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Qué es y para qué sirve el cable submarino de 6.500 kilómetros que Google anclará al puerto de Bilbao

Operarios instalan un nuevo cable submarino

Carlos del Castillo

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Grace Hopper fue una matemática nacida en 1906, pionera en la ciencia de la computación. “Una gigante, la hacker de los hackers”, se la define en el primer vídeo-museo que repasa los momentos cumbre de la cultura digital. 'Grace Hopper' será también el nombre del cable submarino de más de 6.500 kilómetros de fibra óptica entre el puerto de Bilbao y el de Shirley, en el Estado de Nueva York (EEUU), que Google ha presentado este martes. Se trata de una infraestructura privada que la multinacional espera tener en funcionamiento en 2022 y que cuenta con una ramificación hacia Bude, en Reino Unido.

“Hoy día, el 98% del tráfico internacional de Internet circula a través de cables submarinos. Una vasta red que cruza el océano hace posible que podamos compartir, buscar, enviar y recibir información por todo el mundo a la velocidad de la luz”, ha detallado la multinacional en la presentación del 'Grace Hopper', que usará para dar “un mayor soporte para la red que acoge los productos empresariales y de consumo de Google”.

A pesar de lo que evoca su nombre, 'la nube' no se sostiene en satélites y antenas, sino en este tipo de cables que recorren los fondos oceánicos y conectan con los centros de datos. Estos edificios son el otro punto clave de la infraestructura de Internet, al albergar en su interior los “ordenadores gigantes” donde se almacenan las fotos, los documentos y cualquier archivo mandado a 'la nube'. De ahí la repetida advertencia de que la nube no es más que “el ordenador de alguien”.

No obstante, el futuro de la nube no es solo almacenar por ti. También es pensar por ti. La computación en la nube es una vía de negocio que transfiere los procesos de cálculo a esos ordenadores gigantes y que los Google, Amazon o Microsoft se están preparando para extender a escala mundial. Esto permite llevar a cabo procesos informáticos que requieren de equipos muy avanzados aunque el usuario final no disponga de ellos.

En el sector privado la computación en la nube será clave en la implantación de servicios con inteligencia artificial en empresas de ámbitos distintos al tecnológico. Para el usuario medio, se espera que suponga la definitiva llegada del Internet de las Cosas y la desvinculación de determinados servicios digitales de los aparatos domésticos que hasta ahora los soportaban, que serán sustituidos por suscripciones. Un ejemplo es el del sector de los videojuegos: la apuesta de empresas como Google es que las videoconsolas pasen a ser solo un mando y un barato dispositivo de transmisión conectado a la televisión. En su plataforma Stadia no se compran videojuegos, sino diferentes tipos de suscripciones que dan acceso a unos juegos u otros durante un tiempo u otro.

Cuanto más cerca del usuario final y mejor conectados estén los centros de datos, menor latencia y mejor servicio de cloud computing. Con el 'Grace Hopper' Google cierra el círculo en España, puesto que la multinacional ya anunció en junio la apertura de una nueva región de centros de datos en Madrid, en alianza con Telefónica. Hasta ahora Bélgica, Finlandia e Irlanda eran los únicos países europeos con centros de datos de Google. “Con esta nueva región, los clientes de Google Cloud que operan en España se beneficiarán de la baja latencia y el alto rendimiento de sus flujos de trabajo y datos alojados en la nube”, presume la empresa.

El Internet del fondo marino

Los servicios en la nube han vuelto a acelerar el despliegue de infraestructuras digitales en los últimos años, tras un primer auge entre finales del siglo XX y principios del XXI. Fue entonces cuando se tendieron muchas de las rutas de cable submarino que dan servicio a Internet, como el primero que los tres que entran actualmente por España a través del puerto de Bilbao. Se ancló en 2002 y es propiedad de la multinacional india Tata, que controla unos 500.000 de los 1,2 millones de kilómetros de cables submarinos recorren actualmente los fondos oceánicos.

Por regla general estos cables tienen la anchura de una manguera de jardín. Si bien en las zonas próximas a la costa están enterrados para evitar daños de anclas o actividades pesqueras, mar adentro están posados directamente sobre el lecho oceánico. Pese a su delgadez cuentan con varias capas de protección, ya que “los filamentos que llevan las señales son extremadamente delgados, aproximadamente del diámetro de un cabello humano”, explican desde TeleGeography, una consultora de telecomunicaciones que mantiene un mapa interactivo que muestra la distribución de esta infraestructura. En total hay 406 cables en todo el mundo.

Tras un período de menor actividad, en los últimos años se ha retomado la construcción de estas infraestructuras. Pero no por parte de las empresas de telecomunicaciones como en un primer momento, sino de los proveedores de contenidos digitales. “Google, Facebook, Microsoft y Amazon son los principales inversores en nuevo cable. La cantidad de capacidad desplegada por los operadores de redes privadas –como estos proveedores de contenido– ha superado a los operadores de la red troncal de Internet en los últimos años. Ante la perspectiva de un crecimiento masivo del ancho de banda, la propiedad de nuevos cables submarinos tiene sentido para estas empresas”, detalla la consultora.

El otro cable anclado en Bilbao es propiedad de Facebook, Microsoft y Telxius y entró en servicio en 2018. La península ibérica es un foco importante de este nuevo desarrollo de cable, especialmente tras el brexit, que dejó fuera de la UE a Reino Unido, uno de los dos extremos de la gran autopista de datos trasatlántica trazada hace unos 20 años entre EEUU y Europa. Uno de los hitos marcados en rojo por la industria en esta nueva fase es la puesta en marcha del cable EllaLink, que unirá Fortaleza y Praia Grande (Brasil) con Sines (Portugal) y se extenderá tierra adentro hacia los hubs de Madrid y Marsella. La pandemia ha retrasado su puesta en funcionamiento hasta 2021.

La capital española es precisamente una de las ciudades que puede hacerse con una mayor cuota de mercado tras el brexit gracias a los centros de datos, y aspira a meterse en el grupo de los cuatro polos de conexión digital europeos junto a Fráncfort, Londres, Ámsterdam y París.

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