La historia de por qué Francia regaló a Estados Unidos la Estatua de la Libertad, el mayor símbolo de Nueva York
El 17 de junio de 1885 llegaba a Nueva York una de sus habitantes más icónicas. Hablamos de la Estatua de la Libertad, que arribaba a la que sería su casa tras haber sido construida en Francia, ya que se trataba de un regalo del país a Estados Unidos como conmemoración del centenario de la independencia.
La Estatua de la Libertad, de regalo de Francia a símbolo de Nueva York
Francia quería ofrecer esta estatua como un gesto de amistad entre los dos países y como una manera de simbolizar los ideales de libertad y democracia que los unían, y fortalecer así los lazos de colaboración que comenzó con el apoyo de la independencia de los galos a los estadounidenses.
De hecho, la Estatua de la Libertad representa a la diosa romana de la libertad, Libertas, pero con una pequeña variación que la relaciona también con otras divinidades, Helios o Hécate, por la corona de rayos solares, una decisión de Bartholdi, el escultor que le dio vida.
Fueron miles de personas las que se agolparon al puerto de Nueva York para ver cómo llegaba el que sería el símbolo de la ciudad y del país, que se inauguró de forma oficial el 28 de octubre de 1886, un año y medio después, cuando se pudo montar las 350 piezas que venían en 200 cajas.
Nombres ilustres en la construcción de la Estatua de la Libertad
La enorme construcción de la Estatua de Libertad duró ocho años en Francia y contó con nombres ilustres. El escultor francés Frédéric Auguste Bartholdi el encargado de esta obra, que contaría también con Gustave Eiffel, a quien todavía le quedaba un par de años para la realización de su famosa Torre Eiffel.
Gustave Eiffel se encargó de diseñar la estructura interna, porque por su monumentalidad fue necesaria que participara un ingeniero y arquitecto, que consiguió resolver exitosamente la Estatua de la Libertad para que alcanzara sus 93 metros desde el suelo hasta su antorcha.
En la construcción de la Estatua de la Libertad entraría también el conocido restaurador Viollet-le-Duc, que había participado en la de la catedral de Notre Dame y que diseñó la estructura y el que eligió el cobre, que más tarde por oxidación daría el característico tono verde a la vecina más ilustre de Nueva York.
Gustave Eiffel y Viollet-le-Duc no fueron los únicos nombres ilustres involucrados, pues el editor Joseph Pulitzer fue uno de los que hizo posible su construcción con parte de la financiación.
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