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ENTREVISTA Socióloga

Beatriz Ranea: “Es paradigmático que los hombres estén sobrerrepresentados en todo y en la prostitución desaparezcan”

Beatriz Ranea, socióloga y profesora de la Universiadad Complutense de Madrid (UCM), autora de 'Puteros' (Catarata)

Marta Borraz

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“¿Por qué rara vez se les nombra? ¿Por qué hay hombres que pagan por sexo?” “Por qué la demanda es mayoritariamente masculina?”. Responder a esta y otras preguntas es el propósito con el que la socióloga y antropóloga Beatriz Ranea se embarcó en la investigación de la prostitución desde el prisma de la masculinidad hace ya algunos años. Su idea era evaluar y analizar las razones de los clientes, a los que llama “puteros”, e interpelarles frontalmente, traspasar el eterno dilema feminista entre abolir y regular y cambiar el foco: pasar de identificar únicamente la prostitución con las mujeres a darle relevancia a ellos, los clientes, sobre los que, asegura, hay “un pacto de silencio”.

Todo ello lo disecciona en su último libro Puteros. Hombres, masculinidad y prostitución (Catarata), con el que busca arrojar luz a “una de las caras más invisibles” del fenómeno. Ranea, declarada abolicionista de las que intentan “tender puentes” con posturas contrarias, asegura que es sobre las mujeres prostitutas “sobre quienes ha recaído el estigma” mientras los clientes se han librado de él: “Se hace explícito que están haciendo uso del privilegio masculino que es pagar por tener mujeres sexualmente disponibles y eso hay un interés en invisibilizarlo”, considera la también profesora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).

¿Existe un perfil de cliente de prostitución?

Existe un estereotipo, un perfil social sobre lo que entendemos que podría ser y que suele corresponderse con hombres de edad más avanzada o alejados del canon estético normativo, pero en realidad hay una gran heterogeneidad. Hay hombres así que acuden a los espacios de prostitución, pero en general son de diferentes clases sociales, diferentes ideologías, edades, orígenes y contextos. La variable que les une, que sepamos hasta el momento, es que son hombres que han sido socializados en la masculinidad hegemónica.

En el libro aborda específicamente la diferencia entre aquellos hombres que tiene poder en la esfera pública y los que no.

Sí, sabemos que ellos también consumen prostitución, que se erige como una especie de continuum de ese poder y una búsqueda de control sobre el orden de género. Y luego hay hombres sin poder de clase o en el ámbito del trabajo que también pueden acudir. En estos casos funciona como una especie de medida compensatoria de la masculinidad. Son hombres que pueden estar desposeídos en otros ámbitos e incluso pueden estar perdiendo el poder que tenían en el hogar con las mujeres y encuentran en la prostitución un espacio en el que volver a restituirse como hombres con poder, que deciden.

En general, el ejercicio de la masculinidad está muy atravesado por el grupo, ante el que la hombría tiene que ser expuesta constantemente. ¿Qué peso tiene eso desde el punto de vista de la demanda de prostitución?

Esto lo explica muy bien Rita Laura Segato, que define la masculinidad como un estatus en el que los hombres tienen que demostrar permanentemente ante el resto que son lo suficientemente hombres y es el grupo el que avalara si es o no uno de los nuestros. Si lo trasladamos a la prostitución, en las entrevistas con puteros aparecía con mucha frecuencia que el inicio en el consumo tenía ese carácter grupal. Tiene una importancia radical. O bien porque para algunos es una experiencia compartida físicamente, es decir, se trasladan juntos a espacios de prostitución tras una propuesta de amigos o compañeros de trabajo revestida de ocio, por ejemplo, o bien en lo que tiene que ver con la narración de la experiencia, en la que se genera un vínculo.

La invisibilidad hace que se puedan mover entre dos espacios sin interpelación crítica y manteniendo esa dicotomía tan patriarcal entre 'la puta y la mujer decente'

Hay una tendencia a identificar la prostitución con las mujeres como si encarnasen todo el sistema mientras los clientes gozan de una mayor invisibilidad. ¿Por qué?

Es paradigmático que los hombres estén sobrerrepresentados en la política, las empresas, los medios... en multitud de esferas de la vida y, sin embargo, en la prostitución desaparecen de la escena. Por un lado, en prostitución se hace explícito que están haciendo uso del privilegio masculino que es pagar por tener mujeres sexualmente disponibles y eso hay un interés en invisibilizarlo y en garantizar que no se nombra porque en cuanto se visibiliza, no se puede escapar del marco de que efectivamente se está reproduciendo una masculinidad contraria a la igualdad.

En un plano más individual, los pactos de silencio tienen también que ver con garantizar la reputación de estos hombres porque muchos de ellos se mueven entre consumir prostitución y tener relaciones sexo-afectivas con mujeres fuera de estos espacios. Un doble mundo y un relato del que, además, las mujeres estamos privadas. Hay una barrera que parece que no podemos traspasar. La invisibilidad hace que se puedan mover entre esos dos espacios sin interpelación crítica y manteniendo esa dicotomía tan patriarcal entre 'la puta y la mujer decente' que intentamos resquebrajar, pero que en sus testimonios está todavía muy presente.

En el libro asegura que la prostitución “se ha convertido en una guarida de la masculinidad hegemónica”. ¿A qué se refiere?

Ahora mismo estamos en un momento de empuje feminista y hemos conseguido que un montón de cuestiones, como la ampliación del concepto de agresión sexual y todo el debate sobre el consentimiento, se pongan en la agenda. Hoy hay muchas más prácticas violentas de hombres que se cuestionan, pero mientras todo esto está pasando, en los espacios de prostitución estas cuestiones quedan en suspenso y son una especie de guarida donde los hombres que no se sienten interpelados pueden sentirse una especie de 'auténtico hombre'. Esto no quiere decir que las mujeres en prostitución no tengan agencia. Las hay muy vulnerables, como las víctimas de trata, que no pueden poner límites y otras que sí, pero la expectativa que ellos proyectan en la prostitución es que es, o debería ser, un espacio sin límites.

