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Opinión

Los cinco colosos que sostienen la vida digital, cómo han llegado ahí y por qué se han vuelto peligrosos

GAFAM

Carlos del Castillo

11 de octubre de 2021 22:29 h

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Mark Zuckerberg rechaza que la unión de Facebook, Instagram y WhatsApp constituya un monopolio. Él defiende que su corporación tiene mucha competencia, porque compite con todo Internet.

El modelo de negocio de Zuckerberg se basa en que sus usuarios no necesiten nada de Internet fuera de lo que su empresa ofrece. Que Facebook, Instagram y WhatsApp puedan contener el reflejo digital completo de una persona para que ningún detalle se escape al perfilado publicitario. Ha conseguido que para muchos sea así. No es que el imperio de Zuckerberg sea una opción más para hablar con amigos y familiares, relacionarse, ligar, leer noticias, seguir retransmisiones en directo, jugar o entretenerse con creadores de contenido; es que para muchas personas un teléfono inteligente es inútil a la hora de hacer todo eso si no tiene las apps de Facebook, WhatsApp o Instagram.

El mejor ejemplo de ello es la mensajería: la sociedad occidental da por hecho que toda persona estará disponible para contactar a través de una de sus plataformas. En Europa, América Latina o India esa herramienta ubicua es WhatsApp (usada por el 90% de los españoles, según el estudio Digital 2021 de Hootsuite y We Are Social), mientras que en EEUU esta app compite con Messenger, el chat de... Facebook. La estrategia se replica con las pymes y pequeñas organizaciones, puesto que son innumerables los negocios que usan Instagram como su principal escaparate o su página de Facebook como web oficial.

La estrategia de Zuckerberg tiene otra vuelta de tuerca más. En los países que le permiten hacerlo, Facebook financia tarifas de datos para conectarse solo a sus servicios. Se puede pagar a la operadora para acceder al “Internet premium” (el real), pero a la vez se puede hablar con amigos y familiares, relacionarse, ligar, leer noticias, seguir retransmisiones en directo, jugar o entretenerse con creadores de contenido sin pagar nada, con la condición de que sea a través de Facebook. El programa se denomina Free Basics y solo ha colado en países en vías de desarrollo, donde muchos de sus habitantes tampoco es que puedan permitirse una tarifa de Internet estándar. Para ellos, en la teoría y en la práctica, Facebook, Instagram y WhatsApp son Internet.

En la práctica, todo esto convierte a Facebook en una infraestructura crítica para la sociedad digital. Que una multinacional desempeñe este papel tiene consecuencias indeseables. Una de ellas es que si el coloso cae, para buena parte del mundo Internet se para. Eso es lo que ocurrió el lunes 4 de octubre, cuando toda la corporación sufrió una desconexión digital de seis horas en la que todos sus servicios quedaron inutilizados. Hacía 13 años que Facebook no sufría un apagón semejante, lo que da idea de la gravedad que el suceso tuvo de puertas adentro de la compañía.

Hay más consecuencias, pero los datos arrojan también una primera conclusión tras El Gran Apagón de Facebook. Menos mal que fue Facebook.

Los cinco colosos

Hay otras cuatro multinacionales que ocupan posiciones de poder similares a la de Facebook en la tecnología digital actual. Se las conoce como las GAFAM, acrónimo de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft. No han llegado ahí por accidente, sino aprovechando al máximo una serie de características de Internet que permiten crear estructuras que concentran a los usuarios en torno a una sola plataforma: tecnología propia, economía a escala, marca y efecto red. Son los aspectos que busca Peter Thiel, el primer inversor de Facebook y uno de los grandes poderes en la sombra de Silicon Valley, para meter su dinero en una startup. Pon esos cuatro elementos en un mercado digital todavía sin explotar y podrás crear un coloso como Facebook.

La multinacional de Zuckerberg es el gigante que domina el sector de las herramientas sociales, lo que le hace también el menos crítico. Si una desconexión similar afectara a cualquiera de los otros cuatro, las consecuencias habrían sido mucho peores. El motivo es que todas ellas tienen políticas para conseguir ser tan indispensables como las de Facebook para sus usuarios.

“La población no llega a ser consciente de la infraestructura que hay detrás de Internet. De cómo tres grandes empresas como Amazon, Google y Microsoft gestionan casi toda la nube”, recuerda en conversación con este medio José María Alonso, director de Estrategia de la World Wide Web Foundation. “Si el problema lo hubieran tenido ellos la cosa habría sido muy diferente. Hace unos años cayó Amazon y multitud de apps dejaron de funcionar porque utilizaban la nube de Amazon. Ahí es cuando te das cuenta de lo centralizado que está todo”.

