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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Rendirse no es una opción

El esfuerzo. Foto: Mariano Cuesta.
Sevilla —

Ramón Arroyo tiene 43 años y lleva diagnosticado de esclerosis múltiple desde hace diez. LLeva seis practicando deporte de alto nivel. Ha sido capaz de realizar un Iron Man consistente en 3,8 km nadando, 180km en bicicleta y 42 km corriendo. Pero no siempre ha sido así. Los primeros años de la enfermedad tocó fondo. Tuvo problemas laborales, depresión y las inestabilidades propias de esta enfermedad. Una noche de insomnio supuso un antes y un después en el que sería su Iron Man más complicado. Cuando nació su hijo Borja ocurrió que mientras le observaba en la cuna se dio cuenta de que no podía cogerle en brazos. Ahí es donde empezó a hacer deporte y a realizar una serie de hábitos para mejorar su calidad de vida.

“Yo no quiero que la gente haga un Iron Man. Un Iron Man es una distancia, yo lo que quiero es que se planteen su propio reto y si tu reto es que hace dos años que no eres capaz de ir a por el pan, te propones que de aquí a un año vas a bajar a por el pan”, explica Arroyo. Para él, un Iron Man empezó siendo volver a caminar coordinado después de un brote y lo consiguió, como dice su mujer, Inma Puig. 

Y esto me recuerda a esa escena en la que Iron Man y Capitán América están discutiendo:

Capitán América: ¿Tú qué eres sin traje?

Iron Man: Un genio, un multimillonario, un playboy y un filántropo.

Puedes tener el traje de Iron Man, pero también el traje de otras muchas cosas. Hubo un médico que le le dijo a Ramón que no podría caminar más de 200 metros, pero lo cierto es que después de tiempo y mucho sacrificio llegó a correr 42 kilómetros a pesar de las secuelas que los brotes le habían dejado sobre todo en una de sus piernas. Y pudo coger a su hijo en brazos y poder disfrutar de esos momentos.

Cuando te diagnostican una enfermedad discapacitante como la Esclerosis Múltiple ves un Game Over bien grande. Si acaso puedes convertirte en un objeto de beneficiencia o un florero en la sala de estar. Pero no. En mi caso concreto aparecieron Diego Velázquez y Ramón Arroyo. Ambos triatletas paralímpicos que se han superado a sí mismos y han demostrado al mundo que sí se puede y que rendirse no es una opción. Como dijo Frida Kahlo “yo solía pensar que era la persona más extraña en el mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo”. Cuando conozco a Ramón Arroyo lo primero que me dice es “vaya, si no eres coja ni nada”. Entiendo que es una ironía y que se refiere al tópico de que los escleróticos debemos estar en una silla de ruedas o postrados en una cama. Nos reímos de nuestras propias taras. A ellos les debo poder haber empezado una nueva etapa y prepararme para mi propio Iron Man.

De momento no voy a componer una sinfonía magistral ni voy a subir el Everest ni voy a hablar de agujeros negros -soy de letras-. La discapacidad no debe marcar tus pasos si no al revés. De momento me centro en mi propio Iron Woman, que es luchar con una enfermedad discapacitante en un país donde cada vez es más complicado sobrevivir con o sin ella.

Uno puede hacer teoremas espacio temporales y que hagan una película de tu vida, pero al final hay miles de matices que se nos escapan, miles de días de superación que pasan entre que esos dos hitos ocurren. Y no son menos importantes ni menos dignos de mención. Todas aquellas personas que hacen un Iron Man cada día para superar las dificultades de su situación merecen toda nuestra admiración y sobre todo nuestro apoyo para llevar una vida digna, que al final es a lo que todos aspiramos.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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