Sin tocar la Ley de Extranjería y sin tocar la industria proxeneta, las medidas que proponen multar a la demanda son únicamente de maquillaje

Hay un debate actual sobre qué hacer con los clientes de prostitución. ¿Cómo deberían enfocarse las políticas públicas en este sentido?

Yo aquí no tengo muchas certezas. Sí tengo claro que hay que invertir muchos esfuerzos en prevenir que los hombres se inicien en prostitución y para ello son claves la educación sexual o los programas de sensibilización. Y luego está la cuestión de si sancionar o no a los demandantes, algo en lo que no tengo respuestas muy contundentes. Quizá es una medida que podría funcionar, pero siempre que vaya acompañada de una política que aborde de forma integral la situación de las mujeres en prostitución y las múltiples exclusiones que atraviesan, como por ejemplo la Ley de Extranjería. No es casualidad que la mayoría sean mujeres de clase popular, migrantes o en situación administrativa irregular. Sin tocar eso y sin tocar la industria proxeneta, las medidas que proponen multar a la demanda son únicamente de maquillaje, llaman mucho la atención, pero no solucionan la situación de las mujeres.

Hay expertas y organizaciones de prostitutas que alertan de que una política de sanción del cliente las abocaría a una mayor vulnerabilidad, a ejercer en espacios clandestinos y con menor protección. Esta ha sido una de las críticas principales a la propuesta que el PSOE empezó a tramitar la pasada legislatura y que el actual Ministerio de Igualdad ha asegurado que retomará.

Sin conocer, de momento, la propuesta que se va a presentar, si no incluye toda esa otra pata que comentaba quizá pueda generar más vulnerabilidad. Es algo que hay que reflexionar teniendo en cuenta que para mí el enfoque siempre tiene que estar centrado en garantizar que las mujeres sean reconocidas como titulares de derechos. Lo que sí soy partidaria es de incluir la tercería locativa [castigar a los dueños de locales en los que se ejerza la prostitución aunque exista consentimiento] porque la industria proxeneta es una industria criminal.

En el libro intenta no detenerse en el debate feminista sobre la prostitución, pero sí reconoce que se sitúa en el abolicionismo. ¿A esta corriente se le olvidan en sus análisis ese tipo de elementos como la Ley de Extranjería que mencionaba ahora, la feminización de la pobreza o la falta de acceso a la vivienda?

Creo que ninguno de los dos enfoques mayoritarios abordan en su complejidad las situaciones de precarización y vulnerabilidad. Yo soy abolicionista pero intento tender puentes y mirar otras cuestiones estructurales que a veces se escapan del debate. En cualquiera de las dos posiciones, si no se habla de estas cosas, no se avanza hacia ningún lado. Tomar medidas desde una perspectiva abolicionista de la prostitución sin tocar la Ley de Extranjería hará que siga habiendo mujeres en situación administrativa irregular en prostitución. Desde el punto de vista de trabajo sexual, sin tocar la norma tampoco podrían darse de alta como trabajadoras sexuales llegado el caso.

Una de las diferencias entre el empleo de hogar y de cuidados y la prostitución es que esta última tiene que ver con cómo se refuerza y reproduce el patrón de masculinidad a través de la sexualidad

Afirma que la prostitución está atravesada por una “alianza” entre el capitalismo, el patriarcado o el colonialismo, algo que se da también en muchos otros ámbitos feminizados. Poniendo el foco, como hace en el libro, en el privilegio de quién contrata el servicio ¿se está valiendo también de un privilegio y aprovechándose de esa alianza quien contrata, por ejemplo, a trabajadoras de hogar?

Quizá donde se ve más claro es en las empleadas de hogar en régimen interno, en muchos casos cobrando una miseria y sometidas a condiciones de semi esclavitud. Por supuesto ahí hay un aprovechamiento de un privilegio brutal y está conectado con la prostitución porque tiene que ver con los circuitos de exclusión que se generan dentro de la sociedad. No quiero decir que todas las familias que contratan empleadas de hogar estén en una situación de privilegio en todos los ámbitos de su vida, igual que los hombres que demandan prostitución no ejercen poder en todas sus esferas, pero sí hacen uso de un privilegio muy explícito en ese espacio. Si las mujeres tuvieran unas condiciones que no las empujasen a tener que moverse en estos circuitos de supervivencia, probablemente no aceptarían estas condiciones de trabajo como internas. Salvando las distancias, es como la cuestión de la prostitución. La idea de que haya mujeres que acaben en estas situaciones porque no tienen alternativa, para mí es inasumible como sociedad que plantea ser cada vez más justa.

No es esta una reivindicación tan potente desde el feminismo que pide la abolición de la prostitución. Incluso al contrario, para las empleadas de hogar se reclama la garantía de sus derechos.

A pesar de que hay similitudes por las situaciones por las que estas mujeres en situación de vulnerabilidad acaban en estos circuitos y por las cuestiones de género, clase y situación migrante, hay diferencias entre el empleo de hogar y de cuidados en sentido amplio y la prostitución. Esta última tiene que ver con cómo se refuerza y reproduce el patrón de masculinidad y de poder a través de la sexualidad masculina, algo que es contrario a fomentar relaciones sexuales que pongan el deseo o el consentimiento en el centro. En los espacios de prostitución se ve muy claramente que ellos son el sujeto importante y se garantiza que el hombre está en el centro del escenario y eso tiene un significado político.

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