Walt Disney empezó su carrera dibujando caricaturas a cambio de cortes de pelo en una barbería local

Walt Disney

Héctor Farrés

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Un cliente se sienta en la silla, se arremanga las mangas de la camisa y pide un corte al estilo de París. Otro entra con el pelo como un arbusto y sale con raya al medio y la nuca despejada. El barbero afila las tijeras, repasa el cuello con la navaja y comenta las noticias del día.

Durante décadas, los intercambios de cortes de pelo funcionaron como una moneda que aunaba talento, necesidad y oportunidades. Servían como puerta de entrada a ciertos círculos y como un modo directo de generar algo de dinero sin esperar favores ni depender de nadie. En uno de esos sillones, un adolescente llamado Walt Disney aprendió que un dibujo rápido podía valer lo mismo que un billete.

El dibujo como refugio ante las exigencias de un padre inflexible

En el Kansas City de los años diez, un chico delgado, de ojos vivos y siempre manchado de tinta, se pasaba las tardes entre periódicos, clases de dibujo y caricaturas a cambio de cortes. No tenía aún clientes ni formación formal, pero sí una habilidad innata para dibujar expresiones.

Walt Disney aprovechaba cada rato libre para entrar en la barbería del barrio y ofrecer caricaturas de los clientes a cambio de un corte gratuito para él. A cambio de recortar los perfiles de los clientes en papel, conseguía cortes gratuitos y algo aún más valioso: observación directa de gestos y proporciones humanas. Fue su primera fuente de inspiración, y también su primer contacto con un público que juzgaba en directo.

Aunque su padre veía el dibujo como una pérdida de tiempo, Walt encontraba en esa actividad una vía de escape

Aquellas caricaturas de la barbería no eran solo un pasatiempo: eran su manera de explorar lo que de verdad le fascinaba. En una de las paredes del local colgaban viejos periódicos, y con ellos había aprendido a imitar a los grandes caricaturistas políticos.

En casa, sin embargo, el ambiente era muy distinto. Su padre, Elias Disney, consideraba que dibujar no servía para nada útil. Le permitía hacerlo solo con una condición: que no interfiriera ni con el reparto de periódicos ni con las horas que debía pasar en la fábrica de mermeladas. Además, era tan estricto que no le dejaba quedarse con el dinero que ganaba por su cuenta, aunque lo hubiera conseguido él solo.

Walt fue un trabajador precoz. Repartía periódicos de madrugada junto a su hermano Roy, caminaba kilómetros con frío y nieve, y al salir del colegio aún tenía que pasar la tarde cobrando suscripciones. El muchacho aceptó sin quejarse, siempre que le dejaran seguir dibujando.

Un simple trueque terminó marcando la historia de la animación

Con la excusa de hacer entregas, aprovechaba cualquier espera para observar caras, bocas, gestos. A veces volvía a la barbería con nuevos personajes, esbozados en servilletas o en el reverso de los recibos. El dueño del local lo dejaba colgar algunos en el espejo, y los clientes empezaron a reconocer sus propios rasgos entre las caricaturas. En más de una ocasión, alguno le pidió una copia para llevarse a casa. Nunca cobró por ellas, pero a cambio obtenía algo más importante: tiempo y práctica.

Ese mismo impulso lo llevó a inscribirse en el Kansas City Art Institute, donde perfeccionó su técnica. Por las noches, tras repartir periódicos y antes de dormir, repasaba manuales de dibujo anatómico y libros de ilustración.

Walt Disney

No era buen estudiante en la escuela convencional, pero absorbía cada página sobre sombras, proporciones y narrativa visual con un entusiasmo que ningún maestro había logrado despertar en clase. Con apenas catorce años, ya hacía retratos a los clientes del barbero y empezaba a soñar con ganarse la vida dibujando. Allí descubrió que el dibujo podía ser también una forma de contar historias.

Poco después, transformó esa energía en sus primeros trabajos remunerados: anuncios en catálogos y revistas, encargos para tiendas locales y colaboraciones para pequeños negocios. Todo había comenzado en una barbería de barrio, a cambio de un corte bien hecho.

Años más tarde, aquel chaval que dibujaba rostros por un corte de pelo daría forma a una silueta con orejas redondas y pantalones cortos, que terminaría siendo el ratón más famoso del mundo. Ese intercambio modesto marcó el inicio de una carrera que muy pronto pasaría del papel a la pantalla.

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