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La justicia climática hace insostenible el modelo del “taquillazo” en los museos públicos

Parte del trabajo de Cartonlab, en una exposición en la Galleria Nazionale de Roma.

Peio H. Riaño

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En el año 2019 la organización WWF y el Museo del Prado se unieron para lanzar una campaña contra el cambio climático en la que se intervenían cuadros para denunciar el calentamiento global y los efectos que tendrá. Aquella acción coyuntural demostró la capacidad que tienen estas instituciones para generar opinión pública. En este caso, para crear conciencia contra las desigualdades causadas por el impacto de la crisis climática. Este año, el lema del Ministerio de Cultura y Deporte para el Día Internacional de los Museos, que se celebra este jueves, es precisamente: “Museos, sostenibilidad y bienestar”.

Efectivamente, los museos son uno de los mejores altavoces para luchar por la justicia climática: son instituciones creíbles y su compromiso en países como Francia y Reino Unido se extiende más allá de una campaña publicitaria cada cuatro años. En Francia, por ejemplo, existe desde hace una década una “carta verde” que consiste en seguir y limitar la huella de carbono provocada, además de obligar al reciclaje de materiales utilizado para el montaje de las exposiciones temporales.

Los museos europeos se han concienciado de su papel como elementos contaminantes y se aclimatan de urgencia a las necesidades sociales. Esta revisión de paradigma fue evidente cuando, hace unos meses, el Consejo Internacional de Museos (ICOM)  cambió la definición de “museo” –se mantenía la de los años setenta– para enfatizar una visión inclusiva, diversa y sostenible.

Reducir las emisiones de gases invernadero es una misión esencial de los museos, según esa nueva definición. Desde la Asociación de Museos Británicos reclaman instituciones “valientes y audaces” para tomar medidas contra las emisiones de carbono a partir del uso de energía en los edificios. Piden planificar el diseño de exposiciones temporales teniendo en cuenta variables que afectan a la crisis climática, como es el transporte de obras de arte y personas, la adquisición y venta de bienes y servicios (alimentos, materiales, merchandising, desechos, agua, etc.), así como los materiales que se utilizan para la construcción de los recorridos. Por estas razones animan a las instituciones públicas a revisar sus estructuras humanas, las arquitectónicas y las energéticas. Después, evaluar sus comportamientos para descubrir impactos directos como la huella de carbono.

Las pioneras de la lucha 

Hay una organización sin ánimo de lucro pionera en la movilización de las artes y la cultura para la creación de medidas favorables a la justicia climática. Su nombre es Julie’s Bicycle, están ubicadas en Londres, tienen un organigrama de 28 trabajadores (cuatro de ellos hombres) y trabaja desde hace 17 años por colocar la justicia climática en el centro de las políticas culturales. 

La historia de esta organización arrancó en 2006, cuando Alison Tickell (que no Julie) se subió a una bici para encontrarse con algunos amigos de la industria musical en un restaurante llamado Julie’s. En aquella cena imaginaron, entre otras posibilidades, festivales alimentados con energía solar. Casi dos décadas después, han hecho realidad muchos de aquellos sueños y siguen trabajando para que otros se cumplan. El año pasado la organización inglesa creó un Centro de Justicia Climática para profesionales de la cultura y artistas, interesados en comprender las causas sistémicas de la crisis climática. Es un centro de formación para aprender a responder a la crisis. 

El primer paso que hay que deben asumir los museos, según recomendación de esta organización, es que la sostenibilidad sea un tema de agenda en todas las reuniones de las instituciones públicas y privadas. Debe tener un área propia en la institución y todos los asuntos que se traten, desde los departamentos de educación a marketing, tienen que ser atendidos desde la perspectiva de la crisis climática. 

En España ni los museos ni el Ministerio de Cultura han incluido la justicia climática como parte de su misión, ni se analiza cómo impactan sus prácticas en el medio ambiente. Ni siquiera la escalada de los precios de la energía ha hecho reaccionar a las instituciones públicas. Los costes energéticos de los centros se incrementaron en 2022 un 65% respecto al año anterior. 

