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Todos los rojos son chillones

El libro y la rosa de San Jordi

Ekai Txapartegi

Profesor de filosofía, Universidad del País Vasco —

Un vestido rojo destaca en cualquier fiesta, terraza o sarao. La prenda roja atrae nuestra atención pero, ¿alguna vez se ha preguntado por qué?

Blanco, negro y rojo

Lingüísticamente, “rojo” es el primerizo, la primera palabra cromática, el hermano mayor de todos los demás colores.

No todas las culturas humanas desarrollan palabras para nombrar los colores, como “amarillo”, “rosa” o “marrón”. En cambio, todas distinguen entre el día y la noche. Entre lo visible y lo que no se puede ver. De alguna manera, todas las lenguas humanas son capaces de distinguir su “blanco” de su “negro”, su claro de su oscuro. Pero a partir de ahí, no todas las culturas han necesitado desplegar palabras para describir colores particulares.

La evolución lingüística, no obstante, suele conducir a un punto en el que las sociedades humanas comienzan a nombrar las cosas por su apariencia externa, los colores. Y curiosamente, casi siempre la primera palabra que emerge para cumplir esa función, después de blanco y negro, suele ser el rojo.

Gracias a la antropología lingüística sabemos que si una lengua humana solo cuenta con tres palabras para designar la apariencia externa de las cosas, esas tres palabras serán “claro”, “oscuro” y “rojo”. Evidentemente, eso llama la atención de cualquier psicólogo cognitivo. De todos los colores, el rojo debe ser especial porque, lingüísticamente al menos, es casi siempre el primer color. O, dicho al revés, algo tendrá, alguna vivacidad especial, para que siempre le toque ser el primerizo, el hermano mayor.

Se puso colorado

Al ser el primer color, es normal que en algunas lenguas rojo todavía signifique “todos los colores” o “cualquier color”. En lengua comanche, por ejemplo, rojo es sinónimo de color. Incluso en griego clásico, la raíz de “chroma” es “chros”, que también representa la piel humana o, en general, la presencia exterior. Además, está presente en la palabra ocre, un rojo primigenio.

Aunque tampoco hay que irse tan lejos. En español, ¿qué significa la expresión “ponerse colorado”, sino sonrojarse?

También es el color que ha tenido más margen temporal para evolucionar. Siempre se menciona que los esquimales tienen decenas de palabras para designar el blanco; pero no es tan conocido que los maoríes, por ejemplo, tienen tantas o incluso más variedad de palabras para designar el complejo universo del rojo.

Los frutos rojos, las hojas verdes

Todos los rojos son chillones pero, ¿de dónde le viene esa vivacidad especial?

“Le regaló una rosa roja y él, tímido, se puso colorado”. El pincel de la literatura romántica colorea de rojo el amor, la pasión, la atracción y el placer. Es el pigmento de las flores y de la piel. Pero, pero, pero… la naturaleza no es tan romántica. Biológicamente, el rojo no nació del amor y las flores, sino del hambre y los frutos.

Ser el primer color tiene una preciosa explicación evolutiva. En comparación con otras funciones biológicas del cuerpo humano, nuestra visión tricromática es relativamente reciente, se conformó hace unos 30 o 40 millones de años. Se conoce como ‘tricromática’ porque se configura sobre 3 ejes: el eje blanco/negro, el eje azul/amarillo y, por último, el eje el rojo/verde. Este tercer eje, el último en evolucionar, lo compartimos con otros simios tricromáticos. Los demás animales (los pájaros, los peces, los insectos…) han desarrollado otro tipo de espectros cromáticos.

¿Cuál es la razón evolutiva que llevó a ciertos simios a desarrollar ese tercer eje rojo/verde? La explicación simplificada es que éramos recolectores. Poder ver el color rojo, contrastándolo con el verde, supuso un fenomenal avance evolutivo porque nos permitió poder resaltar en un solo golpe de vista el jugoso y deseable fruto rojo frente a las desabridas hojas verdes de fondo.

El color rojo es el resultado evolutivo de la tecnología visual desarrollada por los monos recolectores para distinguir la fruta madura de las hojas. Por eso es el color que se distingue desde más lejos, a primera vista y sin esfuerzo.

Evolutivamente, rojo significa comida, significa jugoso, el fruto que se esconde tras las hojas de los arbustos. Significa también caza, el animal sobre la hierba. Significa, en definitiva, que ha llegado poderosa la primavera.

Siempre forma, nunca fondo

Por esa razón, el color rojo fuerza la distinción entre la forma y el fondo. El rojo es siempre forma; nunca es fondo.

En una original exposición sobre el color rojo que acogió en Mayo el Campus de Gipuzkoa (UPV/EHU), el pintor Manuel Bocanegra presentó una obra paradójica. Se trata de un marco vacío pintado de rojo.

¿Por qué no se pintan de rojo los marcos de los cuadros? Porque un marco rojo empujaría la pintura al fondo y convertiría la pared en su propio marco. Manuel Bocanegra ha dejado vacío, intencionadamente, el espacio enmarcado porque, se ponga lo que se ponga, pasaría a ser paisaje, al igual que la pared que la sostiene.

Lo rojo viene al frente y arrastra al fondo todo lo demás. Como cuando va recogiendo grosellas una a una por los matorrales, mecánicamente, en una coordinación espontánea entre el ojo y la mano. Todo lo demás es fondo, que ni se ve. Simplemente, la mano se abalanza a por el objeto rojo que la vista trae al frente.

¡Mírame, estoy aquí!

Si quiere destacar algo, píntelo de rojo. Como las señales más importantes, de tráfico y de emergencia. El Reino Unido tuvo la mala idea de pintar de verde sus buzones de correos. En 1874 tuvo que volver a pintarlos, pero esta vez de rojo, porque la gente se chocaba contra los postes verdes. Psicológicamente, el rojo es el color más saliente. El que más llama la atención.

El rojo se impone. Para corregir textos, por ejemplo, se usa el rojo. O esa conocida lata de refresco, un verdadero imán para nuestra vista, símbolo del capitalismo más instintivo.

Si se viste de rojo, vibra, porque instantáneamente le convierte en un objeto de deseo. La naturaleza aprendió ese truco hace millones de años pintando sus frutos de rojo, así como las partes más eróticas de nuestro cuerpo: los labios, el pecho y los genitales.

En definitiva, todos los rojos son chillones porque este le grita descarado: “¡Míreme, estoy aquí! El resto no le interesa”.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí

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