La población no llega a ser consciente de la infraestructura que hay detrás de Internet. De cómo tres grandes empresas como Amazon, Google y Microsoft gestionan casi toda la nube

José María Alonso director de estrategia de la World Wide Web Foundation

Como recuerda Alonso, si Amazon, Microsoft y Google hubieran sufrido una desconexión similar a la de Facebook, lo que se habría caído no son unas herramientas de comunicación, sino la nube global. Según los cálculos de Canalys, la primera domina un 31% del mercado mundial en este campo, la segunda un 22% y la tercera un 8%. Seis de cada diez servicios web dependen de estas tres empresas, pero el dato tiene trampa: en el 39% restante se incluyen empresas de China y de Rusia, dos mercados enormes que han vetado la entrada de compañías americanas a una infraestructura tan estratégica como la nube. En realidad, la dependencia del resto del mundo de Amazon, Microsoft y Google es casi total.

Si ellas cayeran, los hospitales habrían perdido el acceso al historial de los pacientes y no podrían hacer nuevas pruebas diagnósticas al no poder guardar sus resultados. Los servicios digitales de la administración quedarían inaccesibles e incapaces de identificar a los ciudadanos. Cualquier empleo de oficina sería muy complicado de desempeñar, con los principales servicios de email, almacenamiento remoto y plataformas de trabajo desactivados. Buena parte de los servicios bancarios dirían adiós. Incluso los colegios, que sucumbieron a la tendencia de la nube empujados por la pandemia, perderían el acceso a los expedientes de los alumnos y sus nuevas herramientas digitales. Unas herramientas que Google y Microsoft les ofrecen, como Facebook con Free Basics, prácticamente sin coste (económico).

La tendencia se consolidará en los próximos años. La pandemia ha impulsado la digitalización y, según la consultora Gartner, el 70% de todas las organizaciones mundiales estarán utilizando infraestructura en la nube para sus procesos internos.

Las GAFAM dominan también los dispositivos físicos. Según los datos de StatCounter, un problema crítico en Google desactivaría buena parte de las funciones digitales del 40% de los aparatos que la humanidad usa para conectarse a Internet, que perderían el apoyo de su sistema operativo Android, controlado por la multinacional. Microsoft gestiona otro 32% (incluyendo el 75% de cuota de mercado de Windows en ordenadores de escritorio) y Apple, el 23%. La aldea gala de Linux solo se ha fortificado el 1% de los dispositivos.

Cada mercado digital habilitante para disfrutar de Internet tiene cifras similares, como el de los navegadores web: 65% para Chrome (Google), 18% para Safari (Apple), 4% para Edge (Microsoft). Las GAFAM han extendido su poder a todas las jurisdicciones de la red.

Internet no iba a ser así

Internet no iba a ser un terreno dominado por un puñado de multinacionales. A sus dos principios fundamentales, descentralización y resiliencia, se los tragó el capitalismo de vigilancia. El padre de la web, Tim Berners-Lee, no reconoce el producto en el que hoy se ha convertido su invento: “La web a la que muchos se conectaban hace años no es lo que los nuevos usuarios encontrarán hoy”.

El problema es que parece que todo irá a peor si no se actúa. “Estas plataformas dominantes son capaces de afianzar su posición creando barreras para los competidores. Compran a sus competidoras, adquieren nuevas innovaciones y contratan a los mejores talentos del sector. Si a esto le añadimos la ventaja competitiva que les dan los datos de sus usuarios, podemos esperar que los próximos 20 años sean mucho menos innovadores que los anteriores”, lamenta Berners-Lee, que ha pasado la última década intentando cambiar las cosas.

Una de sus iniciativas es la World Wide Web Foundation, que trata los problemas que acosan a la web y que puede llamar a los despachos de los últimos pisos gracias a los contactos del padre de esta tecnología. Uno de esos problemas es el cuello de botella de las GAFAM. “Los americanos dicen que es un monopolio. Yo lo veo más como un oligopolio, un grupo pequeño de empresas que tienen un poder cada vez más grande y que crean una dependencia a la gente, que la gente ni siquiera conoce porque no conocen lo que hay por detrás”, explica en conversación con este medio su director de estrategia, José María Alonso.

Las tecnológicas son expertas en la psicología humana. Saben jugar con las reacciones químicas de nuestro cerebro para gratificarnos por realizar acciones que les interesan

Carissa Véliz autora de 'Privacidad es Poder' (Debate)

“Es un problema de cultura y de concienciación”, explica el experto, que colabora con Berners-Lee desde hace 18 años. “Nos han inculcado la costumbre digital de que todo es gratuito. Nosotros tenemos un acceso a determinados servicios gratis porque a cambio nos tragamos anuncios o monetizan nuestros datos”, expone: “Lo que no nos dicen es que ellos tendrán el control absoluto sobre ello, porque la infraestructura es suya y las reglas también”.

