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Uno de cada tres europeos tiene trazas de pesticidas en el pelo, según un estudio

La ONU advierte que los plaguicidas pueden tener consecuencias muy perjudiciales sobre derecho a la alimentación

Clara Angela Brascia

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En el aire que respiramos, en los alimentos que comemos. Los plaguicidas que se utilizan en la agricultura intensiva se quedan en nuestro cuerpo. De hecho, casi uno de cada tres europeos tiene trazas de plaguicidas en el pelo, según el último informe del Pesticide CheckUp, una iniciativa que alerta de los riesgos para la salud de los pesticidas.

Los agricultores y las personas que viven en áreas rurales son los que registran una mayor presencia de estos químicos. Sin embargo, estas sustancias afectan incluso a aquellos que viven en la ciudad y que no tienen nada que ver con el trabajo en los campos de cultivos. “Si el polen es capaz de viajar kilómetros, imaginemos hasta dónde puede llegar un plaguicida que se mueve en forma de nube vaporizada cuando se dan las circunstancias ideales. Eso sin contar lo que llega a través de los alimentos a las mesas de los consumidores”, explica Tamara Rodríguez, doctora en ciencia agraria y responsable de agricultura de SEO/BirdLife. 

Rodríguez ha recopilado los datos relativos a España del estudio Pesticide CheckUp, del que han participado 300 ciudadanos europeos, entre ellos también 15 españoles, cuyo cabello ha sido analizado para detectar la presencia de 30 diferentes tipos de plaguicidas comúnmente usados en agricultura. En el 29% de los cabellos analizados había presencia de estos químicos. “La muestra es muy limitada como para sacar conclusiones absolutas, pero los resultados muestran una tendencia clara y están en línea con otros estudios publicados”, explica la científica tras un encuentro para analizar la situación organizado por la Coalición Otra PAC.

España, entre los países que más los usan

En 2020 han sido utilizadas más de 325.000 toneladas de pesticidas en la Unión Europea, el 90% de estos en la agricultura, según datos de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. España es el cuarto país —detrás de Francia, Italia y Alemania— que más emplea estas sustancias que, en algunos casos, representan un serio riesgo para la salud. “Hablamos de problemas de fertilidad, respiratorios, dermatológicos, de la posibilidad de generar un cáncer o mutaciones genéticas. También pueden ser disruptores endocrinos: son moléculas similares a nuestras hormonas, que cuando se incorporan en el cuerpo cambian las funciones de la célula”, asegura Rodríguez. 

A nivel europeo, Bruselas presentó hace un año una estrategia para reducir un 50% el uso de estas sustancias en la agricultura de cara a 2030, dentro del paquete de medidas del Pacto Verde Europeo. Es un objetivo ambicioso –aunque por el momento, no vinculante–que ha puesto en pie de guerra al lobby de la agroindustria, según las investigaciones de la ONG Corporate Observatory Europe.

Los agricultores y trabajadores del campo son el grupo más vulnerable a la exposición a pesticidas, y los que sufren más intoxicaciones debido a su constante uso. “Cada vez hay más asesoramiento sobre el peligro y sobre la gestión que tienen que hacer de los residuos tóxicos, aunque también es deficiente en muchos casos. El peligro es la exposición directa durante la fumigación”, afirma la agrónoma. 

El medio ambiente también sufre las consecuencias del abuso de los plaguicidas químicos, a través de la contaminación de los suelos, del agua y del declive de la biodiversidad. “Están desapareciendo algunos insectos y hongos que son fundamentales para controlar de forma natural las plagas y promover la fertilidad del suelo. Al final, todos estos factores también tienen repercusiones sobre la alimentación y la salud humana”, indica Rodríguez. 

Hacia un modelo 100% orgánico 

Cuando se trata de elegir qué poner sobre la mesa para comer de forma más saludable, Rodríguez recuerda que no hay alimentos que sufran más o menos por la exposición a los plaguicidas: “No se trata tanto de comprar manzanas en lugar de fresas. El problema está en el método que se haya utilizado para producirlo. En general, la agricultura intensiva hace uso de estos productos porque se trata de grandes monocultivos, donde no hay otro tipo de control natural para evitar las plagas”. Por otra parte, la producción ecológica y agroecológica, así como otros modelos sostenibles que no están catalogados bajo una etiqueta ni un sello concreto, garantizan alimentos más saludables.

Pero, ¿una producción 100% orgánica es viable? “El problema no es tanto si es viable, sino que es absolutamente necesario reducir los químicos. Un modelo totalmente ecológico es posible, pero es necesario que los consumidores se integren para que sea viable”, contesta la científica. En España, asegura, la producción ecológica “es bastante potente”, mientras que lo que falla es “el consumo”. 

“Es importante que los consumidores conozcan estos modelos y reconozcan el valor añadido de pagar más para unos productos que no representan un riesgo para el ecosistema. Que sepan que no está solamente adquiriendo un alimento, sino que está promoviendo que en el campo se conserve la naturaleza”, reitera. 

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