El impacto del transporte

Los museos están obligados a pensar soluciones a favor de energías renovables, consumir productos de origen sostenible, incorporar procesos para monitorizar y rastrear los impactos medioambientales, analizar las emisiones de carbono, construir temporales con materiales reciclados al 75% al menos, en el transporte de obras de arte reutilizar las cajas y, también, a eliminar las entradas de papel. La opción es la entrada digital o fichas reutilizables. El impacto del uso fetichista del papel tiene un impacto económico en las cuentas del centro: el año pasado, por ejemplo, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza pagó más de 40.000 euros por 500.000 entradas para la taquilla. 

Todas estas medidas cuestionan el modelo del taquillazo: exposiciones llamativas cuyo único objetivo es obtener grandes beneficios económicos en la venta de entradas para mantener equilibradas las finanzas del centro. Este modelo “blockbuster” no es tan antiguo, pero está completamente agotado. Y es insostenible en el paradigma al que nos enfrentamos, que como aclara el autor Jorge Riechmann en su último ensayo: “Hay que empobrecerse por las buenas o por las malas”. La renuncia a las exposiciones temporales de presupuestos disparatados en transporte aéreo de piezas que cruzan el mundo para ir de un museo a otro no es sostenible.  

El transporte representa alrededor de una cuarta parte de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Hay una necesidad urgente de descarbonizar los viajes del arte. La alternativa es el tren y el camión y, sobre todo, la renuncia a grandes préstamos internacionales para fijar la atención en las colecciones propias. La crisis sanitaria ha demostrado que, sin un taquillazo, los museos pueden ser atractivos a la ciudadanía que los cuida y protege. 

La recomendación de Naciones Unidas para la población mundial es reducir los vuelos de larga distancia, ¿cómo es posible que esta exigencia no haya sido una de las condiciones para la organización del 50 aniversario de la muerte de Picasso? Este periódico ha preguntado por el número de préstamos totales y viajes entre Francia y España a los herederos del legado Picasso, aunque no ha obtenido ninguna respuesta. Bernard Picasso, nieto del artista, dijo en la presentación de los eventos que calcula un desplazamiento de alrededor de 600 piezas.

Un modelo insostenible e innecesario

El caso del Museo del Prado es revelador: en 2016, con la gran exposición de El Bosco, lograron citar a 589.692 visitantes. El récord absoluto de aforo desbordado. Se expusieron más de 50 pinturas y una buena parte vinieron del extranjero. Aquel año los ingresos propios del museo suponían el 71,4% del total de ingresos y el 28,6% eran ingresos por subvenciones. El Prado vivía un modelo sustentado por la taquilla y las ayudas públicas eran menos de un tercio. Ese modelo murió con la pandemia y se invirtió: los últimos datos publicados por el museo descubren que el 68,4% de los ingresos son subvenciones y el 31,6% son ingresos propios. Entonces, ¿por qué se mantiene en 2023 un modelo insostenible con el cambio climático? 

Desde la dirección de Julie’s Bicycle explican a este periódico que “el transporte aéreo debe evitarse y trabajar para consolidar metas en los próximos años para utilizar otros métodos de transporte para las obras de arte”. La preferencia son por tierra o marítimos. En Londres la perspectiva sobre las conocidas exposiciones blockbuster es distinta. “Cada vez hay menos en museos públicos, por una cuestión de costes”, aseguran. 

No es lo que ocurre en España, donde el Museo del Prado ha batido sus récords de gasto en transporte de obras para una exposición temporal. Un millón de euros para el movimiento de las pinturas de Guido Reni. El impacto de huella de carbono que ha causado no lo podemos saber porque el centro no lo ha calculado. Por otro lado invirtieron 250.000 euros en el montaje del recorrido. Lo más llamativo de la principal institución cultural española está en su Plan de Actuación 2022-2025: el cambio climático no figura de ninguna manera entre “los cinco grandes objetivos”. Simplemente, no está en la agenda.

Un nuevo paradigma museístico

La justicia climática supone el final de un paradigma que parece indestructible, y que no ha derrotado ni la pandemia del Coronavirus. Las grandes inversiones en exposiciones temporales internacionales, cuya finalidad es atraer masas de turistas a la taquilla, ha vuelto a crecer en 2023. Con datos económicos mejores que en 2019. Para la organización Julie’s Bicycle, hay que revisar los criterios de préstamo de obras de arte y repensar qué historias deben hacerse visibles en la actividad de un museo público. 

