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España le pierde el miedo a la muerte

Tradicional celebración de Ánimas, en la iglesia del monasterio de San Martín de Castañeda (Zamora)

José María Sadia

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“¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas...; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente…”. Han pasado 160 años desde que Gustavo Adolfo Bécquer publicara en el diario El Contemporáneo uno de los relatos clave en la literatura de terror en castellano, El Monte de las Ánimas. El narrador sevillano logró trasladar a las gentes de su época un sentimiento muy presente en la fecha que centra la leyenda, la noche de Todos los Santos: el terror hacia la muerte. Siglo y medio más tarde, el 1 de noviembre —también el 2, Día de Difuntos— continúa marcado en el calendario como la cita anual de reencuentro con los fallecidos, con los familiares y amigos que ya no están. En cambio, la sociedad actual ha ido abandonando los rituales más tradicionales —fúnebres, pero de una extraordinaria riqueza— para abrazar una nueva idea de lo que representa la muerte, más banal, desenfadada y especialmente lúdica.

En las zonas rurales, especialmente en las más aisladas, echó raíces hace varios siglos el culto a las “benditas ánimas”, concepto cristiano en torno a las almas de las personas fallecidas que vagan por el purgatorio a la espera de encontrar la salvación. En pueblos de la provincia de Zamora, los vecinos acompañaban en procesión al porteador del Ramo camino de la iglesia, mientras los mozos “encordaban” las campanas para recordar a los difuntos. Una vez en el templo, se festejaba la creencia de que las personas fallecidas saludaban a sus familiares al reconocerlos. En el interior era habitual encontrar los altares de ánimas, en cuyos hacheros se colocaban grandes velones encendidos para rememorar a los ausentes. Asimismo, el ritual de los jóvenes de reunirse en torno a la hoguera durante toda la noche sin dejar de tañer las campanas es todavía hoy recordado por los vecinos de edad de muchos municipios. “Son vestigios de celebraciones que tuvieron un apogeo enorme en los pueblos; el hecho de que las zonas rurales se estén vaciando genera un desconocimiento de las tradiciones propias, que terminan por perderse”, analiza Francisco Iglesias Escudero, profundo conocedor de los rituales zamoranos.

He aquí la primera clave, la despoblación. Porque si los vecinos del mundo rural emigran a territorio urbano y quienes permanecen, acaban por desaparecer, ¿quién va a ocuparse de las ánimas? Un fenómeno demográfico que se ceba, en particular, con la llamada España Vacía. En Galicia, uno de los territorios más ricos en rituales en torno a la muerte, no queda ya rastro de muchas costumbres. Lo subraya Pepe Cortizo, profesor de Antropología en la Universidad de Pontevedra, que ha dedicado años de esfuerzo a rastrear vestigios tales como la música en los pueblos gallegos. “Hay gente que puede conocer las tradiciones a través de los medios de comunicación, la televisión, pero la vivencia real, en el día a día, está totalmente perdida”, sostiene. 

Galicia y su Samaín

Los rituales en las fechas de Todos los Santos en Galicia “no difieren mucho de lo que actualmente se practica en España”, precisa Cortizo, en referencia al culto a los fallecidos y a la visita de los cementerios para llevar flores. El antropólogo sí aprecia una diferencia en la habitual celebración del llamado Samaín, que “parte del mismo tronco que lo que hoy conocemos como Halloween, es decir, la fiesta gaélica del Samhain, que fue llevada a Estados Unidos por emigrantes irlandeses”. En esencia, se tenía la creencia de que la noche de Todos los Santos, la puerta del inframundo se abría y facilitaba el encuentro entre los vivos y los muertos. Y la forma de festejarlo se ha consolidado con el reencuentro familiar en torno a la música y la comida.

Infatigable investigador del folclore, el escritor Jesús Callejo se ha recorrido, palmo a palmo, los rituales de todo el país y, precisamente, aprecia que “es en Galicia donde más firme se mantiene el culto a los muertos a través de romerías, fiestas o magostos”. Y no solo en la festividad de Todos los Santos, sino también en citas llamativas como la antiquísima “romería de los muertos”, que el municipio pontevedrés de Santa Marta de Ribarteme renueva cada mes de julio. O en la creencia popular por la que se conoce la localidad de San Andrés de Teixido (A Coruña), adonde es necesario viajar con una piedra en el bolsillo y depositarla ante cualquiera de sus “milladoiros” para ganarse el camino directo al cielo.

