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Llegan tarde las leyes de Memoria para el hijo del capitán Patiño: la última oportunidad para las primeras víctimas del terror franquista

Fernando Patiño en el cementerio de Sevilla donde visitaba la apertura de una fosa, junto a una imagen de su padre fusilado.

Juan Miguel Baquero

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“Papá se fue entre claveles rojos”. María José Patiño escribe desde Buenos Aires, Argentina. Fernando, su padre, ha fallecido. Un año antes viajaban juntos a España para recorrer la tierra donde el padre de su padre sigue siendo un desaparecido. Las leyes de Memoria, las fosas abiertas y la reparación que reclama Naciones Unidas llegaron tarde para el hijo del capitán Patiño.

Fernando Patiño visitó el cementerio de Sevilla a finales de septiembre de 2019. Tenía 87 años. Unos 4.500 ejecutados por los golpistas están enterrados en varias tumbas ilegales del camposanto de una ciudad sin guerra. Uno es su padre, el capitán Manuel Patiño, militar que permaneció leal a la democracia y acabó ejecutado a tiros por los golpistas.

Sus huesos quizás reposan en la fosa de Pico Reja, ahora abierta. Aquel día todavía quedaban unos meses para el inicio de los trabajos arqueológicos. El deseo de Fernando era regresar, ver la tierra rota, sentir cómo afloran los cuerpos. Vivió esa realidad, conmovido, en Salteras. Esa misma mañana dejó su muestra de ADN para posibles identificaciones futuras.

Coincidió aquella jornada, también, con la decisión del Tribunal Supremo que avaló la exhumación de Franco del Valle de los Caídos y el traslado del cadáver momificado del dictador al cementerio de Mingorrubio. “La familia de Franco lo tendrá con ellos. Nosotros tenemos que seguir buscando”, valoraba Fernando a pie de fosa en declaraciones a este periódico. Un año después, ha muerto sin encontrar respuesta.

Memoria del exilio en Argentina

“Papá se fue entre claveles rojos, La Yumba, tango de Osvaldo Pugliese que a él le gustaba, música gallega y el aplauso de todos. Fue una fiesta donde la lluvia lavó la tristeza”. En la descripción de María José se desliza su reconocible acento argentino, ese que Fernando, su papá, trazaba en ocasiones con aires de gallego emigrado. La familia, tras el asesinato, buscó exilio en Argentina. Allá creció Fernando, nació Majo, quedó custodiada la memoria íntima.

España acumula graves violaciones de los Derechos Humanos cometidas por los golpistas que provocaron la Guerra Civil y la dictadura de Francisco Franco. Pasadas ocho décadas, la mayoría de las cuestiones están por resolver. Y las heridas por cerrar.

El Gobierno planea una nueva Ley de Memoria Democrática que garantice los derechos de las víctimas. Tantos años de retraso en esta materia, sin embargo, condenan a la mayor parte de familias a no recuperar jamás a sus muertos: apenas 25.000 cuerpos podrán ser rescatados de fosas y cunetas y unos 7.000 identificados, según un informe del Ministerio de Justicia al que tuvo acceso elDiario.es.

Entre tanto, los hijos de aquellos primeros asesinados por el franquismo superan cuanto menos los 84 años de edad y, los que quedan, siguen buscando verdad, justicia y reparación. Unos huesos para que una sepultura digna cicatrice la tragedia y la tortura que la desaparición ha supurado toda una vida.

“Emocionado” viendo una fosa abierta

“Me he emocionado mucho viendo la exhumación en una tumba de otros que han sido asesinados”, declaraba hace un año Fernando Patiño. De la tierra amanecían los huesos de varios represaliados, como testigos de los asesinatos franquistas de Casa Buena en Salteras: “Déjame con mis heridas y sigue tú con tu victoria”, decía Julián González, hijo de uno de aquellas víctimas.

Horas antes recorría el rincón del cementerio de Sevilla donde el capitán Patiño es posible que comparta tierra con Blas Infante, el Padre de la Patria Andaluza, y más de mil ejecutados por los sublevados al mando del genocida Queipo de Llano. El militar golpista sigue enterrado con honores en una iglesia. El que defendió la democracia española continúa desaparecido.

“Esta decisión de la justicia me da fuerzas, porque han decidido sacar de su lugar de culto al causante de tanto sufrimiento”, contaba Fernando cuando conocía el aval a la exhumación de Franco mientras él seguía buscando a su padre. “Los honores Franco ya los tuvo, ya existieron”.

“Y que me perdone su familia, pero se le ha respetado, se le dará una tumba cristiana como él hubiese querido, como su familia puede pretender”, defendía. A los suyos no. Los perdedores han lidiado siempre con el muro de la impunidad. La muerte de Fernando Patiño, intentando agarrar la memoria de su padre simboliza a una generación, las primeras víctimas del terror franquista, capaz de emprender un viaje de 11.000 kilómetros para torcer la desmemoria impuesta.

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