Durante la crisis sanitaria, los museos se esforzaron por ampliar la investigación de sus propias colecciones, y dejar de depender de los préstamos internacionales. No había posibilidad de vuelos. A lo largo de un año esta tónica estuvo activa. Una vez se superó la COVID-19, los museos regresaron a toda velocidad al modelo que parecía muerto para garantizarse la supervivencia económica. Algunos directores de museos públicos, incluso, justifican estas exposiciones temporales superventas como garantía de su presencia en los medios de comunicación. 

“En relación a los pr éstamos, cada museo es diferente y tiene su propia programación de exhibiciones y de colaboraciones internacionales. Creo que el préstamo de obras tiene que analizarse en un contexto determinado. Existen muchas formas de colaborar internacionalmente que no necesariamente supone el envío de obras. Las colaboraciones pueden darse a través de la investigación o programación conjunta. Hay mucho trabajo que hacer en temas de descolonización también. En Europa el intercambio de obras puede hacerse por vía terrestre sin muchas complicaciones”, explica Graciela Melitsko Thornton, Creative Green Programme Lead, en Julie’s Bicycle.

Las alternativas

Cartonlab es una empresa de Murcia que se dedica a diseñar y producir mobiliario de cartón reciclable. Han trabajado para museos españoles, pero también italianos y norteamericanos. Nacho Bautista, arquitecto y socio de la empresa, cree que la falta de conocimiento y de conciencia en las direcciones de los museos impide un desarrollo mayor del uso de materiales reciclados, como el cartón. “La limitación del cartón frente al acero es la resistencia, que hemos avanzado mucho. Pero tiene muchísimas ventajas sobre los materiales tradicionales, porque puedes imprimir directamente sobre la superficie y ahorrar otros tantos materiales. El montaje también es mucho más rápido y tiene una huella de carbono mucho menor en el transporte. Y sobre todo, es reciclado”, asegura. A pesar de todo, cuenta que en las ferias y eventos la situación es “mucho más dramática” porque se monta para dos días y todo va a la basura. “Al menos en un museo es para un par de meses”, dice. En 2016 les llamaron desde El Prado para trabajar en la exposición de El Bosco: les encargaron la tienda de merchandising...

A las pantallas

“La digitalización puede tener un rol también en la democratización del acceso, aunque no está exenta de impacto ambiental. Sin duda es una decisión que requiere valentía. Demandará en primer lugar un cambio de narrativa en la misión y función del museo y su relación con el turismo urbano”, continúa Graciela Melitsko. El inconveniente de la “fórmula pantalla” es que todavía no se ha hallado la manera de rentabilizar ese esfuerzo de comunicación y divulgación. 

“Los museos tienen un importante papel al repensar y visibilizar los vínculos entre el clima, las cuestiones históricas, sociales, económicas y éticas. Esto es lo que llamamos hacer campaña por la justicia climática. Es importante que los museos participen en las políticas climáticas y regenerativas locales, desde donde imaginar otros futuros posibles”, explican desde Julie's Bicycle. 

Como han demostrado las polémicas acciones para concienciar contra el aumento de la temperatura en la tierra, “los museos son plataformas únicas para el aprendizaje, el debate y la generación de ideas necesarias para actuar frente a la crisis climática y ecológica”, apuntan desde la organización londinense. “Nos ayudan a comprender nuestro patrimonio y nuestros valores, a interpretar nuestro presente y a imaginar nuestro futuro. Ponen en común las grandes historias de las culturas de la humanidad y los valores que las conforman. Es importante entender el cambio climático en un contexto socio histórico y reflejar a través de las exhibiciones y colecciones nuestro vínculo con la naturaleza y el mundo que vamos construyendo”, añade Graciela Melitsko. 

Cuentan desde Julie's Bicycle que muchos museos ya se replantean su acción y su papel medioambiental como una oportunidad para crear organizaciones “más equitativas y resilientes”, tanto para sí mismas como para las comunidades a las que sirven.  

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