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Cuando el problema son los años que tienes (o no): la pandemia magnifica la discriminación por motivos de edad

La edad es una de las primeras cosas que observamos de la otra persona

Elena Cabrera

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El supermercado está lleno de cremas denominadas “antiedad”. Este pasado verano, dos trabajadoras de un centro sociosanitario de Terrassa se grabaron a sí mismas vejando a una residente: la llamaban “vieja cascarrabias”. El 55% de los jóvenes europeos entre 15 y 24 años asegura sentirse tratado injustamente por razón de su edad. En 2020 se esparció en Twitter el hashtag #BoomerRemover con una ofensiva insinuación sobre cómo la COVID-19 se ceba con mayor gravedad en las personas mayores. Un estudio en Canadá ha evidenciado lo que muchos jóvenes en edad de emanciparse ya sabían: la desconfianza de los caseros les ocasiona mayores dificultades para alquilar un piso. El trasfondo de estos ejemplos se denomina edadismo, una dinámica de discriminación basada en asignar a las personas unos atributos según su edad, que produce situaciones de injusticia y desventaja ante otras personas.

El edadismo está fuertemente enraizado en la sociedad, tanto para las personas jóvenes como las de edad avanzada. A nivel mundial, una de cada dos personas es edadista contra las personas mayores, y una persona de cada tres afirma ser objeto de edadismo. Se transparenta en los estereotipos, se anticipa en los prejuicios y se constata en las discriminaciones. La OMS, con la implicación de otras áreas de la ONU, ha realizado un informe a fondo para analizar la naturaleza y el alcance de este comportamiento, con el objetivo de proponer unas estrategias para superarlo. Según el catálogo de estereotipos negativos, en concreto para el sistema de salud y cuidados, los jóvenes son arriesgados, usuarios de drogas, estresados y ansiosos, mientras que los mayores son rígidos, irritables, solitarios y aislados, asexuales, confundidos, depresivos, necesitados y discapacitados. En el entorno laboral, los jóvenes son narcisistas, desleales, perezosos, desmotivados y distraídos, mientras que los mayores son improductivos, desmotivados, resistentes al cambio, difíciles de entrenar, inflexibles y tecnológicamente incompetentes.

Un análisis de 500 titulares en los periódicos ABC y El País durante la pandemia concluyó que el 71% de ellos presentaba a las personas mayores de manera negativa. Los medios de comunicación, ese masivo generador de estereotipos, presentan a los jóvenes como problemáticos y criminales violentos, mientras que los mayores son poco atractivos, infelices, seniles, mal vestidos, inactivos, dependientes, carentes de salud, empobrecidos y vulnerables.

“La pandemia de la COVID-19 ha sido como una lupa que ha magnificado y ha hecho más visible lo presente que está el edadismo en nuestra sociedad y las muchas barreras que impone a las personas”, dice Vânia de la Fuente Núñez, coautora del Informe mundial sobre el edadismo. La edad se ha utilizado como criterio de acceso a la atención médica y también para crear grupos confinados. Por ejemplo, en el Reino Unido se pidió a los mayores de 70 años que se autoconfinaran durante cuatro meses; en Bosnia y Herzegovina, no se les permitió salir de casa durante semanas; en Colombia y en Serbia solo se confinó a la población anciana. “Hemos visto muchísima discriminación por edad en el contexto de la pandemia y no solo en las medidas y las políticas que se han adoptado, también en los medios de comunicación y en las redes sociales, donde las personas mayores y jóvenes han sido estereotipadas de forma homogénea: se han representado a todas las personas mayores como frágiles y vulnerables y a todas las personas jóvenes como invencibles y egoístas, lo que no permite ver la diversidad que existe en estos grupos”, indica De la Fuente, becaria de Fundación La Caixa. “Este discurso no solo no es real sino que es dañino: hay estudios que demuestran que incluso una breve exposición a ellos tiene un efecto negativo en las personas mayores”, añade, y recalca que hay que poner atención no solo a cómo se representan sino a cuánto, pues hay una infrarrepresentación tanto de la vejez como de la juventud.

Las mujeres jóvenes son más propensas a sufrir edadismo

Este trabajo identifica de forma muy concreta cuáles son las características que sitúan a las personas a un lado o a otro de esta discriminación. Los factores que aumentan el riesgo de incurrir en edadismo contra las personas mayores son: ser más joven, ser varón, tener ansiedad ante la muerte y haber recibido una educación deficiente. En cambio, los que reducen ese riesgo, tanto hacia las personas mayores como hacia las jóvenes, son determinados rasgos de la personalidad y un mayor contacto intergeneracional.

