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Un epidemiólogo y un internista, en primera fila contra la COVID, relatan las llamas de la pandemia

Un celador en el hospital de La Princesa de Madrid en mayo de 2020, durante uno de los peores momentos de la pandemia

Elena Cabrera

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Los hermanos Martínez-González reconocen que el libro que han escrito, La sanidad en llamas, es “polémico” e “incendiario”. “Mi hermano y yo no tenemos pelos en la lengua”, dice uno de ellos, Miguel Ángel, epidemiólogo especializado en medicina preventiva y salud pública. Participa en la conversación desde el despacho de su casa, que queda oculta tras un fondo virtual de uno de los “ciber” del Instituto de Salud Carlos III, el Ciberobn (Centro de Investigación Biomédica en Red de Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición) en el cual es jefe de grupo de investigación. La faceta más conocida del doctor Martínez-González se centra en la dieta mediterránea y los hábitos de salud; su libro ¿Qué comes? es un reciente best seller. El otro doctor Martínez-González, Julio, se une a la videollamada por el móvil, recluido durante un rato en el pequeño dormitorio en el que duermen, es un decir, las guardias en el Hospital Regional Universitario de Málaga las personas que atendían la emergencia del coronavirus en 2020. Enseña con la cámara dos mesillas, dos ventanas estrechas con persianas americanas azules que apenas detienen la luz, un flexo, una cama individual y dos literas que califica de “destartaladas”. Julio enfoca al techo para mostrarnos el respiradero. “Es enorme —ironiza— por lo menos de 20 centímetros, y además comparte ventilación con las habitaciones de COVID que teníamos al lado”. Ahora ese ala ya está cerrada.  

Julio es doctor en medicina interna y durante la pandemia se implicó intensamente en las Urgencias de su hospital. Admite que a estas alturas se han recuperado “regular” del cansancio físico y emocional que vivieron. “El golpe psicológico ha sido muy grave. Aunque uno sea médico y esté acostumbrado a ver gente que se muere, ver a tanta gente muriéndose con la impotencia de no poder hacer nada..., pues uno no es de hierro”, admite, recordando cómo en un primer momento utilizaban una medicación, indicada por los estudios chinos, que les decían que era eficaz pero que ellos comprobaban “que no servía absolutamente para nada y en algunas ocasiones le causaba a la gente más daño y sufrimiento”. Miguel Ángel apostilla que se refiere en concreto a los antipalúdicos cloroquina e hidroxicloroquina, el antibiótico azitromicina y los antivirales ritonavir y lopinavir, “que luego se han visto que no funcionaban”. 

En el libro hay un protagonista que es Luis, un médico internista que trabaja en el Hospital de Málaga y que se enfrenta en primera línea contra el virus. Este Luis, ante la ineficacia de los medicamentos que venían protocolados, quiere tratar a sus pacientes con corticoides; sus compañeros, en cambio, se oponen y temen salirse de las instrucciones que han recibido. Aunque Julio advierte que “Luis es un personaje ficticio” también revela que ha recibido ocho reclamaciones de sus compañeros del hospital y una llamada de atención del Colegio de Médicos por lo que cuenta en el libro, que va más allá de las medicinas administradas y critica también la lentitud sobre las PCR, las decisiones sobre a quién se les hacía o no los test, la falta de diálogo con los gestores del hospital y la carencia de equipos de protección. “No soy consciente de haber dicho ninguna falsedad, todo lo que cuento lo tengo absolutamente documentado y es indiscutible”, añade. El texto entrelaza casi día a día la experiencia en las urgencias COVID del Hospital de Málaga, que son las partes escritas por Julio, con las páginas que ha aportado Miguel Ángel, en las que se aporta mucha información científica sobre cómo funcionan las infecciones y los contagios, pero también señala, analiza y opina sobre la gestión política y sanitaria de la pandemia.

La fiabilidad de los datos

“El libro es un homenaje a los sanitarios heroicos, que han sido muchísimos. Pero nosotros pensamos que una chispa de fuego que aparece en un bosque es muy fácil de apagar y, en cambio, toda la sanidad entra en llamas porque no actuaron a tiempo las personas que tenían las responsabilidades en el Ministerio de Sanidad y en el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES)”, dice Miguel Ángel, que valora en el libro que se llegó “seis meses tarde” a las decisiones que podrían haber frenado la expansión del virus. En la misma línea, Miguel Ángel es muy crítico con Fernando Simón, director del CCAES, tanto por no haber tomado decisiones a tiempo, como el acopio de material sanitario o la recomendación de prohibir aglomeraciones en marzo, como por su falta de formación en epidemiología. “No me hubiera gustado estar en su pellejo pero si cometo por lo menos dos de estos errores, yo no cometo el tercero, yo dimito, porque hay que tener capacidad de autocrítica”, dice Miguel Ángel.

El texto también aborda la calidad de los datos epidemiológicos con los que se ha contado para entender y manejar la pandemia, sobre todo en lo que respecta a los fallecimientos y las divergencias entre las muertes oficiales y las estimadas. El registro de muertes por COVID-19 se basa en lo que comunican las comunidades autónomas pero estos médicos proponen que el Gobierno debería haber tomado los datos del Instituto Nacional de Estadística, los Registros Civiles, el Instituto de Salud Carlos III e incluso las propias funerarias para ofrecer a la población una realidad más ajustada al impacto de la enfermedad. “En esta pandemia lo que ha habido es sobre todo incertidumbre”, recalca el epidemiólogo. La cifra oficial de muertes en España es de 80.300 pero hay estudios que, tomando como referencia la muerte estimada según datos anteriores a la pandemia y los fallecidos reales, las víctimas directas del coronavirus estarían en 125.000 personas.

Julio y Miguel Ángel también son críticos con la falta de acceso a determinadas imágenes por parte de los medios de comunicación, pues piensan que si se hubieran mostrado imágenes más crudas de la pandemia durante la primera ola, se habría evitado el relajamiento de las medidas en verano y el repunte de la segunda. “No se aprovechó que todo el mundo estaba pendiente de los medios para que desde las instancias gubernamentales se educase a la población en lo que tenían que hacer”, dice Miguel Ángel, a lo que su hermano apostilla recordando que “la mejor campaña de Tráfico que hemos tenido, la que mejor funcionó, fue cuando vimos los muertos reales en los anuncios de televisión”, dice.

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