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Adolescentes desbordados que se autolesionan: “No podía gestionarlo, era mi vía de escape del malestar”

Andrea, de 18 años, está en proceso de recuperación tras un ingreso. / Patricia Garcinuño

Sofía Pérez Mendoza

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Manejar el desborde emocional haciéndose daño. Es lo que Andrea, con 18 años recién cumplidos, hizo durante un tiempo: se autolesionaba cuando su vida se nublaba y no sabía por dónde tirar. Era como una salida de emergencia y a veces también un castigo. El dolor y el desgaste llegaron a su pico después del verano, cuando una amalgama compleja de trastornos –ansiedad, depresión, trastorno de la conducta alimentaria– pusieron su vida en peligro.

Después de varias semanas de ingreso en el hospital infantil Niño Jesús (Madrid), ya está de vuelta en casa. “Las autolesiones ni son recomendables ni son sanas, pero no era capaz de gestionarlo. Era como una vía de escape de mi malestar”, cuenta en conversación con elDiario.es. Inmersa en un proceso de recuperación, está convencida de que puede ser un ejemplo que demuestra que de los baches se sale con otras herramientas: “Es un recurso que te pide más y te consume. Ahora tengo deseos de vida. Estoy orgullosa de estar aquí y seguir luchando”.

Las autolesiones en adolescentes han aumentado como una “forma generalizada y errónea de manejar el malestar a esa edad”, resume la psicóloga Anna Sintes, del hospital San Joan de Déu (Barcelona), y una de las grandes expertas en España en estas conductas. Hace ocho años se dio cuenta– después de que una alumna revisara datos de su propio centro– de que las urgencias vinculadas con las autolesiones se habían multiplicado por siete. “¿Pero esto qué es?, pensamos. Contacté con otro colega y pusimos en marcha un grupo de estudio”.

El proyecto nacido de aquella semilla se llama GRETA y tiene numerosos recursos dirigidos a las personas que se autolesionan que tratan de desestigmatizar la conducta, animar a comunicarlo y proponer soluciones alternativas que sí se encaminan a solucionar los problemas que llevan a hacerte daño. No a parchearlos. “Ha cobrado mucha relevancia. Tanto, que está entre los cinco problemas de salud pública entre adolescentes de mayor importancia para la Organización Mundial de la Salud”, subraya la psicóloga.

El cambio más importante en estos años, coinciden los profesionales, es que estas conductas han pasado de ser un problema relativamente visible en las consultas de psiquiatría –especialmente en los trastornos límite de personalidad– a aparecer en pacientes sin patología mental. En población general, no clínica, aseguran. Y cada vez más temprano. “Vemos incluso a niños que a los nueve años han recurrido a la autolesión y eso nos llama mucho la atención. La edad a la que debutan los pacientes es cada vez más precoz. Nos preocupa qué está pasando a nivel social”, sostiene Sara González, psiquiatra de la unidad de hospitalización breve del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús.

“Un importante problema de salud pública”

Los datos avalan lo que se ve en las consultas. En 2012 la Fundación ANAR recibió 71 llamadas de menores que relataron autolesiones; diez años más tarde, la cifra de casos atendidos fue de 3.243. “Esto está pasando en la población adolescente y no podemos mirar para otro lado, puede suceder en cualquier familia”, apunta Diana Díaz, directora de las Líneas de Ayuda ANAR.

Los especialistas fijan la prevalencia entre el 10 y el 20% de los chicos y chicas adolescentes basándose en diferentes estudios. Mucho más alta en personas que alguna vez en su vida se infligieron daño; más reducida –y con mucho más riesgo– entre quienes repiten la conducta con frecuencia. La tasa es más alta si existen trastornos graves. Según un estudio realizado por la Generalitat de Catalunya en 1.900 centros educativos durante 2022, un 26,8% de los estudiantes de 11 a 18 años se ha dañado físicamente alguna vez. La Fundación Manantial publicó en diciembre un informe que sitúa en el 11,7% la proporción de chavales y chavalas de 16 a 24 años que se autolesionan de forma repetida.

A nadie le gusta sufrir pero cuando nos hacemos mayores tenemos unos mecanismos cognitivos que nos permiten relativizar y asimilar. En adolescentes está poco desarrollado y recurren a otros mecanismos

Marc Ferrer, psiquiatra de niños y adolescentes en el hospital Vall D'Hebron

Un medidor más de la preocupación es la lupa que la Asociación Española de Pediatría ha puesto sobre el asunto con la publicación de una guía de manejo clínico. El documento, que estima la prevalencia entre el 13 y el 29%, cataloga las autolesiones en la adolescencia como “un importante problema de salud pública” y advierte que la etapa es un “periodo de especial vulnerabilidad”.

