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La hambruna española borrada por Franco que no aparece en los libros de historia

Dos niños en el barrio de la Chanca (Almería)

Marta Borraz

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Poco después del comienzo de la Guerra Civil, el 1 de octubre de 1936, Francisco Franco salió al balcón de la sede de la Capitanía General de Burgos y se dirigió a una multitud tras ser nombrado jefe de Estado, un cargo que ostentaría durante 40 años: “Tendremos vivo el empeño en que no haya un hogar sin lumbre, en el que no haya un español sin pan”, aseguró. Pero la promesa, que se convirtió en un lema propagandístico que permanecería durante toda la dictadura, estuvo muy lejos de cumplirse. España pasó hambre, mucha hambre, durante una buena parte del franquismo.

La década de los 40 no fue solo un periodo de “escasez” o “necesidad”, como habitualmente ha sido descrita. Las limitaciones durante la guerra fueron una realidad, pero después llegaron los llamados años del hambre, en los que la miseria y las dificultades para alimentarse se extendieron entre miles de españoles. Y ni siquiera esta descripción retrata fielmente la realidad. Porque en los peores años del hambre lo que ocurrió en España fue “una hambruna en toda regla” equiparable a otras europeas del periodo de entreguerras del siglo XX, pero con una diferencia: la española fue “silenciada y borrada” de la historia.

Así lo afirma con rotundidad el historiador y profesor de la Universidad de Granada Miguel Ángel del Arco, que ha publicado sus hallazgos en varias investigaciones. “Para que haya una hambruna se tienen que dar una serie de características que se cumplen a la perfección, la nuestra encaja como un guante. Hubo una gravísima carencia de alimentos y un exceso de mortalidad por inanición o por enfermedades relacionadas con la desnutrición. Algunas en parte erradicadas o con muy baja incidencia como el tifus, la tuberculosis o la difteria crecieron de forma espectacular”, asegura el experto, coordinador del libro Los años del hambre. Historia y memoria de la posguerra franquista.

Se considera que los años del hambre duraron hasta 1952, cuando el sistema de racionamiento impuesto por la dictadura llegó a su fin, pero la hambruna española se extendió entre 1939 y 1942, además de en 1946. Ocurrió en toda la geografía, pero fundamentalmente en el sur del país, esgrime el historiador, que apunta a las cifras disponibles sobre muertes asociadas al periodo: historiadores como Stanley G. Payne han calculado que durante la hambruna hubo al menos 200.000 muertos por causas relacionadas con el hambre, mientras que otros llegan a hablar de 600.000 fallecidos.

Del Arco ha buceado en archivos nacionales e internacionales para hallar documentación del régimen y de la diplomacia internacional que permiten vislumbrar la envergadura de la hambruna española, además de recurrir a la memoria oral de quienes, hoy ya muy mayores, vivieron el hambre en su propia piel.

Desabastecimiento, desnutrición, precios desorbitados, racionamiento, largas colas, muertes...La imagen descrita por la diplomacia británica en nuestro país refleja una sociedad arrasada por la falta de alimentos y al borde del colapso, algo que los informes de la embajada recopilados por el historiador no dejaron de reiterar. En noviembre de 1939, el comandante de la Royal Navy Alan Hillgarth aseguraba que la falta de comida estaba “colocando a la gente en un estado cercano a la desesperación” y hasta “un cuarto de la población de España está prácticamente muriéndose de hambre”. “Me pregunto si se creerá que la gente está comiendo nada más que bellotas y castañas”, decía otro informante de la embajada en Huelva.

Pero también las propias autoridades franquistas llegaron a reconocerlo en comunicaciones internas. En enero de 1940 el jefe local de Falange de Rioja (Almería), reconocía que la población llevaba más de cuatro meses sin aceite, pan o patatas y aseguraba que “el hambre y la miseria están extendidos a todos los vecinos”. “Hay cientos de niños, hombres y ancianos paseando su miseria e implorando una limosna [...] más de 2.000 personas que si no roban (cosa que aquí está a la orden del día) se mueren de hambre ellos y sus familias”, decían las autoridades franquistas de Peñarroya (Córdoba).

