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¿Es Ayuso la nueva Esperanza Aguirre?

Isabel Díaz Ayuso en una rueda de prensa en la Asamblea de Madrid. Agosto de 2019. / PP

Hugo Martínez Abarca

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Durante años se ha criticado de la izquierda su sentimiento de superioridad moral que le haría despachar con suficiencia asuntos que merecerían más esfuerzo. Eso ha tenido en Madrid otra cara de la moneda: al sentirse moralmente superior pero perder elecciones, la oposición al PP de Madrid ha decretado su inferioridad intelectual. Si un universo agresivamente antisocial y obscenamente corrupto como el de Esperanza Aguirre ganaba continuamente elecciones, tenemos que asumir que son unos genios del Mal con invencibles planes muy sofisticados en cuya trampa caemos siempre todos (porque toda la oposición, pasada y presente, es igual de ineficaz y torpe).

Este complejo ha hecho que en las últimas semanas no falten las voces que achaquen la catástrofe de gestión y comunicación del gobierno Ayuso a un extraordinario plan de mentes brillantes (¡Miguel Ángel Rodríguez!) que hace que sus escándalos, disparates y fracasos sean en realidad un manantial de votos que garantiza la próxima mayoría absoluta del PP en Madrid.

La defensa del menú de Telepizza para niños pobres, la dimisión de su directora de Salud Pública para no comprometer su firma con una petición irresponsable de pase de Fase, el 'Ifemazo' y las continuas contradicciones sobre su apartamento de lujo… no sólo no serían un síntoma de la descomposición de su campaña de propaganda sino su clímax: “También os reíais de Esperanza Aguirre”, “También denunciábais la corrupción en época de Esperanza Aguirre”. Y Esperanza Aguirre os ganaba siempre las elecciones.

Para responder a esta resignación cabe en primer lugar negar la mayor. Esperanza Aguirre no ganaba siempre las elecciones: ni las ganó al principio ni las ganó al final. Llegó a la política madrileña perdiendo las elecciones en 2003, cuando tuvo que robar las elecciones a través del 'tamayazo'. Se fue de la política madrileña perdiendo las elecciones municipales en 2015, sacando al PP del Ayuntamiento de Madrid por primera vez desde 1991. En ambas elecciones se presentaba el personaje de Esperanza Aguirre desnudo: en 2003 era sólo el personaje del que nos reíamos en Caiga Quien Caiga y perdió; en 2015 fue el personaje ridículamente fanático (“Manuela Carmena quiere soviets de distrito”) y, aunque parecía imposible, también perdió.

Entre medias, Aguirre ganó dos elecciones a la Comunidad de Madrid (2007 y 2011). Para ganarlas no se apoyó en su personaje sino en un calculado uso de un enorme gasto público. Primero expandió el Metro rápidamente sin un plan de movilidad sino con un plan electoral. Las obras eran de pésima calidad (¿cuántas veces ha habido que suspender el servicio de la línea 7 porque el túnel se cae?) pero Aguirre podía inaugurar estaciones de Metro en barrios y municipios donde necesitaba subir votos. Después hizo lo mismo con los Hospitales: inauguró Hospitales en barrios y pueblos que necesitaba electoralmente. Por la puerta de atrás coló la gestión privada con cláusulas ruinosas, gestión sanitaria insostenible y sin aumentar en total una sola cama hospitalaria en la Comunidad de Madrid… el deterioro de la sanidad pública madrileña ha sido evidente (lo hemos pagado con mucha dureza en esta crisis sanitaria) pero los efectos a largo plazo no se veían el día en que cortaba la cinta de inauguración. El populismo de infraestructuras fue carísimo e inútil para la vida futura de los madrileños, pero eficaz en términos electorales. Para cuando se viera la calidad del servicio ya habrían cumplido su fin, el electoral.

Además Esperanza Aguirre cabalgaba sobre la burbuja inmobiliaria, la corrupción generada por el sector de la construcción y el chorro de millones con que Cajamadrid engrasaba la maquinaria. A su lado Telemadrid sirvió no sólo a la propaganda más bochornosa sino para regar de millones a productoras y opinadores que expandieran la buena nueva aguirrista por tertulias y columnas. En buena medida este aparato sirvió para corromper y neutralizar a la oposición política y generar un tejido mediático y empresarial al servicio del proyecto aguirrista. Ese tejido, además, permitía financiar elecciones ilegalmente: las campañas electorales del PP contaban con más dinero negro que dinero limpio y tener dinero para hacer campañas electorales ayuda mucho a sacar mejores resultados electorales. Todos esos elementos explican las dos victorias electorales de Aguirre y su ausencia explica las dos derrotas electorales del personaje Aguirre.

Aguirre hizo políticas estructurales para una élite (rebajas fiscales para las grandes fortunas, burbuja inmobiliaria para los especuladores, grandes negocios para los constructores, desmantelamiento de los servicios públicos) con una fachada de políticas electorales para todos los madrileños. Esto último y la construcción de un régimen clientelar enorme es lo que explica sus victorias electorales. El personaje Esperanza Aguirre le permitió ganar peso y simpatías en la derecha pero no era el que ganaba elecciones.

Ayuso está haciendo esas políticas estructurales para la élite (su único proyecto de ley votado -y derrotado- en la Asamblea fue otra rebaja fiscal para asfixiar aún más el sector público); Ayuso está imitando (con talento menor, pero eso es lo de menos) el personaje Esperanza Aguirre. Y es seguro que ambas cosas pueden hacerle ganar muchos puntos en un universo pequeñito y ultra de la derecha española. Pero ese personaje no ganó elecciones cuando lo representó Esperanza Aguirre ni cuando lo ha representado Ayuso, que sacó en 2019 el peor resultado del PP en Madrid en su Historia.

Precisamente el legado de Esperanza Aguirre imposibilita imitar su proyecto. La corrupción se cargó Cajamadrid. El populismo fiscal de Aguirre para favorecer a los más ricos dejó Madrid con poquísimos ingresos y el despilfarro en infraestructuras cuya única rentabilidad era la corrupción y el inmediato rédito electoral ha dejado a la Comunidad de Madrid con una enorme deuda que no para de crecer.

Aguirre ganaba porque empleó una parte del saqueo de las vacas gordas en la inmediatez electoral. Ayuso no tiene proyectos electorales para la mayoría de los madrileños, ni vivimos esas vacas gordas que permitieron a la vez recortar, robar y aparentar.

Ayuso es en parte una nueva Aguirre, sí. Lo es como tragedia y como farsa. Como lo era la propia Aguirre. Pero las victorias de Aguirre no eran tan simples ni el proyecto de Ayuso es (ni puede ser) tan complejo.

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