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ENTREVISTA

Migrar 'solito' a los nueve años: “Usar la palabra superviviente me cambió la vida”

Javier Zamora posa en el patio del CCCB de Barcelona, el pasado miércoles.

Neus Tomàs

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Javier Zamora es un poeta que tiene 33 años y que tardó 20 en escribir el viaje que le cambió la vida. Salió de su pueblo, La Herradura, en El Salvador, en 1999, y para llegar a Estados Unidos superó una odisea que relata en 'Solito' (Random House / Periscopi) como una aventura. La de un niño que descubrió la palabra migrante cuando se subió a un bote como los que llegan a diario a algunas costas del Mediterráneo. Intentando combatir el frío y los vómitos en el mar escuchó acentos que hasta entonces desconocía. Es la historia de un niño que aprendió a hablar como un mexicano para evitar ser deportado y que caminó horas y horas de noche por el desierto esquivando a los policías de 'la Migra'.

Zamora redactó estas memorias en inglés pero escogió un título en español. Probablemente es otra prueba de esa sensación que le acompaña desde hace tiempo, la de no ser “de allí ni de aquí”. Afirma que casi es más difícil vivir en Estados Unidos que llegar a ese destino. Porque no tener papeles es levantarse y acostarse cada día con el miedo a ser devuelto al país del que se huyó. Algo que sufren también miles de migrantes que vienen a Europa en busca de un futuro.

Empecemos por el principio. ¿Cómo era hablar con un padre al que no se recuerda porque usted estaba en El Salvador y él en Estados Unidos?

Era extraño. Como platicar con una foto, casi un fantasma. Honestamente, yo no sentía ese amor porque se me hacía muy abstracto. Solo era una voz, una foto. Creo que por eso casi no me perjudicó cuando se fue porque me acordaba muy poco de él. Lo que sí me afectó bastante fue la marcha de mi mamá. Con mi papá no sabía qué decir pero a ella siempre le preguntaba cuándo iba a regresar.

El 6 de abril de 1999 empieza ese viaje que retrata la migración desde el punto de vista de un niño que pronto, cuando llega a Guatemala, se da cuenta de que está solo, ‘solito’, como titula su libro. ¿Cómo es esa sensación?

Es una sensación de terror. Tenía mucho miedo. Lo que me cambió la vida fue que a los 27 años leí un libro que explica cómo un trauma nos perjudica. Aparecía un test con 10 preguntas de sí o no. Yo contesté sí a 9. A los 27 años descubrí que tenía un trauma. Se convirtió en algo abstracto que sentía por primera vez. Yo fui un niño que no iba al baño, que no sabía atarme las cintas de los zapatos y que tenía miedo a la oscuridad. Cuando mi madre se fue, mi subconsciente asoció su marcha a que era cuando me estaba enseñando a atarme las cintas. Identificaba quererle a ese momento. Solo quería que me enseñase ella. Tantos años después, usar la palabra superviviente me cambió la vida y me ayudó a poder contar esta historia. Migrante es una palabra que describe un trauma.   

Es un viaje que debía durar dos semanas pero acabaron siendo casi dos meses en los que vivió de todo. ¿Cómo logra reconstruirlo, 20 años después, con tanto detalle?

Con la terapia. Me ayudó a entender cómo actuó mi cerebro. Cuando cumplí 25 años mi mamá me regaló una sesión de reiki. Yo me reí y no funcionó. Cuatro años después, estaba con una muchacha que ahora es mi esposa que lo practicaba. Ella me ayudó a recuperar una memoria muy dramática en la que no había entrado ni con mi terapeuta. Hubo muchos momentos, pero el que siempre describo es el recuerdo de la celda de la detención, en la que estuve menos de 72 horas y en la que ahora se encierra a niños durante meses e incluso años. En una de las sesiones vi la imagen de cómo el sol se reflejaba en el váter de metal, en una jaula de dos metros por dos metros con 30 adultos y en la que el único niño era yo.

Migrante es una palabra que describe un trauma

En una lancha, como las que aquí estamos acostumbrados a ver con personas que muchas veces mueren en el Mediterráneo, es donde usted empieza a entender qué significa la palabra migrante.

Allá, en Estados Unidos, no se hablaba de las lanchas. Solo lo había leído en el libro de una escritora haitiana. Llevaba unos meses en Estados Unidos cuando vi al niño Elian, el niño cubano. Muchos historiadores y filósofos dicen que hubo americanos que aprendieron qué era un migrante gracias a Elian. Eso fue en mayo de 1999. Desde entonces hasta que vi las imágenes de las balsas en el Mediterráneo no había visto a niños como yo en las lanchas.