Las excusas del franquismo

Sin embargo, a pesar de la gravedad de la situación, que golpeaba con fuerza a quienes no encontraban trabajo, muchos de ellos marcados por ideas republicanas, y a quienes no tenían tierras ni propiedades, la hambruna española quedó escondida en un rincón de la historia y en la memoria de quienes la vivieron.

“La población estaba literalmente muriendo de hambre, pero no ha sido hasta hace poco cuando se le ha dado la importancia que tiene”, explica Del Arco, que habla de un cierto “vacío historiográfico” sobre el estudio del hambre en los años de posguerra y reclama que “esta violencia lenta pero que también mató a mucha gente” empiece a formar parte de la memoria histórica y sea parte clave de los libros de texto y la enseñanza de la asignatura de Historia en los centros educativos.

Para entender el porqué de este borrado hay que tener en cuenta que el propio régimen franquista sobrevivió tres décadas más a este periodo. “Esto fue clave porque la dictadura siempre silenció lo ocurrido. Franco logró borrar la hambruna de la historia y la cambió por el desarrollismo y el milagro económico. Los años 50 no fueron de esplendor económico pero sí hubo una clara mejora respecto a los 40 y mucha gente se quedó con esa sensación positiva. Como el franquismo se mantuvo tanto tiempo pudo escribir sus mitos y arraigarlos. Al final nos quedamos con la imagen de un régimen que trajo la modernización a España pero no que trajo una hambruna”, apunta el historiador.

Tres fueron las justificaciones principales que utilizó el franquismo para evitar asumir la responsabilidad de la miseria en las calles: los discursos auto exculpatorios apuntaban a los estragos de la guerra y a la “barbarie roja”, pero a medida que pasaba el tiempo este argumento fue quedando atrás. Después llegó la “pertinaz sequía” y el aislamiento internacional. “Está claro que hubo una contienda antes, pero se sabe que las destrucciones no fueron tan importantes y que la sequía como motivo de malas cosechas fue pronunciada en 1945, pero no justifica todo el periodo. Por otro lado, el bloqueo económico fue una reacción de los países aliados a la colaboración de la dictadura con Hitler, pues mientras la población española moría de hambre, el régimen se dedicó a exportar materias primas como forma de pagar la deuda por su ayuda en la guerra”.

Al contrario, y tal y como han demostrado historiadores y economistas como Carlos Barciela, la pobreza que atravesaba el país tuvo su origen en las decisiones políticas de Franco, que nada más terminada la contienda impuso una política autárquica de inspiración fascista. El régimen estableció un férreo control de la economía y fijó los precios oficiales de los productos básicos, lo que provocó un descenso de la producción. A la escasez de alimentos se sumó la proliferación del mercado negro, con una elevadísima inflación, en el que se vendían todo tipo de productos a los que solo podían acceder quienes podían permitírselo.

El pan como símbolo

Si hay un símbolo de este periodo que destaca por encima del resto son las colas a las puertas de las tiendas de ultramarinos para poder acceder al racionamiento, el sistema implantado por la dictadura en 1939 hasta 1952. Gloria Román Ruiz, historiadora de la Universidad de Granada, explica que aunque las cartillas de racionamiento fueron familiares al principio pasaron después a ser individuales y daban acceso a alimentos de primera necesidad, pero no cubrieron las necesidades de la población. “Las mujeres esperaban horas y horas para llenar sus cestas y no siempre lo conseguían o si lo hacían eran en cantidades menores o con productos de pésima calidad”, sostiene la experta.

La imagen de las colas a las puertas del Auxilio Social o de los niños en sus comedores marcó también aquella época. Esta organización falangista no solo “no dio abasto y se vio desbordada” siendo su ayuda insuficiente ante la extrema necesidad de la población, sostiene del Arco, sino que “tuvo una función política” al convertirse en “la cara amable del régimen” y lograr dos objetivos: por un lado “desmovilizar a la población” y por otro “difundir su propaganda y sacar un rédito político de la miseria”.