No hay que olvidar que Galicia es tierra de leyendas, algunas especialmente conectadas con el aspecto de la muerte, como la macabramente popular Santa Compaña. “Hay gente que, hoy por hoy, aún sostiene que se sigue viendo en los bosques esa ancestral procesión, portando la estadea, la vela y el caldero de agua bendita”, apunta Jesús Callejo. “Según la tradición oral, a las personas que van a morir, dotadas de una especial sensibilidad, se les aparece un cortejo fúnebre”, ilustra Pepe Cortizo, quien atribuye el origen de la leyenda a “lugares aislados, donde todavía no había llegado la luz eléctrica, una oscuridad que propiciaba este tipo de creencias que no dejan de ser legendarias”.

Tener “una buena muerte”

Si el Samaín se mantiene vivo en los pueblos del Cantábrico, hay otra región conocida por su particular cercanía con ese más allá, cuya puerta se entreabre en estas fechas. Se trata de la recóndita (e igualmente bella) Sierra de Francia de Salamanca. ¿Hay alguien que no haya oído hablar de la moza de ánimas de La Alberca? La tradición, que arranca en el siglo XVI y cuyo nombre original es “esquila de ánimas”, ha sabido envejecer entre las empedradas calles del casco histórico de la localidad. Porque, en esencia, esa “moza” puede ser cualquier vecina del pueblo —de hecho, su protagonista es ya de edad— que cada viernes, al caer la tarde, camina por distintos enclaves del pueblecito, entre oraciones y toques de esquila, rezando por las benditas ánimas. El peregrinaje termina a los pies de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, donde figura un pequeño altar con hornacinas que guardan calaveras en su interior. Una costumbre recuperada por el vecino pueblo de Mogarraz, pero que también tiene sus paralelos en la comarca de Las Hurdes, situada al norte de la provincia de Cáceres.

“Hay lugares, como Las Hurdes, que han sabido conservar sus tradiciones con mucha fuerza: allí la muerte es tan venerada como temida”, afirma el investigador Jesús Callejo, quien precisamente dedica uno de los capítulos de su último libro, He visto cosas que no creerías (La Esfera), a la tradición de las ánimas. “Lo importante es tener una buena muerte, una muerte digna; de ahí que el ritual de rezarle a las ánimas del purgatorio se mantiene aún hoy vivo en muchos lugares del país, incluso en Canarias, donde existe la figura de los animeros, intermediarios que tratan de evitar que esas ánimas se aproximen a los vivos”. Oraciones que, según el propio Callejo, responden al origen judeocristiano de nuestra cultura. “Antiguamente, no se entendían las enfermedades ni cómo alguien podía morir de forma repentina, así que la explicación que se encontraba es que esa persona, o esa población en el caso de las pestes, había cometido algún pecado o alguna transgresión y este era el castigo”, explica.

Veneración y miedo a partes iguales. Un terror “inculcado por la propia Iglesia a través de rituales macabros y morbosos”, cuenta el investigador, sobre un sentimiento de pavor que ha ido menguando en la sociedad contemporánea. “Las celebraciones ya no se basan tanto en ritos católicos, porque el número de creyentes no es tan grande y porque existen otro tipo de confesiones religiosas o, finalmente, ninguna”, justifica. Así es como las celebraciones actuales han perdido el respeto, el miedo a la muerte, y su carácter más funerario. “Hemos experimentado un cambio radical, pasando al extremo contrario: del tenebrismo, la solemnidad y la sacralidad que estaban presentes desde la civilización romana hasta los días actuales, donde nos vestimos de zombis y nos tomamos la muerte a chufla”, añade. Un punto en el que el antropólogo Pepe Cortizo se muestra totalmente de acuerdo. “La muerte ya no da miedo; actualmente, parece que es un mero trámite que hay que cumplir, fruto de una sociedad totalmente secularizada”.

