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The Guardian en español

Un intercambio de territorios entre Kosovo y Serbia es una limpieza étnica con otro nombre

Choques entre la oposición nacionalista de Kosovo y la policía.

Agron Bajrami

Los Balcanes vuelven a estar en ebullición. Esta vez porque se especula que Kosovo y Serbia pueden finalmente cerrar su disputa y normalizar relaciones. Se cree que el presidente de Kosovo, Hashim Thaçi, y su homólogo serbio, Aleksandar Vucic, están cerca de llegar a un acuerdo que ayudaría a estabilizar la región y que abriría las puertas a ambos países para entrar en la Unión Europea.

Las negociaciones están teniendo lugar bajo la mediación de la jefa europea de política exterior, Federica Mogherini, y diez años después de que Kosovo declarase su independencia puede cerrarse el último capítulo de la destinegración de la antigua Yugoslavia.

Suena a cuento de hadas. Dos líderes que estaban en bandos opuestos en la guerra de 1998-1999 que dejó miles de civiles kosovares muertos, decenas de miles de casas incendiadas y destrozadas y más de un millón de personas expulsadas y desplazadas –y que no se terminó hasta que la OTAN intervino– de pronto superan sus odios y enemistades en aras de un futuro mejor para su pueblo ¿Por fin un avance?

Al contrario. Se puede convertir en una pesadilla. El acuerdo en consideración a veces se llama “corrección de fronteras” o “intercambio de territorios”. Ni Thaçi ni Vucic han dado muchos detalles, pero parece que contempla la adhesión a Serbia de un territorio septentrional de Kosovo con una población de mayoría serbia y la adhesión a Kosovo de una parte del sur Serbia, una región conocida como el Valle de Presevo, cuya población es de mayoría albana.

El intercambio tendría como resultado menos serbios viviendo en Kosovo y menos albanos viviendo en Serbia. Ambos países se convertirían más “puros étnicamente”. Mucha gente tendría que dejar su hogar familiar y su lugar de nacimiento. En resumen, habría un intercambio de poblaciones, no solo territorios.

Charles Kupchan, exasesor de Barack Obama y ahora profesor en la Universidad de Georgetown ha descrito el plan como “limpieza étnica pacífica”. Mostrando su apoyo al intercambio de territorio, Kupchan cree que “el pragmatismo debe prevalecer sobre los principios”. Yo discrepo.

Crear territorios y Estados étnicamente homogéneos (resumiendo: deshacerse de las minorías) no es nuevo. En Kosovo, a lo largo de la historia, ha pasado muchas veces. Y siempre ha dejado profundas heridas que no se curan con facilidad. Casi todos los kosovares tienen historias familiares que lo atestiguan. Estas son las mías.

La primera se sitúa en los últimos años del mandato otomano sobre los Balcanes. En 1877-1878, la familia de mi madre estaba entre las decenas de miles de personas albanas expulsadas de sus hogares en la población de Berjan i Poshtën (Donje Brijanje, en serbio), situada en el sur de la actual Serbia. Incluso actualmente, en reuniones familiares, los primos más mayores recuerdan las historias que contaban sus abuelos sobre las casas, tierras y tumbas que dejaron atrás. Su expulsión fue una limpieza étnica convertida en irreversible durante el Congreso de Berlín de 1878.

Otra historia familiar es de mi abuelo paternal, ya fallecido. De niño, veía sus ojos llorosos y escuchaba su voz temblorosa mientras recordaba la noche de 1927 cuando su padre y su hermano mayor tuvieron que dejar su casa y su tienda de pasteles en el pueblo de Pravishte –actualmente Eleftheroupoli, en la parte oriental de Grecia–. Ocurrió como consecuencia de un acuerdo Greco-turco firmado en Lausana sobre intercambio de población. Este no era su hogar, pero era todo lo que tenían para sostener a la familia en Kosovo. Solo les dieron unos minutos para hacer las maletas, no hubo violencia, todo fue pacífico, tal y como lo describiría mi abuelo años más tarde. Pero aun así fue una limpieza étnica.

Tan solo unos minutos es también lo que el ejército serbio y las fuerzas de seguridad dieron a muchos albanokosovares en marzo de 1999 cuando la campaña de limpieza étnica de Slobodan Milosevic estaba en pleno apogeo. Fue represiva, violenta, sangrienta y criminal. A muchos los mataron y la mayoría fueron expulsados. Cerca de un millón de personas se convirtieron en refugiados, incluido prácticamente toda la familia de mi madre, descendientes de aquellos expulsados del sur de Serbia 120 años antes. Muchos familiares del lado de mi padre también eran descendientes de aquellos que tuvieron que abandonar la pastelería en el este de Grecia. Yo mismo acabé como refugiado en Macedonia. Todos fuimos víctimas de limpiezas étnicas e hizo falta la intervención de la OTAN para revertirlo.

No creo que aquellos que apoyan el intercambio de territorios entre Kosovo y Serbia sean conscientes de los riesgos. Simplemente ignoran lo obvio. La limpieza étnica es un crimen, sea pacífica o no. Además de ser moralmente inaceptable y antieuropeo, el plan también causaría una gran inestabilidad a largo plazo en materia política y de seguridad en toda la región. Si se permite a Kosovo y a Serbia intercambiar territorios y personas, ¿cómo se podría negar hacerlo en otras partes del mundo? A muchas comunidades en la región no les gusta el Estado donde viven: serbios y croatas en Bosnia, musulmanes en Serbia, albanos en Macedonia o incluso húngaros en Eslovaquia y turcos en Chipre.

Por eso muchos se oponen a la “solución” que parece estar bajo consideración. En Kosovo, el intercambio de territorios ha sido rechazado por la mayoría de los partidos parlamentarios, así como por la coalición en el Gobierno. El estatus y las fronteras de Kosovo tienen su origen en su independencia de 2008, basada en un plan propuesto por el expresidente finlandés Martti Ahtisaari. Una solución de acuerdo a la ley, según el Tribunal Internacional de Justicia.

El plan de Thaçi de intercambiar territorios no tiene prácticamente ningún apoyo entre los albanokosovares. El acuerdo no saldría ratificado del Parlamento de Kosovo incluso si lo firmase. Y la mayoría de los serbokosovares también están en contra, dado que significaría que muchos acabarían en el “lado equivocado de la frontera”.

El acuerdo también es inaceptable para muchos países occidentales, especialmente Alemania y Reino Unido. Angela Merkel ha dejado claro que rechaza cualquier intercambio de territorios en los Balcanes. “Esto hay que decirlo una y otra vez, porque una y otra vez hay intentos de hablar sobre fronteras, y no podemos hacerlo”, advirtió en agosto.

Así que la pregunta real para la Unión Europea es: ¿por qué contemplaría Bruselas la idea de apoyar un plan que contradice los valores europeos, que es rechazado por las capitales europeas y que no es deseado por la mayoría de las personas sobre el terreno? Federica Mogherini puede y debería dar algunas respuestas.

Agron Bajrami es director de Koha Ditore, principal periódico de Kosovo.

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