Marc Ferrer, psiquiatra de niños y adolescentes en el Hospital Vall D'Hebron, explica por qué: “La adolescencia cumple las condiciones ideales para que se den las autolesiones. El motor de la conducta es buscar un alivio rápido del sufrimiento. A nadie le gusta sufrir ni tener emociones negativas pero cuando nos vamos haciendo mayores tenemos unos mecanismos cognitivos que nos permiten relativizar el sufrimiento, digerirlo y asimilarlo. En adolescentes está poco desarrollado biológicamente y recurren a otros mecanismos”. A veces es también una manera de “comunicar el malestar”. “Como no puedo poner palabras a lo que siento, lo ponen en el cuerpo, que se ve y también se cura”, agrega González.

En el manual que edita la Asociación Estadounidense de Psiquiatría –DSM, por sus siglas en inglés–, y que funciona como la Biblia para clasificar trastornos mentales en todo el mundo, las autolesiones no suicidas tienen una categoría propia desde 2013, no como una enfermedad sino como un problema prevalente que requiere atención y sobre el que es necesario aumentar la evidencia científica.

La mayoría de casos se resuelven bien

La buena noticia, subraya la guía de los pediatras, es que las autolesiones terminan por resolverse. Cesan en la mayoría de los casos al llegar a la edad adulta. “Solo hay un porcentaje en el que puede complicarse porque se estructuran y la incapacidad para manejar emociones se cronifica. Sin embargo, la mayor parte se reconduce de manera natural o con estrategias básicas de terapia y acompañamiento”, comparte Ferrer, basadas en aprender nuevas estrategias gestionar las emociones –por ejemplo, no evitar la tristeza sino integrarla– y en trabajar la autoestima. En los casos que se prolonga, el riesgo de deterioro funcional es grave y, además, saltan como un factor de riesgo de otros problemas, como la conducta suicida.

Trabajamos mucho con las familias en explicar que se trata de una herramienta y que no siempre se vincula al riesgo autolítico porque vienen pensando que sus hijos no quieren vivir y no siempre es así.

Sara González, psiquiatra del hospital infantil Niño Jesús

Es un asunto que “moviliza mucho y de manera muy inmediata”, recalca Sintes. Genera una búsqueda de ayuda urgente, mucho más que comportamientos ligados a la depresión o a un trastorno de la conducta alimentaria. Por eso, las autolesiones copan las urgencias de los hospitales infantiles en un contexto de colapso de las redes ambulatorias de salud mental. En el Niño Jesús, las atenciones de emergencia en psiquiatría aumentaron un 105% entre 2019 y 2022. De ellas, un 75% presentaban conductas autolesivas o suicidas. “A veces llegan en un punto que se podía haber trabajado previamente si hubiera recursos acordes al aumento de demanda”, se queja González.

La reacción de la familia, fundamental

En cualquier caso, cada vez hay más evidencia de que ambas situaciones deben diferenciarse. No todas las autolesiones se pueden leer como un aviso cierto de que la vida está en peligro. Depende, apuntan los psiquiatras, de la patología de base, la frecuencia y el nivel de daño físico que implican. “Trabajamos mucho con las familias en explicar que se trata de una herramienta y que no siempre se vincula al riesgo autolítico porque vienen pensando que sus hijos no quieren vivir y no siempre es así. La aproximación desde el miedo y el shock que provoca hace que a veces la forma de acercarse no sea la que los chicos y chicas necesitan”, apunta la psiquiatra del Niño Jesús.

Los profesionales, conscientes del susto que genera en las familias, aconsejan evitar situaciones de pánico como respuesta y afrontar el asunto con los hijos directamente. “En la consulta nos encontramos con familias que nos vienen a contar como un secreto que han descubierto que sus hijos se autolesionan sin que los niños lo sepan. Sin embargo, nuestro consejo es intentar hablarlo con actitud de afrontamiento, ver qué pasa y preguntar”, afirma Pedro Javier Rodríguez Hernández, presidente de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría y especialista en el hospital Nuestra Señora de Candelaria (Tenerife).

La respuesta mayoritaria de los jóvenes cuando sienten malestar es aislarse (36,6%), según el último informe de la Fundación Manantial, #Rayadas: la salud mental en la población joven. Otro 30% pide ayuda a familiares, amigos o profesores, un 25% no hace nada y un 15% busca información en internet.

A Andrea le costó mucho ser consciente de la magnitud de su malestar, relata a elDiario.es. “No sé situar el origen en un momento concreto porque fueron muchos años de bullying. Estaba latente pero no era capaz de identificarlo”. Para ella, el apoyo familiar ha sido un sostén imprescindible, especialmente –explica– desde que salió del armario como mujer trans hace dos años y medio.

El cuerpo y la hiperconexión

Lo complicado de desentrañar es el porqué de un aumento de casos tan rápido. El último informe de la Fundación Manantial –#Rayadas: la salud mental en la población joven– sitúa el malestar emocional como una “realidad en la población joven” que se manifiesta “de formas particulares en esta generación”, como la retirada social, la alteración de los patrones de sueño, nerviosismo o inquietud. Los comportamientos autolesivos se incluyen en la lista.