En mi caso, en la lancha fue la primera vez que estuve con otras personas que no eran salvadoreños. Allí fue cuando escuché portugués porque había alguien de Brasil. Estuve también con gente de Ecuador y Guatemala. Ya no me consideré salvadoreño o herradureño, mi pueblo. Migrante es una palabra que describe un trauma.   

¿Cómo explicaría a alguien que no ha pasado por su experiencia qué es un pollero?

Un pollero o un coyote. Los términos vinculados a animales son los que la derecha antimigrante ha utilizado para deshumanizarnos. La palabra coyote fue anterior a la de migrante porque yo conocí a Don Dago cuando tenía cinco años, cuando se llevó a mi mamá. Los adultos, mis familiares, usaban esta palabra y tal vez por eso no confiaba en él porque un coyote me daba miedo. Pero ellos me ayudaron a llegar a Estados Unidos. Hoy en día, los cárteles mexicanos lo han arruinado y los coyotes aún tienen más dientes.

Y una vez logra estar con sus padres descubrió, ya en la adolescencia, qué es vivir sin papeles.  

Quizás es más difícil vivir en Estados Unidos que llegar allí. Es la experiencia de ser un ciudadano de segunda clase, de aprender a tenerle miedo a los personajes uniformados. El primer gringo que conocí fue un tipo de 'la Migra' que me apuntó con la pistola. Interiorizamos un Estado violento y el miedo constante a que en cualquier momento podamos ser deportados.

En una entrevista comentó que los hispanos allí son superhéroes. ¿Por qué?

Yo intento cambiar el lenguaje para demostrar que los migrantes no somos solo personas que tenemos miedo. También nos gusta comer, contar chistes... Y en todo encontramos algo positivo porque es la manera de sobrevivir.

Quizás es más difícil vivir en Estados Unidos que llegar allí. Es la experiencia de ser un ciudadano de segunda clase, de aprender a tenerle miedo a los personajes uniformados

Ahora vive en Tucson, la ciudad a la que llegó hace 25 años y en la que se ha instalado desde hace un tiempo. ¿Se siente ya estadounidense, como anhelaba cuando estaba a punto de llegar al país? 

No. Vivir sin documentos desde el 99 hasta 2018, cuando finalmente me sale la 'green card', me provocó un trauma que todavía estoy analizando. Es por eso que hoy, en 2024, nunca voy a llegar a considerarme estadounidense. Ni salvadoreño. 'No soy de aquí ni de allá', decimos. A lo que he llegado y me ha ayudado a sanar ha sido literalmente mirarme en el espejo y ver que mi nariz es indígena. Y creo que debemos regresar a nuestras raíces, a nuestros pueblos, nuestros idiomas, porque los Estados han fracasado en nuestro reconocimiento. Todos estamos incluidos, migrantes, mujeres, las minorías...  

No es ni de un lugar ni de otro pero es la única persona de su familia que puede ir y volver a El Salvador sin problema.

Nunca me paré a pensar en la responsabilidad que nos cae encima de los hombros porque actúo como puente entre el allá y el aquí. He regresado a El Salvador nueve veces y a la quinta me di cuenta de que mi familia en Estados Unidos que no puede volver a allí no sabe cuánto y cómo ha cambiado el país que dejaron. Ellos solo tienen películas, Facebook y periódicos. Y mi familia en El Salvador que nunca ha estado en Estados Unidos no entiende qué es ser un migrante. 

Le pongo un ejemplo: a mi prima, a la que su madre tuvo que dejar en El Salvador, he tenido que explicarle que su madre vive en un apartamento pequeño, tiene tres trabajos y le manda casi la mitad de lo que gana. Y a su mamá le tengo que explicar que lo que está mandando ya no alcanza. No es que su hija no quiera terminar la universidad, es que necesita más. Y en un país donde ser mujer es peligroso, porque El Salvador es uno de los que tienen unas tasas de feminicidio más altas.  

Sabe que aquí el debate sobre la migración ha arreciado últimamente con discursos de  políticos que vinculan migrantes a delincuentes o expresiones como la de “aquí no cabe todo el mundo”. Ya ve que no es solo Estados Unidos.

Sí, soy muy consciente. Hoy es mi primer día en Europa. Sé que hay muchos países que aquí están copiando la misma retórica que en Estados Unidos. Allá solo hay una sola dirección y es Estados Unidos. Aquí son muchos países. Los migrantes cruzan el Mediterráneo y después van a distintos sitios. Y algunos dirigentes europeos suenan como Trump. No hay que copiar a un racista como él.

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