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ANÁLISIS

Begoña Gómez, Clara Chía y el pánico trans

Begoña Gómez interviene en una mesa redonda en el Ateneo de Madrid

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Uno de los retratos más deformes con los que la modernidad nos ha premiado son las búsquedas en Google. Cebadas más por la necesidad de encontrar grietas en la trayectoria de las personas que por el interés legítimo, nos arrojan predicciones crueles sobre lo que queremos encontrar, dándonos ideas que quizá antes de abrir el buscador no teníamos. Así se cierra el ecosistema de las malas ideas virales, una esfera cerrada que suele conducir a paisajes bastante feos.

Si una se molesta en buscar el nombre de Begoña Gómez, la pareja del presidente del Gobierno, una de las primeras sugerencias que nos susurra el ojo que todo lo ve es “antes y después” o “nuez”. Algo muy parecido sucede también con Clara Chía, pareja de Gerard Piqué, entre cosas como “Instagram”, “fotos” o “de pequeña” se nos salpimenta la experiencia de búsqueda con términos similares a los que acompañan a Begoña Gómez. Estos bulos que situarían a una y otra como mujeres trans encierran muchas capas problemáticas de lo que somos como sociedad y de cómo las ideas patriarcales permean diferentes estratos, por muy a salvo que alguno de estos crean estar de la influencia del desprecio machista.

Se cataloga a estas mujeres cis como mujeres trans con la intención de menoscabar la hombría y la reputación de sus parejas, dos hombres de gran importancia cada uno en su profesión. Dos líderes. Dos alfas. Que la trayectoria de las mujeres deba soportar el peso de la honra de sus compañeros masculinos es, sin demasiada explicación, un anacronismo impropio de sociedades que se tengan a sí mismas por libres. Es volver al “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” y relegarnos al fondo de la fotografía como ángeles del hogar, custodias del lecho y damas intachables que acompañan con discreción los estruendosos pasos del titán.

Sucedería algo similar si en lugar de señalarlas como trans lo fuesen por haber desempeñado trabajo sexual, haber tenido parejas de su mismo género, ser seropositivas o haber transitado por alguna adicción. Lo que se entiende por intachabilidad, en estos parámetros, es una cosa estrechísima y anclada en una normalidad propia de la sección femenina. Las mujeres no deben tener otra vida que la que el patriarcado ha planeado para ellas.

No podemos obviar el sesgo casi frenológico de estas cuestiones y que la reacción transexcluyente nos ha traído a los dinteles de nuestras casas directamente del siglo XIX. La idea de que las mujeres altas, con estructuras oseas marcadas, rasgos duros, vello corporal, tráquea, voces graves y caderas estrechas, han de ser por fuerza sospechosas de esconder cromosomas debajo de las faldas es indignante, lo menos feminista que se me ocurre y una forma de hacer sentir vergüenza a casi todo el mundo. Ser trans no es algo que se padece, ni debería causar otra cosa que orgullo, pero intentar catalogar a seres humanos por las proporciones de su anatomía desde luego no es el mejor camino para concluir en emancipación alguna, la de género menos. Sea una cis, trans o negacionista del latín.

Lo que realmente se quiere decir desde tales señalamientos es que Begoña y Clara, en tanto que supuestas mujeres trans, en realidad son hombres. Pasando por encima de la transmisoginia repugnante que delata tal idea, parece que también resultaría intolerable que dos tipos tan importantes como Pedro Sánchez y Gerard Piqué pudiesen amar así, a hombres torcidos, a feminidades engañadoras, sin poder conservar al hacerlo su estatus como puntas de lanza de la sociedad masculina. Un mecanismo de pensamiento anal, extraído de imaginarios cuartelarios que tiene consecuencias desastrosas. Estas crueldades desembocan en conceptos como el “pánico trans” que pervive en algunos códigos de leyes y sirve de eximente si un hombre mata a una mujer trans alegando un estado de enajenación y miedo insuperables tras descubrir el “engaño”. No es ninguna broma, nunca lo es, jamás se queda en cuchicheos de redes sociales.

La violencia machista se perpetúa así, se aprende, se frivoliza con ella, se transmite como algo sin importancia, se incorpora al sistema de creencias y se lleva a cabo. Cuando alguien se ríe de que “Begoña es un travelo” o dice que “Clara es un pavo”, aunque sepa a la perfección que no lo son, está señalando a una y a otra como blancos legítimos. Del mismo modo que se hace con la condición trans, se pueden elegir otras, es todo parte de la cultura patriarcal violenta que nos hace perder hermanas cada día. La calumnia es el recurso más preciado de los cobardes y la incapacidad para amar con valentía, el caldo de cultivo en el que germinan los seres más odiosos que caminan por el mundo.

No se me ocurre un escenario más positivo, avanzado y libre, que el de una sociedad en la que su presidente del Gobierno o el héroe deportivo de turno caminen tranquilos y orgullosos de la mano de sus mujeres y estas fuesen públicamente trans. El día que lleguemos ahí habremos conseguido casi todo lo que importa.

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