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ANÁLISIS

¿Y si todas fuéramos víctimas de la violencia machista?

Una pancarta de la Noche Violeta de Madrid.

Ana Requena Aguilar

¿Qué te viene a la cabeza cuando piensas en violencia de género, en violencia machista? Quizá la última mujer asesinada por su expareja o algún crimen que te estremeciera especialmente. Puede que también te aparezcan los nombres de Diana Quer o de Laura Luelmo, puede que incluso te venga a la mente la víctima de 'la manada'. ¿Y tu vida? El hombre que te asaltó para mostrarte cómo se masturbaba, el que se frotó contra ti en un autobús, el que te siguió por la calle, el jefe baboso, el compañero que toca donde no debería, pero es una broma, el grupo que te acosó en esa calle, el chico con el que quedaste para tener sexo y acabó forzándote a algo que tú no querías, el amigo que una noche borracho decide que puede tocarte una teta o incomodarte hasta que consigues deshacerte de él, el novio que te hizo sentir una mierda pero no llegó a levantarte la mano.

Aunque todas las mujeres sufrimos alguna o todas estas violencias en alguno o muchos momentos de nuestra vida, nos cuesta identificarnos como víctimas. Nuestro día a día está salpicado de violencias y discriminaciones, pero las víctimas son las otras. El 25N es el Día Internacional Para la Eliminación de las Violencias Machistas, en plural, pero en el imaginario aún se impone con fuerza un solo tipo de violencia –la que se da en la pareja o la expareja, con fuerte carga física– y un tipo de víctima –una mujer sumisa que nunca se parece a nosotras–.

La frontera entre 'nosotras' y 'ellas'

Para la socióloga Elena Casado, esta frontera “entre el nosotras y el ellas” es una ficción que impide ver “la estructura de la desigualdad, el caldo de cultivo en el que se cocinan las violencias”. Casado cree que el propio estigma asociado a la palabra víctima impide que la mayoría de mujeres puedan reconocerse como tales cuando sufren violencia. “Eres la pobrecita que parece que no te has enterado de nada, la sumisa. No podemos seguir sosteniendo el relato de que hay igualdad y luego hay unas pobrecitas que sufren violencia”, defiende la socióloga, que reivindica los término desigualdad y discriminación como denominadores comunes a todas las mujeres.

“Parece que para ser víctima de violencia de género tienes que ser una mujer que las 24 horas del día es sumisa y no hace absolutamente nada; algo que anula la dimensión del problema, que en realidad es estructural. Existe un estereotipo de víctima que tiene que ver con la violencia física –cuanto más brutal, más víctima– dentro de una relación de pareja y que es una mujer que no tiene voz ni voto. Es imposible encajar todas las violencias que sufrimos en este estereotipo, impide la identificación y genera más bien un estigma”, reflexiona la periodista Mar Gallego.

“En algunas situaciones vemos clarísimo ese discurso del 'hay que denunciar, ¿cómo no denuncias?'. Sin embargo, que tu jefe sea un baboso o que te acose o que tengas una relación en la que permanentemente te sientes mal, no lo vemos tan claro”, prosigue la socióloga Elena Casado. El ejemplo de la violencia sexual es paradigmático: “Vemos la violación como eso que hace un desconocido en un callejón, pero todas tenemos un primo, un amigo, una pareja que en algún momento se ha aprovechado de las relaciones de poder y muchas veces hemos olvidado o archivado esas situaciones para que no nos resulten problemáticas o porque pueden ser traumáticas”.

Mar Gallego recogió decenas de relatos de mujeres que habían sufrido violencia dentro de sus parejas en Colombia y que habían superado el ciclo violento: “Muchas contaban que lo que más les había inhibido era el concepto que se había creado de víctima, que había una institucionalización de la víctima con la que no se sentían identificadas, lo que ellas estaban viviendo era su vida, no era algo que estaba fuera. Otro factor era el tratamiento por parte de las instituciones, porque cuestionaban mucho su proceder; no solo hay un imaginario de víctima sino de su comportamiento y de cuál tiene que ser la situación ideal para ser víctimas”.

Gallego también es crítica con la frontera nosotras-ellas, con una separación entre teóricas “que pueden contar esa situación y que pensamos que están exentas de esta violencia” y entre mujeres que la sufren “y que nunca percibimos como personas que puedan hablar o teorizar sobre situación”. Casado añade que muchas mujeres feministas se resisten aún más a identificarse como víctimas de violencias machistas: “Decimos nosotras que somos feministas, cómo puede ser, cómo me ha podido pasar eso; casi nos cargamos con una doble culpa. Pensamos que estas cosas no nos pasan a nosotras, les pasan a otras”.

El mío no es el típico caso

La investigadora de ONU Mujeres Juncal Plazaola subraya que la violencia de género “es un continuum” que va desde formas más sutiles hasta el acoso callejero y el feminicidio: “El movimiento de mujeres es el que una vez más ha puesto sobre la mesa otros tipos de violencias, que suceden en todas partes, en todos los países y contextos”. Plazaola cree que hay que tener presente el concepto de interseccionalidad; esto es, que hay otros factores que se añaden al género y que hacen que muchas mujeres sufran además otros tipos específicos de violencia o exacerben la discriminación.

La cultura de la violación, explica, ha hecho que la violencia sexual haya estado absolutamente invisibilizada e incluso tolerada. “Menos de la mitad de los países del mundo reconocen las violaciones dentro de las parejas”, ejemplifica. La culpabilización de las mujeres, la cosificación, la trivialización, el 'no es para tanto', la negación de que esta violencia es frecuente y extendida son factores que la investigadora menciona como parte de esa cultura que ha hecho que para las mujeres sea difícil identificarse como víctimas de violencia sexual o de acoso y señalar estos comportamientos. Plazaola considera clave “iniciar la conversación”: “Generar relatos, conversaciones, combatir estereotipos”.

Todas coinciden en que las historias de violencia y discriminación que sufrimos las mujeres no responden a un imaginario concreto y desbordan los estereotipos, también el de víctima. “Muchas veces el foco no está puesto en la estructura sino en si tú eres más o menos pasiva o activa en esas situaciones. Si para denunciar solo puedes sentirte de una manera concreta, entonces no vas a denunciar”, apunta Gallego.

“Es que el mío no es el típico caso”. Así es de hecho como empiezan muchos relatos que ha escuchado la socióloga Elena Casado. “Si ninguno es el típico caso habrá que preguntarse si el típico caso que manejamos nos sirve de algo”.

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