La primera escena de terror de la historia fue una broma en blanco y negro de los hermanos Lumière
Un chorro de agua a presión en la cara no parece gran cosa, hasta que se convierte en el primer susto del cine. Ninguna criatura deformada, ningún asesino con máscara, ni siquiera una sombra misteriosa. Solo un adulto confiado, una boquilla de manguera y un niño travieso. Así empezó todo.
El primer sobresalto de la pantalla no recurrió al miedo puro, pero sí dejó sembrado un modelo que seguirían muchas películas décadas después.
Cuarenta y nueve segundos que cambiaron la narrativa del cine
Aquel golpe de agua tuvo lugar en 1895, durante los escasos 49 segundos que dura L'Arroseur arrosé, una pequeña broma filmada por Louis Lumière en el jardín familiar de La Ciotat.
Aunque se estrenó el 10 de junio en un sótano parisino, su mayor repercusión llegó el 28 de diciembre de ese mismo año, en la primera proyección pública y comercial del cinematógrafo en el Salon indien du Grand Café.
Allí, entre otros cortos, se presentó esta historia en la que un jardinero se agacha para comprobar por qué ha dejado de salir agua de su manguera. Al hacerlo, el niño que ha estado pisando la goma levanta el pie y provoca una pequeña explosión de agua que le empapa la cara.
Se filmó como una comedia, pero escondía algo más. La estructura del gag tenía los ingredientes que más tarde se convertirían en habituales en el cine de terror: una expectativa frustrada, un momento de incertidumbre y una respuesta repentina que rompe la calma.
No hay amenaza, ni sangre, ni oscuridad, pero el patrón narrativo es el mismo que se repetirá, con distintas máscaras, en miles de películas posteriores. Es un susto suave, casi inocente, pero efectivo. Por eso se considera el primer jump scare del cine.
El truco estaba en el tiempo. La escena está calculada para que quien ve la película sienta que algo está a punto de pasar, aunque no sepa exactamente qué. Esa anticipación, ese juego con lo inminente, se convirtió en una herramienta imprescindible para el cine de género.
Aunque hoy parece ingenua y no da ningún susto, la escena del jardinero funcionó perfectamente en aquella época como una fórmula comprimida de lo que después se utilizará para provocar gritos.
El susto pensado frente al susto por accidente
Curiosamente, no fue la única ocasión en la que los Lumière generaron sobresaltos. Solo unos meses después, con La llegada de un tren a la estación de La Ciotat, lograron que parte del público saliera corriendo al ver cómo una locomotora avanzaba hacia la pantalla.
Se decía que creían que el tren iba a salir del encuadre e invadir la sala. Sin embargo, aquello fue una confusión provocada por el realismo de la imagen, no un susto intencionado. El impacto de esa película vino del asombro, no de un mecanismo narrativo.
En cambio, en L'Arroseur arrosé, el susto está construido con toda la intención, incluso aunque se disfrace de chiste. El propio cartel promocional, pintado por Marcellin Auzolle, muestra la escena justo antes del golpe de agua, como si ya se intuyera que ese instante iba a marcar algo importante dentro de la proyección. De hecho, fue también el primer póster diseñado para una película de ficción.
Un chiste que dejó un sobresalto para la posteridad
El 10 de abril de 1954 murió Auguste Lumière, casi seis décadas después de que su hermano y él pusieran en marcha una imagen que, bajo la apariencia de una broma, anticipaba uno de los recursos narrativos más explotados por el cine.
Aquel golpe de agua, tan fugaz como certero, no solo sirvió para provocar una carcajada: también introdujo un esquema que, con los años, pasaría a provocar sobresaltos. Ese instante mínimo, atrapado entre una manguera y la mirada confiada de un jardinero, continúa teniendo efecto.
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