Entre las preocupaciones más recurrentes, de acuerdo con el estudio, están la inestabilidad económica o el futuro a nivel social, además de no ser comprendidos por su familia, por sus amigos o no poder expresar lo que sienten. Entre los motivos se cuela también la presión y la exigencia que sienten en lo académico, lo personal, la vida social o la imagen. No tener éxito, por ejemplo, preocupa al 65% mientras que tener malas notas es nombrado por el 61,3%.

Para Sintes, la conducta responde a una época en la que todo pasa por la imagen. “Es todo superficial y expresado a través del cuerpo. Probablemente tenga que ver”, analiza, especialmente en el caso de las chicas, entre las que la prevalencia de autolesiones es mayor, “aunque los métodos que los chicos tienen de hacerse daño, como golpear una pared o dar a un objeto, puede también ser una autolesión aunque se cataloga como agresividad”. “Ser mujer es un factor de riesgo para esta conducta porque vivimos en una sociedad machista y a las chicas les han enseñado a retener su malestar emocional”, añade Ferrer.

González suma la “hipercomunicación” en un mundo súper conectado en el que se pueden dar a conocer unas conductas “que antes era más difícil poner en común”: “La difusión es mucho más colectiva sobre que esto es una vía de manejo del malestar”. Los profesionales recuerdan que la adolescencia es una etapa donde el cerebro es muy plástico y el “efecto moda” opera más que en otras edades.

El grupo de investigación COMKIDS de la Universidad Rey Juan Carlos, formado por periodistas y comunicadores, lleva dos años estudiando cómo se presentan estas conductas en las redes sociales y los medios de comunicación. En X (antes Twitter), los investigadores han constatado que se crea una identidad de grupo con un lenguaje propio que puede ser nocivo para la retroalimentación de las conductas autolesivas.

El equipo, liderado por Esther Martínez Pastor, analizó 187.906 tuits de 66.732 usuarios entre noviembre de 2022 y junio de 2023 con determinadas etiquetas y, entre las conclusiones, confirman que hay pocos relatos de recuperación, como el que da Andrea en este reportaje, que serían muy positivos para el resto de usuarios (solo un 1,4% de la muestra).

Queríamos comparar el mundo controlado por adultos, como los medios y las series, con el de los chavales, X y TikTok. Son como universos separados, no hay comunicación y es importante conocer el lenguaje para intervenir

Esther Martínez Pastor, investigadora de la URJC

Ahora están inmersos en un análisis similar de TikTok. “Nuestro objetivo es comparar el mundo controlado por adultos –como los medios y las series– con el de los chavales y chavalas. Nos hemos dado cuenta de que son como universos separados. No hay comunicación y es importante conocer el lenguaje para intervenir y para prevenir”, señala Martínez Pastor, cuyo interés por el tema surgió al abrir los ojos. “Un día mi hija vino con una amiga adolescente con un montón de lesiones en los brazos. Al irse le pregunté qué pasaba y me dijo que eran autolesiones. Me impresionó mucho”.

De su escaneo a los medios de comunicación, sacan una idea clara: la hemeroteca de 2012, primer año de la horquilla temporal analizada, se parece poco a la de 2022. La mayoría de noticias relacionadas con las autolesiones se publicaron en 2021, lo que muestra que se está rompiendo el silencio en torno a estas conductas.

Esto plantea otros problemas, según los profesionales. “Está muy bien que personajes famosos, como la actriz Angelina Jolie o la cantante Billie Eilish, hayan contado que se autolesionaban. Lo hicieron con toda la buena intención del mundo pero en algunos adolescentes ha provocado un efecto de idealización y normalización que nos preocupa y nos hace plantearnos cuál es la mejor manera de abordarlo. De buscar un equilibrio bueno entre dos polos: luchar contra el estigma y no idealizar, porque cuando dices a los chicos y chicas que autolesionarse no es funcional y no soluciona sus problemas te dicen que Eilish es productora y rica. Pasa con la anorexia y las modelos también”, describe Sintes.

Lo más recomendable, concluyen las especialistas, es pedir ayuda profesional. “Primero puede ser en atención primaria y valorar desde ahí si hay que ir a salud mental. En todo caso, cuando existen autolesiones significa que pasa algo, que hay alguna cosa debajo. Y su no abordamos ese malestar subyacente –advierte González– seguirá ahí”.

Andrea empieza a entender el daño que se hacía y sigue aprendiendo “a valorar las pequeñas cosas”. “Cuando me vi en la UCI, pensé que no quería volver a estar nunca más, nunca más llegar a ese punto. Este proceso me ha ayudado a conocerme, a poner límites, a saber lo que quiero y a poder ayudar con el trabajo previo que yo he hecho a las personas que, como yo, lo están pasando mal”.

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