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ENTREVISTA Charo Fernández

La madre de Ricardo Ortega: “Es triste que un muro infranqueable impida saber la verdad de lo que pasó el día que lo mataron”

Charo Fernández, en una imagen reciente.

Carlos Hernández

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Han pasado 20 años desde la muerte del mayor de sus cuatro hijos, Joserri, el mítico reportero Ricardo Ortega. Dos décadas que han dejado huellas en su rostro y, sobre todo, en su alma, pero que no han podido borrar su eterna sonrisa. Charo Fernández sigue siendo, ante todo, una mujer apacible, culta y reflexiva, que transmite confianza y tranquilidad al interlocutor que se le ponga por delante. Aunque hace ya tiempo que se jubiló del aula y dejó de ejercer como profesora de Literatura, su pasión por los libros permanece intacta. “Leo mucho y, además, últimamente he disfrutado con varias obras buenísimas”, señala con una felicidad indisimulada. Los libros son su refugio en unos tiempos en que la televisión, la radio y los diarios escupen demasiadas malas noticias.

Charo afronta como puede esta semana tan delicada en la que afloran con especial intensidad los recuerdos. Los buenos y también los no tan buenos. Para ilustrar esta entrevista accede a elegir una foto de todas las que guarda en sus álbumes familiares. En ella se ve a un Ricardo exultante, abrazándola con tal intensidad que ella apenas aparece en la imagen. La escena refleja el regreso a casa, la felicidad absoluta después de meses de separación, miedos y guerras. Una sensación que ahora parece demasiado lejana. Afortunadamente, sus hijos y sus dos nietas le aportan las fuerzas que, a veces, se empeñan en abandonarla.

De no ser por ellos y ellas, muy probablemente, no acudiría este jueves al homenaje a Ricardo organizado por la Asociación de la Prensa de Madrid. Humilde, alérgica a un protagonismo que nunca buscó, prefiere hablar de su hijo en el entorno de lo privado, con personas cercanas y de confianza. Por eso, en esta entrevista con elDiario.es elige contestar con brevedad y evita pronunciarse sobre algunos temas, relacionados con el cese de Ricardo como corresponsal en Nueva York y con su posterior precariedad laboral, que le siguen resultando especialmente dolorosos.

¿Cuándo fue consciente de que Ricardo sería periodista? ¿Fue algo vocacional?

Fue de manera casual. Entró a trabajar como traductor en la oficina de la agencia EFE en Moscú y encadenó diferentes roles hasta ser corresponsal. Es cierto que él tenía un espíritu muy apasionado y una tremenda curiosidad, que supongo son elementos esenciales para un periodista vocacional, pero que también lo son para el camino académico, ciencias físicas, que había elegido.

Entre sus compañeros Ricardo era conocido por su rigor a la hora de ejercer su trabajo como periodista. ¿Qué valores le transmitieron en casa para que acabara siendo una persona y un profesional con esas características?

Cuando era adolescente, Ricardo siempre fue una persona muy rigurosa y disciplinada consigo mismo. Supongo que esa forma de ser se reflejaría a la hora de hacer su trabajo, un trabajo que ejercía siempre desde la honestidad. Creo que esos valores eran algo muy natural para él, como la única manera lógica de hacerlo. Esa naturalidad se afianzó más al hacer crónicas desde otro país porque sentía la responsabilidad de dar una visión completa. Una visión completa y honesta para espectadores que estaban muy lejos de la realidad que se vivía en esa nación.

Ricardo buscaba dar protagonismo a esas víctimas de las guerras que están alejadas de los focos de poder

¿Cómo sobrellevaba esos días en los que se encontraba cubriendo algún conflicto bélico?

Los vivía con muchos nervios, pero Ricardo siempre transmitía una gran tranquilidad. Con el relato que nos hacía de la gente con la que estaba en contacto y de los lugares que visitaba, nos daba la sensación de que conocía el terreno en el que se movía. Aun así, la preocupación no desaparecía.

Por las conversaciones que tenía con él, ¿cómo cree que entendía Ricardo el periodismo?

Creo que lo veía con naturalidad, como comentaba antes, desde una perspectiva muy relacionada con la curiosidad, con entender y hacer entender las cosas que relataba, quizás influido por su manera de entrar en la profesión.

Sí es verdad que desde que empezó a cubrir guerras incorporó una preocupación más. Una preocupación por hacer visible el sufrimiento de las víctimas y especialmente de los niños que se veían atrapados en los conflictos. Eso lo reflejó en muchas de sus crónicas. Supongo, aunque no es algo que hablara con él explícitamente, que daba importancia a su trabajo por poder dar protagonismo a esas víctimas de las guerras, alejadas de los focos de poder.

Su muerte en Haití, según la versión inicial, se produjo por disparos de los chimeres, milicianos partidarios del expresidente Aristide. Sin embargo, las investigaciones de un juez haitiano y del periodista Jesús Martín aportaron numerosas pruebas y testimonios que señalaban a las tropas estadounidenses. Aun así, la Justicia española terminó archivando el caso sin determinar quiénes fueron los autores. ¿Qué supone para usted y para el resto de la familia que no haya habido una verdad judicial sobre el caso?

Es algo que duele, pero a nivel personal intentas buscar un equilibrio entre las fuerzas que tienes, la capacidad para poder hacer algo y el no querer añadir más dolor o frustración. Es triste que determinadas dinámicas de los Estados generen un muro infranqueable que no permita saber la verdad de lo que ocurrió.

Han pasado 20 años y él sigue siendo un símbolo para el periodismo español. Sus crónicas se exhiben en no pocas universidades. ¿Le reconforta algo ese legado que ha dejado Ricardo?

Me reconforta y me llena de orgullo, también porque sé que a él le hubiera gustado. Estoy segura de que daría más valor a que una crónica suya se estudie en una clase o se debata sobre el modo de hacerla y que los compañeros y amigos lo recuerden con afecto que a otro tipo de premios.

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