El siluro, el superdepredador de los ríos, se asienta en el Bajo Guadalquivir y se da por hecho que entrará en Doñana
Tarde o temprano, el siluro va a entrar en Doñana. Con ese horizonte se cuenta desde que en 2011, en el embalse de Iznájar (Córdoba), se detectó por primera vez en Andalucía este superdepredador que puede superar los 2,5 metros de longitud y más de 100 kilos de peso. La hipótesis se ha visto reforzada por la localización ahora de tres ejemplares juveniles a pocas decenas de kilómetros del parque, en el Rivera de Huelva a la altura de Guillena (Sevilla), lo que confirma que esta voraz especie se ha establecido con éxito en el Bajo Guadalquivir y que se está reproduciendo a las puertas del parque.
Su presencia en este río por término guillenero no es nueva, de hecho ya se constató hace una década. El Rivera de Huelva nace en la Sierra de Aracena, en Huelva, para desembocar en el Guadalquivir en Sevilla, a la altura de La Algaba. En 2021 se localizó otro siluro (Siluris glanis) en Alcalá del Río, donde la presa impidió que siguiera río abajo y llegar a su desembocadura, de la que le separaban 80 kilómetros.
Pero descubrir a tres ejemplares juveniles lo que implica es que la especie se ha establecido con éxito y que, además, se está reproduciendo. Además, en un afluente del Guadalquivir y justo cuando se ha formado un gran revuelo en redes sociales al publicar un pescador que ha capturado ejemplares en la propia Sevilla capital.
Un enorme poder depredador
El hallazgo lo han hecho investigadores de la Estación Biológica de Doñana (organismo dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas) durante un muestreo de seguimiento, y viene a certificar “el enorme riesgo que acecha a los ecosistemas acuáticos del Bajo Guadalquivir, incluyendo los de Doñana”. “La capacidad de este animal de modificar los ecosistemas que ocupa es enorme”, explica Javier Clavero, investigador principal del equipo que localizó estos peces cuando buscaban cangrejos rojos y jaibas azules en el marco del proyecto Craymap.
El siluro es un depredador generalista, que puede consumir desde crustáceos a aves y desde peces a mamíferos, cualquier animal que quepa en su enorme boca. Por si el gran tamaño del animal no fuese suficiente, las poblaciones asentadas tienden a ser abundantes y contienen individuos “con una diversidad de tallas espectacular, desde pocos centímetros a más de dos metros”. Así las cosas, “casi ningún individuo de ninguna especie escapa al riesgo de depredación”.
Desde la Estación Biológica se advierte de que la expansión del siluro en el Bajo Guadalquivir amenaza con llevar la especie a Doñana, de hecho no se descarta que ya pueda estar en el espacio natural pero que todavía no se haya localizado. En este sentido, las abundantes precipitaciones de meses atrás pueden haber propiciado esta situación, ya que los años muy lluviosos aumentan la conexión de los ecosistemas acuáticos de Doñana con el Guadalquivir, facilitando la llegada de especies invasoras.
Hábitats favorables en Doñana
Esto fue lo que ocurrió, sin ir más lejos, con el pez gato negro (Ameiurus melas), detectado por primera vez en el Guadalquivir en 2007 y que apareció en Doñana en 2010. Clavero lo tiene claro: “Es más que probable que el proceso se repita con el siluro, por lo que es muy importante tener sistemas de detección temprana y preparar una respuesta rápida” en cuanto aparezca porque, si se deja pasar el tiempo, “el problema será inabordable”.
El investigador de la Estación Biológica, de hecho, cree que este enorme depredador “puede haber llegado ya a Doñana, pero si no lo hará cuando haya un evento de conexión entre los sistemas acuáticos”, como pueden ser episodios intensos de lluvias. Aquí el hecho de que el parque sufra una “situación muy pobre de agua” tras años de sequía “funciona como barrera”, pese a lo cual puede encontrar “hábitats muy buenos” como la Rocina, los canales de la zona transformada por el arroz o el río Guadiamar.
El cómo el siluro llegó al Rivera de Huelva parece tener la misma explicación que en el caso de Iznájar: fue introducido por la mano del hombre. “El sistema de salida del agua que tiene el pantano de Iznájar imposibilita que salga un pez vivo”, señala Clavero, que tiene claro que los primeros ejemplares en término de Guillena “los han traído en coche”. A esto ayuda las propias características del animal, “que es muy fácil de transportar porque mientras esté húmedo puede vivir mucho tiempo fuera del agua”.
El siluro es nativo de grandes ríos del este de Europa, pero ha sido introducido en muchos lugares para la pesca deportiva. A la Península Ibérica llegó en 1974, cuando se liberaron juveniles en el embalse de Mequinenza, en el río Ebro. Hoy hay ejemplares en casi todos los ríos ibéricos “y la expansión de la especie no se ralentiza”, apunta la Estación Biológica.
“A partir de ahora se va a disparar la invasión”
“Está claro que la reproducción ha empezado a ser grande en el Guadalquivir”, señala –al hilo de los avisos de pescadores– Miguel Clavero, que teme que “a partir de ahora se va a disparar la invasión”. El proceso tiene un “tiempo de retardo” porque, aunque se detectaron por primera vez hace una década larga, “son animales grandes, que tardan en madurar y tienen que hacerse al nuevo ambiente”. “Parece que esa fase ha pasado y hemos llegado al siguiente paso: reproducción a lo grande y seguramente aumento de abundancia y expansión espacial”.
Así lo apuntan diferentes estudios, que se unen a la monitorización permanente que lleva a cabo la Universidad de Córdoba. El ADN ambiental (su rastro genético) confirma su presencia en el Bajo Guadalquivir, y ahora hay que cruzar los dedos para ver su impacto, del que da cuenta lo que puede ocurrir en el propio Rivera de Huelva. Y es que el tramo aguas abajo de la presa de El Gergal, donde se han localizado los siluros juveniles, “es el mejor de todos los que quedan disponibles para las especies migradoras de peces dentro de la cuenca”.
Aquí, por ejemplo hay una densidad notablemente alta (además con muchas hembras grandes) de anguila, una especie críticamente amenazada. También hay lisas y róbalos, y hasta hace pocas décadas eran numerosas las lampreas, los sábalos, las sabogas y hasta los esturiones, hoy desaparecidos del Guadalquivir. Se han localizado asimismo camarones de río y hasta tres especies diferentes de náyades, o almejas de río, muy amenazadas. “La presencia de una población estable de siluro en esta zona será una catástrofe para los enormes valores naturales que aún tiene y un obstáculo enorme para recuperar los que perdió”, lamenta Clavero.
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