De la accesibilidad depende la movilidad

Un autobús en San Sebastián. EFE/Javier Etxezarreta

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Los que por razones evidentes no podemos conducir, somos usuarios forzosos del transporte público. De su accesibilidad depende nuestra movilidad. El coche sin conductor, pero de verdad, aún está muy lejos de ser una realidad por la que más de uno suspiramos.

Las administraciones hacen esfuerzos para mejorar la accesibilidad del transporte público, pero cada ciudad implementa su propia solución. Así que, según donde vivas, si eres ciego o tienes movilidad reducida por otra razón, tendrás mejor o peor autonomía personal. No depende de ti.

En términos de calidad de vida esto es terrible, porque te puede hacer más o menos dependiente de otra persona. Insisto, terrible y discriminatorio.

Desde que llegamos a la parada, subirse al bus o al metro es un desafío. A veces por la variedad de líneas que paran ahí. A veces por las dificultades de los transbordos. A veces porque, simplemente, el aviso de paradas no funciona. Eso es lo que más me suele afectar a mí, que en vez de hacer un trayecto relajada pensando en las musarañas o planificando la agenda, tengo que ir hiperalerta para saber por dónde va el bus y cuándo he de bajarme. En Sevilla, los autobuses y el metro avisan por megafonía de la siguiente parada. Sencillo y práctico. Útil, además, para el resto de ciudadanos.

Otras ciudades implementan sistemas más complejos. Funcionan a través de una aplicación móvil que ha de activar el usuario cuando llega a la parada donde tiene que subir. La APP avisará al conductor de que hay una persona ciega en la parada. Después, el usuario debe introducir el código de la parada de destino y la aplicación le avisará llegado el momento de bajarse. Parece una solución, ¿pero quién en su día a día puede ir así por la vida? Deja en manos del usuario toda la accesibilidad, siempre que este no se quede sin batería en el móvil. Además, deja a la persona ciega atada de manos. Una ya la llevamos ocupada con el bastón o el perro guía, y nos obliga a tener el móvil en la otra. Si eso, la tarjeta del transporte ya la llevamos en la boca. Estrés.

Estos sistemas, que implican llevar un dispositivo en la mano, dejan desasistidos a muchos otros ciudadanos, con y sin discapacidad legal, que no tienen acceso a esas soluciones.

Algunas redes de transporte urbano están dotadas de un sistema similar, solo que, en vez del móvil, se controlan mediante un mando a distancia similar a los de los garajes. Esto ya se hace en muchos lugares con los semáforos. Las personas ciegas para cruzar la calle deben llevar el mando encima o activar el semáforo mediante una aplicación. Nuevamente lo apostamos todo al individuo y su sobreesfuerzo para la vida cotidiana. La discapacidad solo es cosa nuestra y cada vez menos visible para la población. Nuestro mando, nuestro móvil, nuestros avisos…Y no olvidemos algo: lo que no se ve no existe. Lo que es bueno para un colectivo también puede serlo para otros. Cuando se olvida las gafas para su miopía, ¿no le ha sido útil cruzar al oír el pajarito del semáforo?

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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