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The Guardian en español

Las tensiones entre Ucrania y Rusia llegan al sagrado Monte Athos de Grecia

Religiosos cristianos ortodoxos en un templo del Monte Athos.

Shaun Walker

Athos (Grecia) —

En la fría oscuridad del amanecer, el padre Makarios corre hacia su capilla. Su templo es uno más entre las decenas de iglesias y catedrales repartidas por todo el Monte Athos. Va a celebrar la liturgia de la mañana, una maratón de dos horas con lecturas de la Biblia y sonoros cantos.

Makarios es monje de nacionalidad griega y lleva viviendo en Athos 51 de sus 68 años. Tras la liturgia matutina, la primera en un día en el que habrá muchos otros servicios, se quita la túnica blanca de la oración para vestir su habitual atuendo negro. Con él dará asesoramiento espiritual a unos empresarios bielorrusos que han peregrinado hasta Athos para escucharle, mientras toman un austero desayuno de nueces y café.

Los varones de religión ortodoxa llevan siglos viniendo al Monte Athos, una aislada península en el norte de Grecia, para dejar atrás las preocupaciones cotidianas del mundo exterior. Solo se puede entrar por barco y las mujeres tienen estrictamente prohibido pisar el lugar, uno de los más sagrados para la Iglesia Ortodoxa (escindida de la Católica en el siglo XI). Tras obtener un permiso especial, los peregrinos varones acuden a Athos para confesarse y buscar asesoramiento espiritual entre los 2.000 monjes que viven en los 20 monasterios y las más pequeñas “celdas” de la costa montañosa.

Pero no está todo bien en la actual Iglesia Ortodoxa. La división causada por la guerra de Rusia en Ucrania ha generado un cisma y siniestras conversaciones de violencia entre las diferentes Iglesias nacionales. Bartolomé de Constantinopla (en la actual Turquía), conocido como el patriarca ecuménico y primus inter pares (el primero entre iguales) de los patriarcas ortodoxos, permitió en octubre que la rama ucraniana de la Iglesia ortodoxa se separara de la rusa. En la práctica significaba convertirla en una Iglesia prácticamente independiente, lo que provocó una dura reacción del patriarca Kirill, el responsable de la Iglesia rusa que hasta ese momento había considerado Ucrania parte de su dominio. En respuesta a la decisión de Bartolomé, Kirill anunció que dejaba de regirse por el patriarca ecuménico.

Este sábado, los obispos ucranianos apoyaron la decisión de separarse de la Iglesia Ortodoxa rusa en el concilio de unidad de las iglesias ortodoxas del país.

El efecto de estas decisiones se está sintiendo en lugares tan lejanos como Athos, bajo el control del patriarca ecuménico (el nombre de Bartolomé es bendecido en todos los servicios). “Ucrania es un país independiente y merece su propia iglesia”, dice Makarios a los visitantes bielorrusos, que asienten indecisos. Su opinión no es compartida por todos. Para el padre Agafon, un monje ucraniano que vive en las mismas celdas que Makarios, la iglesia ucraniana debería permanecer bajo el control de Moscú. Los que piden una Iglesia independiente para su país, dice, son “herejes y cismáticos”.

La versión ortodoxa del peregrinaje a la Meca

La mayoría de los monjes de Athos es de origen griego, pero para muchos rusos, ucranianos y bielorrusos, la peregrinación al Monte se ha convertido en la versión ortodoxa del viaje a la Meca, una necesidad espiritual que todo auténtico creyente debe cumplir. Los oligarcas y las élites del Gobierno están entre los principales visitantes de la península, por la dificultad de los permisos y la atmósfera de club selecto que tiene. Makarios cuenta que en las semanas anteriores a la visita de The Guardian recibió en sus austeras celdas a un general del ejército bielorruso, a varios diputados ucranianos y a rusos de mucho dinero.

Llegan buscando bendiciones, perdón y, a veces, también consejos desde lo alto sobre decisiones de negocio. “Yo respondo a las cuestiones que tienen que ver con Dios, con la vida y con la muerte, y eso es lo que creo que me corresponde, pero no soy un hombre de negocios, ¿cómo se supone que voy a contestar preguntas de negocios?”, dice Makarios.

Kirill, el patriarca de Moscú, ha prohibido a los rusos comulgar en las iglesias de Athos y clasificado como cismáticos a los sacerdotes que bendigan al patriarca ecuménico, todo un dilema para los rusos que quieren visitar a estos monjes.

Konstantin Malofeev, el llamado “oligarca ortodoxo”, es un hombre de negocios ruso particularmente activo en Athos al que Estados Unidos y la Unión Europea incluyeron en sus listas de sanciones por su supuesta responsabilidad financiando a insurgentes del este de Ucrania. En una entrevista, Malofeev dijo “sentir la presencia de la Santísima Virgen” durante su primer viaje a Athos en 2004. Tras esa experiencia, empezó a visitar la península al menos una vez por año. Hasta que las sanciones le obligaron a reducir sus viajes.

En 2013, Malofeev organizó la gira por Ucrania y Rusia de las reliquias con los Regalos de los Reyes Magos, custodiadas por el monasterio San Pablo de Athos. En Moscú y otras ciudades, los devotos soportaron temperaturas heladas en colas de hasta 15 horas para ver lo que se dice que son los regalos que los tres sabios hicieron a Jesucristo en su nacimiento. Según rumores publicados por la prensa rusa, fue durante el paso de esas reliquias por Crimea cuando se negoció la anexión rusa de la península. En 2016, también Vladimir Putin viajó a Athos, donde asistió a un servicio en el monasterio de Panteleimón, con una mayoría de monjes de origen ruso.