Están expuestas a un riesgo mayor de ser objeto de edadismo las personas de más edad y las que precisan del cuidado de otros. También influye el tener una menor esperanza de vida sana según los indicadores del país en el que vivan y trabajar en determinadas profesiones o sectores ocupacionales, como los sectores de la alta tecnología o la hostelería. Y un factor de riesgo para ser objeto de edadismo contra las personas más jóvenes es ser mujer.

“Ser más joven y ser hombre aumenta la probabilidad de que alguien sea edadista contra las personas mayores, y ser mujer aumenta la probabilidad de sufrir experiencias de edadismo cuando somos jóvenes”, resume De la Fuente al respecto del cruce del edadismo con el género. Esta no es la única interseccionalidad que hay que tener en cuenta. “Cuando el edadismo interacciona con otras formas de desventaja, estas se incrementan”, dice la investigadora de la OMS, pero advierte que se necesitan más estudios para ver el impacto con otras interseccionalidades como la discapacidad o la etnia: “Necesitamos saber el impacto acumulado que esta suma de desventajas produce en nuestra vida, pues será diferente dependiendo de quién somos, dónde vivamos o las oportunidades y desventajas a las que tengamos acceso”.

La moda y el consumo, sectores en cuya publicidad se plasma un mundo de eterna juventud, están cambiando —“en parte porque el sector privado se está dando cuenta del potencial de consumidores que está perdiendo”— pero hay otros lugares como la literatura infantil que son menos evidentes: “No nacemos edadistas pero empieza muy temprano, a los cuatro años un niño ya se hace consciente de los estereotipos y los empieza a interiorizar y los usa después para guiar sus sentimientos y su conducta hacia personas de otras edades y también hacia sí mismo. Si los cuentos infantiles no incluyen una representación de personas mayores o jóvenes que sea diversa, como la sociedad, no vamos a poder criar nuevas generaciones sin estos sesgos”. En los propios cuentos tradicionales la bruja, la malvada, la perversa, suele ser una mujer de edad avanzada. De hecho, “diabólico” es unos de los estereotipos negativos asociados a las personas mayores en los medios de comunicación, en un sentido amplio.

El contacto intergeneracional mejora las condiciones de vida

Sabemos menos sobre cómo influye el edadismo en la salud de las personas más jóvenes pero, en el caso de las mayores, “es horrible lo que demuestran los datos, tiene un impacto muy negativo”, valora Vânia de la Fuente,  “Por ejemplo, está asociado con una muerte más temprana”. Un estudio realizado en China mostró que las personas con actitudes negativas hacia su propio envejecimiento tenían una probabilidad de casi el 20% más de morir durante un periodo de seis años que en personas con una autopercepción más positiva. En otros países en los que se han llevado a cabo estudios similares, como Alemania o Estados Unidos, los resultados han sido similares.

El edadismo también se asocia a una mala salud mental, con enfermedades como la depresión, y en el aceleramiento del deterioro cognitivo. O a hábitos de vida poco saludables, como el tipo de alimentación, beber alcohol en exceso o fumar. Y en cuanto a las relaciones sociales, se asocia también al aislamiento social y a la soledad, tanto porque la persona ha interiorizado el estereotipo de que la vejez es un periodo de aislamiento o por la segregación etaria: “Las personas mayores tienen que ir al centro de día, los niños tienen que ir a una guardería, los entornos en los que vivimos no favorecen la integración entre diferentes generaciones”, señala la investigadora.

El estudio de la OMS propone tres estrategias basadas en evidencias, que De la Fuente, quien ha trabajo en este informe con una beca de la fundación La Caixa, ve como “factibles”. Unas son las políticas y leyes, otras las intervenciones de contacto intergeneracional y por último las relativas a la educación. Respecto a estas últimas, “un colegio puede implementar fácilmente una actividad educativa, ya hay programas escolares que juntan a personas mayores y jóvenes pero se necesitaría institucionalizarlas más”.

Y en cuanto a las de relación intergeneracional, se las considera las más efectivas. Un ejemplo: durante dos meses se emparejó en Singapur a personas mayores y jóvenes para jugar videojuegos. Los mayores, de una media de edad de 76 años, eran asistentes de centros de ocio comunitario y los jóvenes, con una media de edad de 17, provenían de escuelas cercanas. Al final del experimento, tanto los mayores como los jóvenes mostraron cambios positivos, sintiéndose menos incómodos y cohibidos, y más seguros al interactuar con miembros del otro grupo.

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