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“Me voy sin saber”: los fracasos en la búsqueda de los ajusticiados por el franquismo

Luis Vega Sevillano, víctima del franquismo, con la foto de su padre. |

Juan Miguel Baquero

Luis Vega Sevillano (88 años) no ha tenido la suerte de Ascensión Mendieta. El resultado del estudio genético tras la exhumación de la fosa común de Paterna de Rivera (Cádiz) donde creía haber hallado a sus familiares es negativo. No hay confirmación científica de que alguno de los restos óseos hallados corresponda a sus padres. Ascensión encontró a Timoteo. Luis sigue sin tener a Catalina y Francisco. Son los reveses en la búsqueda de los ajusticiados por el franquismo.

Porque exhumar no es sinónimo de poner nombre y apellidos. El estado de conservación de los huesos y la posible alteración de las tumbas –por la dinámica de uso de los cementerios, las construcciones o el expolio– determinan las opciones de compatibilizar el ADN de las víctimas con el de los familiares que las buscan. Y no siempre es posible enlazar todos los eslabones de la cadena genética.

“La gran mayoría de las víctimas de la guerra civil no podrán ser identificadas”, escribía en una columna titulada Exhumar no es identificar el científico forense José Antonio Lorente, del Centro Genyo de la Universidad de Granada (UGR) encargado del banco genético andaluz. La “famosa prueba del ADN que tantos esgrimen como algo mágico y definitivo” tiene “limitaciones”, matiza. Como ocurre en Paterna, debido “fundamentalmente” a tres factores: “el tiempo transcurrido, la naturaleza de las muestras y las condiciones del enterramiento”, precisa su compañero Juan Carlos Álvarez, del departamento de Medicina Legal, Toxicología y Antropología Física de la UGR.

El trabajo arqueológico sacó de la tierra a diez personas y, con ello, la esperanza de Luis de cerrar su herida. El terror franquista le dejó huérfano, siendo niño, y más de 80 años después tenía a mano dar un entierro digno a sus padres. “Me voy sin saber”, repite ahora como en una letanía mientras clava sus ojos ancianos en quien le lee el informe: su propio hijo, Juan Luis.

La importancia de casar los “eslabones” genéticos

“Lo que no ha salido por ADN no puede llevar nombres”, explica el antropólogo forense Juan Manuel Guijo a eldiario.es. El franquismo ejecutó a 43 personas en Paterna, arrojadas a fosas del cementerio local y en cunetas del entorno. Y todas las víctimas están “en un contexto abierto”, es decir, que la investigación histórica “no ha conseguido aportar argumentos sólidos” de dónde está enterrada cada cual. La puerta a la identificación no se cierra del todo. “En un tiempo razonable” pudieran aplicarse “metodologías más sensibles” como los “equipos de Secuenciación de Nueva Generación” ya usados “en identificación de muestras muy complejas como las que tenemos en estos casos con resultados esperanzadores”, refiere Álvarez.

¿De quién son los huesos recuperados? “La dinámica de la represión hacía que no sólo los hicieran desaparecer físicamente sino también que las familias no supieran dónde estaban”, en palabras del arqueólogo director del trabajo, Jesús Román. “Además la fosa fue alterada y removida parcialmente por la actividad funeraria en el siglo XX”, sostienen. Esto, sumado al “paso del tiempo”, explican la obtención de “eslabones aislados de la cadena de ADN”. Una dificultad crucial para casar “las 17 coincidencias que sí permitirían poner nombres con seguridad”, subraya Guijo.

Sólo así sería posible desvelar la incógnita de la identidad. Si ahí estaba incluso María Silva Cruz, La Libertaria, la nieta de Seisdedos que logró huir de la matanza de Casas Viejas y que Federica Montseny definió como “la encarnación y el símbolo del martirio de España”. Su familia también busca a esa “carne sangrante de un pueblo crucificado” que escribía la política anarquista y ministra en la República. La Libertaria compartió celda con la madre de Luis Vega.

“La mirada de mi padre la tengo grabada como un sol ardiéndome en las retinas cuando le hacía la lectura de los resultados del informe forense”, relata Juan Luis Vega, hijo de Luis y nieto de Catalina Sevillano y Francisco Vega, asesinados por franquistas. “Un día triste”, califica, en el que la sensación de vacío se mezcla con la “satisfacción personal” de una lucha que ha logrado recuperar “a diez vecinos de los 43 que desaparecieron en aquellos trágicos y malditos días”.

“Intentamos llegar hasta donde llegan las posibilidades científicas y la Universidad de Granada y el equipo que analiza las muestras genéticas son una garantía absoluta”, refiere el director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, Javier Giráldez.

Lo que no quita que suponga un trago indeseado en el organismo encargado de realizar las exhumaciones de fosas del franquismo en suelo andaluz. “Estamos en contacto directo con las familias en todo el proceso y en estos casos lo pasamos mal”, precisa Giráldez. “En los casos duros es cuando se necesita arropar a los familiares y que responsables y técnicos den la cara, tal como se hizo el otro día”, incide Juan Manuel Guijo.

“Mis niños”, gritaba antes de ser asesinada

Lo último que Luis Vega recuerda de su madre es cómo gritaba “mis niños, mis niños” mientras unos falangistas la arrastraban escaleras abajo a una muerte segura. Horas después era ejecutada a balazos y su padre sufrió el mismo destino pocos días después. Catalina y Francisco yacían inertes y cubiertos de tierra. Luis, con siete años, y su hermano Francisco, de 23 meses de edad, quedaban “como el nido al que dan con una escoba”.

“A mi madre se la llevaron delante mía. La llevaban por los brazos, con las piernas a rastras por la escalera. La apuntaban con una pistola como si fuera una fiera”, cuenta Luis en el libro Que fuera mi tierra. El trágico relato familiar sucedió en un pueblo y una provincia, Cádiz, presa fácil para los golpistas. Ahí no hubo guerra, pero sí una represión a sangre y fuego.

“No he podido decirle a mi padre 'ahí los tienes', como le prometí siendo un niño”, lamenta Juan Luis Vega. Es el sabor agridulce de abrir la tierra, vencer al país de la desmemoria, rescatar a víctimas del franquismo, y no poder cerrar por completo el duelo familiar. “Ya mi padre está más tranquilo, piensa que con el libro y los homenajes ya ha conseguido mucho, aunque esperábamos todo”, confiesa, con la paz de haber rescatado del olvido “a personas que lucharon por un mundo justo e igualitario y por tener derechos dieron su vida sin poder disfrutarlos”.

“No quiero morirme antes de que aparezcan todos”, decía Luis Vega durante los trabajos arqueológicos, ampliando así su cicatriz vital a todos los asesinados por golpistas en Paterna. Los quería a todos y ahora tiene a un puñado y no a los suyos. Como le ocurrió a Ascensión antes de poder enterrar a su padre y a otras víctimas del fascismo en un ejemplo de orgullo y vacío, de los reveses de la memoria. Ahora, como en una letanía de la que asoma tímida un rastro de esperanza, Luis repite: “me voy sin saber”.

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