El tratado de liberalización comercial entre Europa y EE UU también se sienta a la mesa
Las negociaciones de libre comercio entre Europa y EE UU también alcanzan a lo que los ciudadanos llevan a sus platos de comida. La producción alimentaria es otra de las dianas del Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión –conocido por sus siglas en inglés TTIP–, según han ido conociendo asociaciones ecologistas y agrícolas. A su juicio, el riesgo del acuerdo es que va encaminado a que las grandes multinacionales puedan introducir productos hasta ahora prohibidos en Europa pero que sí se comercializan en Estados Unidos.
Los estándares de calidad europeos impiden la utilización de determinadas sustancias químicas, hormonas y fármacos en los alimentos y solo permiten el cultivo de una variedad de transgénico. Sin embargo, la regulación de Estados Unidos es mucho más flexible.
La manera de producir alimentos en Europa y EE UU es bastante diferente. Por ejemplo, el uso de hormonas –estrógeno, testosterona, progesterona y derivados– para tratar la carne y la leche es posible en el país norteamericano desde los años 50. Pero la Unión Europea lo prohibió en 1981 a través de una norma reafirmada en 2003 ante la evidencia, explicaron, de que este tratamiento conlleva efectos perjudiciales para la salud. Una previsible liberalización del mercado y “la armonización a la baja de las regulaciones de ambos bloques supondría debilitar los controles de calidad y seguridad de los productos importados”, explica Sandra Espeja, responsable del área de agricultura y alimentación de Amigos de la Tierra.
Una traba para los pequeños agricultores
No solo la carne hormonada podría atravesar nuestras fronteras. La ractopamina, un fármaco usado como aditivo que en la Unión Europea se dejó de emplear en 1996, es también otra de las sustancias aplicadas por la industria alimentaria estadounidense, que administra a más del 80% de sus cerdos, según asegura la ONG.
La ractopamina está prohibida en 160 países aunque la Agencia del Medicamento de EE UU sí la tiene aprobada. Se le achacan riesgos tanto para la salud humana como animal: estrés, hiperactividad, temblores e incluso la muerte. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) evaluó esta sustancia en 2009 y el Consejo de Ministros Europeos de Agricultura mantuvo la prohibición del fármaco en 2012.
El objetivo de la utilización de estas sustancias es promover el aumento de la masa muscular de los animales, de forma que crezcan más y en menos tiempo para alcanzar el tamaño de venta. Para Miguel Blanco, secretario general de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), permitir la entrada de estos alimentos en la Unión Europea supondría competencia desleal.
“Esto hace que puedan producir más carne y leche por animal y de forma más rápida, lo que les posibilita poner precios más bajos”, explica. Y ello implicaría que las pequeñas y medianas empresas europeas no podrían competir con las grandes compañías norteamericanas. En Europa hay 14 millones de agricultores y en Estados Unidos dos millones, dice Blanco, “son modelos completamente diferentes que no se pueden equiparar”.
Pero no es únicamente una cuestión de supervivencia del negocio, sino también de responsabilidad con el consumidor, asegura el secretario general de COAG. “Los agricultores y ganaderos europeos queremos seguir produciendo con estándares elevados que garanticen la calidad y salubridad de los alimentos”. Su sector se vería perjudicado por la aprobación del TTIP en otro sentido: Estados Unidos no reconoce en su legislación las Denominaciones de Origen y las Indicaciones Geográficas Protegidas, por lo que podrían elaborarse estos productos en el país sin respetar la marca de garantía.
Controles de higiene
Uno de los principios sobre los que se basan los parámetros de calidad instaurados en la Unión Europea es el de precaución, que consiste en que para comercializar un producto nuevo la empresa debe demostrar que es inocuo. Algo que en Estados Unidos no funciona así. Allí es el Estado el que debe probar, empleando dinero público para ello, que los productos tienen efectos negativos para la salud de los consumidores. En opinión de Sandra Espeja, “ya que los aranceles son muy bajos, lo que quiere ahora la industria agroalimentaria es eliminar otras barreras al comercio, como este tipo de medidas”.
En este sentido, los controles de higiene y precaución de enfermedades realizados por la Unión Europea se llevan a cabo en todas las fases de producción, manteniendo el llamado enfoque “de la finca al plato”. Sin embargo, Estados Unidos lo hace solo al final del proceso. Esto provoca que sea habitual aclarar con desinfectantes como el cloro la carne, sobre todo el pollo, de forma que se reduzcan las bacterias perjudiciales y se disimule cualquier enfermedad o contaminación que haya podido sufrir ese producto en fases anteriores. En Europa estas prácticas fueron prohibidas en 1997 y solo se permite enjuagar la carne con agua.
Para Espeja, esto implica que “si abrimos el mercado de forma igualitaria entre ambos bloques, como pretende el TTIP, podremos decidir que nuestra producción no utilice estas sustancias” pero, por otro lado, “sí posibilitamos que alimentos en estas condiciones traspasen nuestras fronteras”.
Falta de información sobre cultivos transgénicos
Las organizaciones de consumidores alertan también sobre la pérdida de información sobre los alimentos a disposición de los ciudadanos. Ana Etchenique, vicepresidenta de la Confederación de Consumidores y Usuarios (CECU), pone el ejemplo de los organismos modificados genéticamente, los transgénicos. Más allá de una discusión sobre su idoneidad, el secretario de Agricultura norteamericano, Tom Vilsack, ha afirmado que “Europa debería reconsiderar el etiquetado de los alimentos genéticamente modificados”. Etchenique entiende que lo que pretende es no tener la obligación de decir a los consumidores qué productos son transgénicos: “Se perderían derechos como el de identificar en las etiquetas si los productos han sido elaborados con alguna variedad de transgénico”.
Actualmente en Europa solo está permitido cultivar una variedad de maíz modificado genéticamente, el MON810, de la corporación agroquímica Monsanto, que se cultiva en España y otros cuatro países. En Estados Unidos, sin embargo, se comercializan unas 150 variedades. Cultivos de maíz, soja y colza transgénicos están ampliamente extendidos en el país y, de aprobarse el TTIP, podrían entrar en la Unión Europea.
Además de advertir sobre los riesgos que el TTIP entraña para la seguridad alimentaria, ecologistas, consumidores, agricultores y ganaderos coinciden en denunciar el carácter opaco del acuerdo y el proceso de negociación. “Es un tratado a medida de las multinacionales y que se está pactando de espaldas a la ciudadanía”, apunta Miguel Blanco. “No podemos consentir que nuestra salud, nuestra alimentación y nuestros derechos sean vilipendiados”, concluye Etchenique.