La hambruna afectó fundamentalmente a Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y la Región de Murcia y, aunque tradicionalmente se ha creído que en el campo no hubo tanta escasez como en las ciudades, lo cierto es que el ámbito rural también se vio duramente golpeado. “Es cierto que había lazos comunitarios y casi todo el mundo tenía algunos animales o una pequeña huerta, pero también el sistema de racionamiento funcionaba mejor en las ciudades porque el régimen creía que en ellas había más probabilidades de insurrecciones. Además, muchas zonas estaban mal comunicadas para la llegada de los abastecimientos”, cuenta Román.

El más paradigmático de los productos era el pan, un alimento que ya entonces tenía una enorme carga cultural y simbólica y que dividió a España entre aquellos que podían comer el de siempre, pan blanco de harina de trigo y los que debían conformarse con el que entregaban en el racionamiento, el pan negro, hecho de otras harinas como cebada o centeno. La historiadora asegura que “no era nocivo para la salud”, pero “tenía mal aspecto y a veces contenía los hilos de los sacos” mientras que culturalmente era considerado “un pan de segunda categoría”.

Así, hubo quienes se pasaron años anhelando el pan blanco que no podía faltar en la mesa. Todavía hoy es común ver a personas mayores que sin excepción acompañan cualquier comida con el preciado y sagrado alimento y que lo besan si se cae al suelo, pero nunca lo desperdician. Son estas señales de la “memoria del hambre”, como la llama Román, que sobrevivió con quienes la padecieron aunque en ocasiones lo nieguen ante una sociedad que avergüenza a quien pasa hambre.

Estrategias para resistir

Para muchas familias, el día a día en la década de los 40 se convirtió en una lucha por la subsistencia, ante lo que desarrollaron estrategias diversas. Fueron años en los que “se intensificó la picaresca” y la creatividad sobre todo de las mujeres, encargadas de los cuidados y las cocinas. El ingenio hizo que se popularizaran recetas de subsistencia con los pocos alimentos disponibles o se elaboraran sucedáneos como el café de achicoria o malta o la tortilla sin huevo, como muestra el recién publicado Las recetas del hambre, un libro de los antropólogos de la Universidad de Extremadura David Conde y Lorenzo Mariano con ilustraciones de José Carlos Sampedro que hace un recorrido por aquellos platos.

Román y del Arco han documentado también cómo había quienes llegaban a cocinar hierbas directamente arrancadas del campo e incluso animales como los gatos, algo que no estaba culturalmente aceptado. La delincuencia por hambre acabó también siendo una realidad frecuente así como el estraperlo, intentar vender algún producto en el mercado negro para poder satisfacer sus propias necesidades.

La situación no fue igual para todos. La corrupción y el enriquecimiento de algunos sectores y apoyos económicos del régimen fue también una realidad al mismo tiempo que otra parte de la población atravesaba enormes penurias. El mercado negro fue un foco de riqueza para algunos mientras el régimen “incurría en favoritismos”, según del Arco, en el marco de su política intervencionista. Evaluar el sistema autárquico desde un prisma de “eficacia de clase” y no económica para la población general, lo cierto es que permite concluir que “fue un éxito total”, esgrime el historiador.

Aunque para amplias capas de la población aún los años 50 fue una década de miseria, en general supuso una mejora de las condiciones de vida. El tiempo fue pasando y las penurias económicas fueron eclipsadas por el “discurso triunfante” de Franco, que a pesar de la propaganda y la manipulación de la realidad, logró su objetivo: “Desde el punto de vista político todo esto tuvo unos efectos muy claros, entre ellos la supervivencia del régimen, que logró tener a la población domesticada a través de la gestión del hambre durante mucho tiempo”, concluye del Arco.

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