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Invasiones biológicas, una vieja epidemia ambiental sin vacuna a la vista

Varios miembros de la Unidad Militar de Emergencia (UME) trabajan en las labores de extracción de camalote en el río Guadiana, a su paso por Mérida.

EFE

Madrid —

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Políticas transversales, planes transfronterizos y una “intervención constante” son el mejor escudo frente a uno de los mayores enemigos del medio ambiente, las invasiones biológicas, una vieja epidemia creciente y global que no entiende de fronteras y para la que “no existe vacuna”.

Así lo asegura en una entrevista con Efe Fernando Cobo, director de la Estación de Hidrobiología Encoro do Son de la Universidad de Santiago (USC) y vicepresidente de la Sociedad Ibérica de Ictiología (Sibic), quien incide en la importancia de acercar la ciencia al ciudadano para avanzar en la sensibilización sobre un problema que las administraciones “no se acaban de creer”.

Hoy, 5 de junio, el Día Mundial del Medio Ambiente pone el acento en la pérdida de biodiversidad, de la que las especies exóticas invasoras (EEI) son responsables en gran medida.

Se trata de un problema “antiguo” que en los últimos años “se ha incrementado exponencialmente y, como paradoja, coincide con una mayor inversión en su control y erradicación”, subraya el experto, lo que pone de manifiesto que las actuaciones que acometen las administraciones “no están funcionando”.

Estas actuaciones “muchas veces se quedan en papel mojado”, lamenta, “se conocen los mecanismos, pero no se ponen en marcha, las administraciones están advertidas de la peligrosidad y no afrontan el problema de manera efectiva, no se acaban de creer su gravedad”.

Una especie es exótica cuando se establece fuera de su rango de distribución nativo o autóctono y se denomina invasora cuando incide negativamente sobre la zona en la que se asienta, “cuya sensibilidad a ser invadida es mayor cuanto más alterados se encuentran”, como los embalses, “mucho más intervenidos por el ser humano y que funcionan como reservorios o focos de dispersión de estas especies”.

Las EEI desplazan a las especies nativas, depredan sobre ellas, compiten por el territorio y alimento, modifican ecosistemas, transmiten nuevas enfermedades y alteran la calidad del agua, además de dañar infraestructuras, comprometer los cultivos, causar enormes pérdidas y movilizar cuantiosas inversiones.

Los programas de control alcanzan “cifras desorbitadas”, unos 1.000 billones de euros al año en el mundo, 90.000 millones en Estados Unidos o 12.000 en Europa, pero su éxito “es muy escaso” y sólo entre el 10 y el 15 por ciento de las actuaciones han conseguido eliminar totalmente la invasión, indica Cobo.

“El problema es que el control de estas especies necesita de una intervención constante, porque no existe una vacuna que acabe con ellas”, incide este investigador, involucrado en el proyecto europeo de comunicación Life Invasaqua, que está coordinado por la Universidad de Murcia.

Life Invasaqua, en el que participa la Agencia Efe, promueve herramientas para la prevención y la alerta temprana de las EEI, pero “el fin último es concienciar a la gente de que este problema nos hace perder patrimonio”, subraya Cobo, y “en la medida en que una de las deficiencias más graves es la formación y la divulgación, el proyecto va a ser una pieza importante”.

La Unión Europea tiene reconocidas unas 12.000 especies exóticas, de las que el 15 por ciento son invasoras, y suponen según muchos expertos la segunda causa de pérdida de biodiversidad en el continente; en 2014, se aprobó un marco normativo para minimizar su impacto y en 2016 la Comisión Europea adoptó su primera lista de EEI de atención prioritaria.

Pero no es un problema nuevo, recuerda el investigador, “los biólogos y naturalistas conocían ya muy bien el problema cuando en 1993 se firmó el Convenio sobre la Diversidad Biológica que surgió de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro y que abordó esta amenaza por primera vez”.

La Península Ibérica, es uno de los puntos calientes de bioinvasión a escala global debido a sus características de aislamiento e historia geológica y los sistemas acuáticos -especialmente expuestos a las especies exóticas invasoras- albergan en la actualidad hasta 200 entre fauna y flora, un número que aumenta a razón de 2-3 especies nuevas al año.

“Las islas son especialmente sensibles a la colonización”, explica Cobo, porque las especies asociadas a ellas “están adaptadas en rangos ambientales muy estrechos, con controles naturales de sus poblaciones muy definidos y no están preparadas ante una invasión como un nuevo agente de presión”.

Sin embargo, las EEI “son muy prolíficas, viven en márgenes muy amplios de condiciones ambientales (temperatura, salinidad…), son oportunistas, tienen una alimentación muy variada, se especializan en el lugar que invaden, aprovechan nichos vacíos y sus potenciales depredadores no las reconocen como presas, lo que ocasiona un boom de población”.

En el Día Mundial del Medio Ambiente, Fernando Cobo recuerda que las amenazas globales “son más numerosas y heterogéneas de lo que cabría esperar” y, aunque hemos logrado niveles de conservación “impensables hace 70 años”, la peor sigue siendo la cantidad de materia orgánica liberada al medio ambiente por causas antrópicas.

En su opinión, producción y diversidad son antagónicos; “no puede haber sistemas productivos que sean biodiversos, salvo que adoptemos un modelo sostenible y más diversificado”.

Apela al papel de la ciencia y a no desligarla de la información; “para divulgar no hace falta hacer tonta a la gente, las personas pueden entender los razonamientos científicos si se explican bien, lo contrario separa a la ciencia de la ciudadanía”, señala.

Cristina Yuste

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