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¿Tiene el mundo razones para temer la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca? La opinión generalizada es que sí. Este blog colectivo de eldiario.es vigilará de cerca al nuevo presidente norteamericano y si es preciso hará la autopsia de lo que quede de Estados Unidos.

¿Puede un violador ser juez? y otros dilemas de la era Trump

El juez Brett Kavanaugh jura durante su audiencia de confirmación como nominado a la Corte Suprema de Justicia el pasado 4 de septiembre de 2018, en la Oficina Hart del Senado, Washington (EEUU).

Carlos Hernández-Echevarría

Es una historia horrible, pero habitual. La acorraló en un dormitorio, la tiró sobre la cama e intentó quitarle la ropa. Ella trató de gritar y él le tapó la boca para que nadie la oyera. Él estaba muy borracho y ella escapó de milagro. Durante décadas no se lo contó a nadie. Ahora viene la parte menos habitual, pero igual de horrible: él puede ser el próximo juez del Tribunal Supremo de EEUU. Su voto puede ser el 5-4 que ilegalice de nuevo el aborto o que decida que Trump no puede ser acusado de un crimen mientras sea presidente.

Brett Kavanaugh es todo lo que los republicanos quieren en un juez, el único asunto en que el partido de Trump parece estar de acuerdo. Asistió a la mejor universidad, aprendió con los jueces más conservadores y trabajó contra Bill Clinton y para George W. Bush. Cuando el presidente anunció que le proponía como juez para el Tribunal Supremo, todos respiraron tranquilos y se prepararon para una confirmación tranquila en el Senado, donde tienen mayoría. Por eso la denuncia de la profesora universitaria Christine Blasey Ford los ha descolocado. Y más aún que se haya sometido a una prueba de polígrafo para demostrar que no miente.

El escándalo de Kavanaugh pone sobre la mesa todas las contradicciones de la era Trump y cómo su ascenso ha cambiado el mapa moral de EEUU y del Partido Republicano. Lo que antes era impensable es ahora tolerable. Lo que ayer acababa con cualquier carrera política, hoy es un mero contratiempo. Cuando le han preguntado al presidente si se plantea retirar la candidatura de Kavanaugh, ha respondido: “qué pregunta tan ridícula”. Tiene todo el sentido. ¿Cómo va a escandalizarse de una acusación de abusos sexuales un presidente que ha sido acusado a su vez por más de una docena de mujeres?

Para Trump la decisión está clara pero, ¿y para su partido? ¿De verdad todos esos republicanos religiosos que van de rectos hombres de familia están dispuestos a pasar esto por alto? El incentivo para mirar hacia otro lado está claro: si no logran confirmar pronto a otro conservador en el Tribunal Supremo, en las elecciones de noviembre pueden quitarles la mayoría en el Senado y ponérselo mucho más difícil. Los republicanos se debaten por tanto entre tres posibilidades: la primera sería asumir la derrota y arriesgarse a proponer un nuevo candidato, la segunda es atacar a la denunciante diciendo que miente y la tercera es la vía más siniestra de todas. Decir que da igual, que no importa que intentara violarla.

Este argumento terrorífico gana puntos según pasan las horas. Aunque el juez Kavanaugh ha negado categóricamente la acusación, muchos republicanos ya dicen “¿y qué más da si lo hizo?”. Argumentan que él solo tenía 17 años (ella 15) y que iba muy bebido. Un influyente senador nos invita a no mirar al pasado porque incluso si el crimen fuera cierto “sería difícil no pensar en quién es él hoy en día: un buen hombre”. Añaden que tal vez él no miente sino que no recuerda nada del asunto a causa del alcohol. Pero en el fondo del asunto hay algo peor: la certeza de que en la era Trump se ha vuelto aceptable defender en público que alguien que viola a los 17 puede ser un gran juez a los 53, sin tener que reconocer el daño ni pedir perdón.

Algunas voces críticas entre los republicanos, muy pocas, han logrado al menos que el Senado escuche a la denunciante y al denunciado. El lunes que viene los dos hablarán en sede parlamentaria y tendremos más respuestas.

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