En los últimos años se han hecho comunes los avisos del impacto social que acarrea esta dependencia de los colosos digitales. Tanto a nivel de privacidad e independencia personal como del impacto tóxico en la sociedad que puede tener su poder. Pero parece que hay algo que frena el cambio a servicios alternativos. “Las tecnológicas son realmente expertas en la psicología humana. Saben jugar muy bien con las reacciones químicas que se producen en nuestro cerebro, como por ejemplo la dopamina, para gratificarnos por realizar acciones que les interesan”, detalla Carissa Véliz, profesora de Filosofía en la Universidad de Oxford. “Pero también saben aprovecharse de nuestras vulnerabilidades, como la pereza”.

Véliz es la autora de Privacidad es Poder (Debate), cuya edición en castellano ha salido a la venta recientemente. Es un manual para poner fin a la economía de datos que ha encumbrado a las GAFAM que explica mecanismos como la “conveniencia”, ese sesgo que nos hace tomar decisiones en función del esfuerzo cognitivo que nos depare cada alternativa. Como bajar una app alternativa a WhatsApp y pedir a nuestros contactos que hagan lo mismo, aunque solo sea como alternativa. “La conveniencia es una de las cosas a las que más nos atrapan. Si no hubiera conveniencia, la vida estaría insoportablemente llena de obstáculos, de dificultades. Pero darle demasiada importancia a la conveniencia hace que tengamos vidas muy poco sanas, desde no hacer ejercicio hasta no estar bien informados como ciudadanos”.

Nada es demasiado grande para caer

No hizo falta un ciberataque coordinado ni un terremoto en Silicon Valley para tumbar toda la estructura de Facebook. Fue un error propio lo que hizo “desaparecer de Internet” a la corporación de Zuckerberg. El suceso muestra que incluso las ultraprofesionalizadas multinacionales digitales pueden fallar. Que pese a contar con los mejores recursos personales y materiales, pueden caer y arrastrar con ellas a todos los usuarios y empresas que dependen de sus servicios.

El de Facebook ha sido el gran trastazo de los últimos años. Pero no hay que escarbar demasiado para encontrar otras situaciones de riesgo en torno a las GAFAM. La misma semana de su caída salió a la luz un ciberataque crítico contra Twitch (propiedad de Amazon) en el que los hackers se hicieron con básicamente todo: desde el código fuente de la plataforma, pasando por desarrollos a futuro que la compañía mantenía aún en secreto, hasta lo que cobran estrellas como Ibai Llanos o AuronPlay. El pasado diciembre la que se desconectó fue Google, que tuvo un problema con sus herramientas de trabajo como el correo electrónico, el almacenamiento en la nube o las videollamadas, entre otras. El fallo dejó maniatadas a muchas oficinas, especialmente europeas.

Los expertos coinciden en que la situación no tiene una solución sencilla y en que cualquier cambio requerirá de voluntad conjunta de gobiernos y ciudadanos. Pero se puede. “Hemos podido regular todas las industrias que han venido antes, desde los ferrocarriles hasta los automóviles, las farmacéuticas, el petróleo. La industria tecnológica no es diferente y no es más compleja. Me desespera mucho que exista esa presunción de que las tecnológicas son algo así como mágicas, que están más allá de la ley, que son algo sin precedentes. No es así”, asevera Véliz.

Más que las revelaciones de malas prácticas como las de Frances Haugen, extrabajadora de Facebook, son sucesos como su caída mundial lo que espolea la descarga de apps alternativas. Durante las seis horas de desconexión de WhatsApp, Telegram ganó 70 millones de usuarios (a principios de 2021 esta app superó los 500 millones de usuarios en todo el mundo. WhatsApp supera los 2.000 millones y Facebook, los 3.000 millones).

“El cambio está en marcha, pero será lento y muy poco a poco”, avisa Alonso, de la WWW Foundation. Mientras llega, tanto él como Véliz piden todo el apoyo posible para personas como Haugen, que se atrevan a dar el paso y enfrentarse a organizaciones todopoderosas. “A veces hablamos de Facebook o del resto de empresas como un bloque monolítico, pero no lo son. Dentro de estas estructuras también hay personas que tienen la cabeza muy bien amueblada y saben las reformas que hay que implementar, pero al final siempre se topan con la cúpula. Son muy pocos, generalmente bastante jóvenes y que vienen con la idea de cambiar el mundo para bien”, defiende.

“Son nuestros canarios”, coincide la profesora de Oxford. “Los canarios se utilizaban en las minas porque son más sensibles que los seres humanos a ciertas toxinas en el aire. Los mineros solían llevar con ellos tanques de oxígeno para revivir al pobre canario. Necesitamos tener esos tanques de oxígeno para nuestros propios whistleblowers, porque tienen un papel fundamental en esta sociedad para avisarnos de aquello que está funcionando mal”.

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