Entre los monjes de pelo repeinado y barbas sin recortar de Athos, donde las preocupaciones son rezar, atender los huertos y recibir a los peregrinos, las preocupaciones geopolíticas parecen cuestiones verdaderamente de otro planeta. Hay pocos coches con los que moverse por las serpenteantes carreteras (sin asfaltar) que unen los monasterios y Athos funciona todavía con la hora bizantina, un arcaico sistema en el que los relojes se reajustan todas las tardes. También se sigue el calendario juliano, lo que pone a la península 13 días por detrás del resto del mundo occidental. Al caer el sol, los monasterios cierran sus puertas y se instala en todo el lugar una tranquilidad que solo se rompe con las campanadas de la liturgia matutina.

El almuerzo es la única comida caliente y el desayuno y la cena se limitan a un austero tentempié de galletas, nueces o aceitunas. La carne está prohibida. En algunos monasterios, las comidas se hacen rápido y en silencio. En otros, la mesa del comedor es el centro de animadas conversaciones. “La gente viene aquí en busca de la santidad y para dejar atrás las dificultades del mundo”, dice el padre Porfirio, un monje griego de 27 años. “La parte más difícil es aniquilar tu voluntad: tratamos de destruirla, de llegar al nivel de obediencia de Jesucristo”.

Pero no hace falta demasiado tiempo para darse cuenta de que no todos los monjes viven completamente aislados. El padre Alexander, de 52 años y originario de Lugansk (Ucrania oriental), es uno de ellos: atada a su túnica lleva la cinta naranja y negra de San Jorge, un símbolo de los ucranianos que quieren independizarse de Ucrania y que están respaldados por Rusia.

Antes de convertirse a monje, Alexander fue piloto del ejército de la Unión Soviética, participó en las operaciones de limpieza de Chernobyl y entró en Afganistán durante la intervención militar soviética. Como miembro del ejército ucraniano después, trabajó como piloto de helicópteros en varias zonas de guerra. Hasta que en 2011 se hizo monje y se mudó a Athos para residir en Koutloumousiou, uno de los 20 monasterios más importantes del lugar.

El monje que fue a la guerra

Cuando en 2014 estalló el conflicto en su región natal, regresó a su país para apoyar a los separatistas en su lucha contra las fuerzas del Gobierno ucraniano. “El abad me dio la bendición para ir a la guerra, pero me dijo que si llevaba un arma moriría. Le pregunté qué podía hacer en una guerra sin armas y me dijo 'lucha con tus palabras'. Gracias a mis palabras destruimos la mitad de la aviación ucraniana. En una servilleta yo dibujaba mapas de cómo serían sus vuelos y los derribamos todos”, dice.

Según Alexander, la decisión de Bartolomé de conceder la independencia a la Iglesia ucraniana equivale a enviar a “entre 5 y 7 millones de personas directamente al infierno”. Dice que seguir participando en los servicios donde Bartolomé es bendecido se le ha hecho “espiritualmente difícil”.

La polémica sobre Athos suena aún más fuerte fuera de la península. Muchos países occidentales sospechan que Rusia utiliza Athos como una excusa para hacerse un hueco dentro de una nación perteneciente a la Unión Europea.

El exembajador de Estados Unidos en Kiev y actual embajador en Atenas, Geoffrey Pyatt, protagonizó en abril un muy publicitado viaje a Athos. Dijo haber visto en Grecia las mismas tácticas que Rusia había desplegado antes en Kiev (Pyatt es especialmente odiado en Moscú porque la revuelta de Maidan ocurrió durante su estancia como embajador en Ucrania), con empresarios comprando intereses estratégicos y armando redes de dudosa influencia política y económica. “Por supuesto que ellos [los rusos] no tienen el mismo ascendiente en Grecia que en Ucrania, pero están siguiendo el mismo manual”, dijo.

En un movimiento sorpresa, el Gobierno griego expulsó en agosto a dos diplomáticos rusos, acusados de soborno y de intromisión en asuntos griegos. Uno de los expulsados era el responsable de una sociedad religiosa dedicada a la coordinación de las iglesias ortodoxas.

Según Malofeev, la culpa de todo el embrollo es de los estadounidenses. “Pyatt está tratando de armar lío igual que hizo en Ucrania”. También dice que el séquito de Bartolomé está “infiltrado por agentes de la CIA” y que la decisión de conceder la independencia a la rama ucraniana de la Iglesia ortodoxa podría provocar disturbios en Ucrania y una división entre Athos y el patriarca ecuménico. En Athos, muchos monjes se niegan a hablar de esa posibilidad. El abad del monasterio de Panteleimon, el mismo que recibió la visita de Putin, pide las preguntas por escrito y devuelve con una nota las que “no eran lo suficientemente espirituales” como para ser contestadas.

Según Makarios, los planes rusos para Athos no son nada nuevo y Moscú está interesado en la península desde los tiempos de los zares. “A los rusos no les gusta este lugar sólo por motivos religiosos, es un buen lugar para fines militares, en el Mar Egeo”. Aunque insiste en que la mayor parte de Athos sigue unida en su lealtad al patriarca ecuménico, admite que el sentimiento no es completamente unánime: “Hay monjes que aman el dinero ruso”.

Traducido por Francisco de Zárate

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