Una “revolución” en Soria

Se festejaba el día de Todos los Santos de 1986, cuando el profesor Ernesto López Gavira subió al Monte de las Ánimas que describe la leyenda soriana, junto con sus alumnos y algunos amigos. Allí compartieron en torno al fuego la lectura del citado relato de Bécquer y, al finalizar, algunos valientes se atrevieron a cruzar descalzos las brasas de la hoguera. Aquella actividad, espontánea y lúdica, se ha convertido hoy en uno de los pilares del Festival de las Ánimas, que da pasos hacia el reconocimiento de celebración de interés turístico por la Junta de Castilla y León. El director de este novedoso conjunto de actividades que se celebran durante diez días, Ernesto López (hijo del fundador), habla ya de una “revolución”: “Hay una tradición de donde venimos y un puente que celebrar, y estamos en esa parte maravillosa en la que se está gestando una actividad nueva de la que somos protagonistas”.

En realidad, los sorianos han arrinconado la influencia anglosajona de Halloween para apostar por una forma autóctona de entender la fecha de Todos los Santos y el posterior Día de Difuntos, en una semana construida sobre dos pilares: las actividades en torno a la literatura y una parte más lúdica, ambas conectadas en la figura de Gustavo Adolfo Bécquer y el inmortal relato El Monte de las Ánimas. La noche del 31 de octubre, varios cientos de personas protagonizan el emergente “Desfile de ánimas”, una procesión entre la zona del río Duero y el centro de la ciudad, en la que se dan cita más de un centenar de percusionistas, pirotecnia y —lo más llamativo— figurantes que dan vida a los esqueletos vivientes que Bécquer hace salir de sus tumbas en la narración de terror.

Al día siguiente, la noche de Difuntos —en la que el escritor sevillano ambientó la leyenda— “seguimos el mismo ritual desde hace 37 años”, apunta Ernesto López. Primero, la lectura de El Monte de las Ánimas, que desde hace una década ha incorporado la peculiaridad de incorporar entre sus narradores a actores de doblaje. Así es como los sorianos y los turistas que cada año llenan los hoteles de la ciudad se dejan sorprender al escuchar a los personajes de Bécquer como si se tratara del mismísimo Gandalf de “El Señor de los Anillos” (el fallecido actor Pepe Mediavilla) o su enemigo Saruman (Camilo García). Tras la dramatización, “ocho valientes cruzan, descalzos, las brasas de una hoguera que ha consumido una tonelada de leña de roble”, emulando aquella lejana noche de los ochenta. 

Fieles a la gastronomía

El Festival de las Ánimas y otras actividades paralelas en la provincia de Soria, como el Samaín de Garray o la recuperación de la actividad “La muerte en las Tres Culturas” en la vecina localidad de Ágreda forman parte de esa “revolución”, que trata de plantar cara a la pujanza de Halloween. “La invasión de otras culturas, sobre todo a través del cine, ha llegado con tanta fuerza que es casi una batalla perdida resistirse al ”truco o trato“ o a las famosas calabazas”, reconoce el director del evento. Ernesto López razona que “las tradiciones propias, que no están en ningún libro, son una herencia oral imposible de mantener en pueblos donde apenas tenemos ya tres habitantes”. De ahí, este contraataque más moderno e indudablemente, más lúdico y menos tenebroso.

Mejor ha envejecido esa otra vertiente de estas fiestas, la gastronómica. Jesús Callejo cita como el producto más típico las castañas, que se asan en la hoguera en los tradicionales magostos muy presentes en el norte del país. “También se da en otras zonas de España, como en Cataluña, donde las castañas se toman con vino y se acompañan de los populares panellets”, apunta, acerca de unos dulces fabricados con almendras y piñones. En Andalucía y Castilla La Mancha, por su parte, la receta de las gachas es protagonista. Con la particularidad de que en algunos pueblos, cuenta Jesús Callejo, “taponan las cerraduras de las puertas con gachas para evitar que entren los espíritus menos benéficos”, en referencia a localidades como Obejo (Córdoba) o Bejígar (Jaén).

Diferentes costumbres locales que se unen al consumo de los afamados buñuelos de viento (cada uno de estos dulces está llamado, según la creencia, a salvar un alma del purgatorio) o los huesitos de santo. A la ineludible tradición de llevar flores al cementerio —en particular, violetas, dalias o crisantemos— y hacer un hueco para revivir en el teatro la representación de Don Juan Tenorio, la obra maestra de José Zorrilla. Rituales, estos sí, que perviven pese a que la sociedad del siglo XXI camina hacia la secularización y el descreimiento, donde la muerte incita más a la risa que al miedo. Lejos, sin duda, de aquella terrorífica Noche de Difuntos soriana cuyas ánimas eran capaces de “helar de horror la sangre” de cualquier ser viviente que las contemplara.

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