Los autores clásicos contemporáneos, imposible de encontrar en la red
Hace unos días falleció el periodista Manu Leguineche. La noticia corrió por las redes sociales, donde muchos expresaron sus sentimientos de pésame y otros recordaron sus libros, como La tribu, Yo pondré la guerra o La felicidad de la tierra. Posiblemente, el mejor homenaje al genial reportero. Sin embargo, si uno quisiera leer hoy uno de estos títulos, no podría encontrarlo. La mayoría están descatalogados en papel y, lo peor, tampoco se pueden hallar en las plataformas digitales. La obra de Manu Leguineche no existe en internet.
Lo mismo ocurre con otros grandes autores como Roberto Bolaño, Patricia Highsmith, Dario Fo, Wole Soyinka, Albert Camus o Rafael Sánchez Ferlosio. Ninguno tiene sus títulos digitalizados en español. Y de escritores como la Nobel Doris Lessing no se halla una de sus obras referenciales, El cuaderno dorado. Ni siquiera de Annie Proulx se puede ir más allá de su exitoso relato Brokeback mountain, a pesar de que casi toda su obra sí está en papel, editada por Tusquets.
El interrogante es pertinente: ¿por qué los clásicos contemporáneos no se encuentran en la red de forma legal? Si uno quisiera leer en su e-reader o tableta a Sartre o a Hermann Hesse, se daría de bruces. O si deseara adentrarse en la obra de Juan Marsé, sólo encontraría Caligrafía de los sueños, nada de Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí o Rabos de lagartija. Y todos ellos son autores cuyos libros aún no pueden estar en dominio público, dado que o están vivos o no han pasado 70 años de su fallecimiento, tal y como exige la Ley de Propiedad Intelectual. Es decir, o suben a la red con los papeles en regla, o los títulos engrosarán las listas piratas.
La novedad vende; el catálogo, no
Los editores Juan Cerezo, de Tusquets, y Valeria Ciompi, de Alianza (editorial que posee buena parte de la obra de pesos pesados como Camus), resumen esta circunstancia en que lo primero a digitalizar son las novedades y después la backlist, esto es, el fondo del autor.
“Cuando empezamos a digitalizar, lo que nos aconsejaron es que comenzáramos por los títulos nuevos. Y eso es lo que hemos hecho. Después es verdad que esa novedad sí arrastra a otros libros del autor, como ha sucedido con la obra de Henning Mankell, Almudena Grandes o Murakami, que ya hemos digitalizado”, manifiesta Cerezo, quien sostiene que al lector lo que le interesa y lo que busca, al fin y al cabo, es el último libro en el mercado.
Este planteamiento, no obstante, choca con lo que han sostenido en otras ocasiones editores como el propio Jorge Herralde, de Anagrama, quien hace unos años afirmaba que el 40% de sus ventas son de libros de fondo del catálogo. Aunque el dato se refiera al papel, es curioso que, si estos son los números que manejan, esta editorial no haya digitalizado a algunos de sus grandes autores, como Bolaño o Sergio Pitol (de este último sólo se halla Los mejores cuentos).
Desde la librería Laie, Lluis Morral también señalaba a finales del pasado mes de diciembre que, pese a la crisis que atraviesa el sector editorial, el libro de fondo aguantaba bastante bien la tormenta. El gran problema es, precisamente, la devolución de las novedades, que supera el 30% de lo que se adquiere. ¿Por qué entonces no intentarlo con el formato digital?
“Es cierto que en papel los libros de fondo siguen siendo muy atractivos, pero el mercado del libro digital no llega al 2%, y menos en este tipo de libros. Es más atractivo para la novedad. Y hay cuestiones que todavía están en discusión, como la garantía de la remuneración de los autores: hay una tendencia a precios muy bajos porque el usuario entiende que el editor se ahorra todo, y sólo se ahorra el papel”, insiste Ciompi.
Desde Leer-e, un sello digital cuyo catálogo, de casi mil títulos, es básicamente de fondo, Ignacio Latasa reconoce que la digitalización de la backlist “es una cuestión de inversión, puesto que es un proceso complicado, tienes que hacer revisiones de lectura, sacar el texto del papel...; sólo se apuesta por lo último porque las ventas son muy bajas y además han caído muchísimo. Y más que van a caer, ya que el libro digital se ha estancado”.
La ‘difícil’ negociación del copyright
copyrightDesde las editoriales reiteran que uno de los obstáculos para digitalizar la backlist tiene que ver con los derechos de autor. “En muchos casos depende de los contratos que tengas. Algunos son muy antiguos, tienes que volver a negociarlos y no siempre es fácil”, admite Cerezo.
Para Ciompi, en esta negociación entra la prudencia de los propietarios de los derechos, que suelen ser los agentes literarios: “Con el libro de papel todos sabemos de qué tirada hablamos, de la distribución y de un precio, pero en el libro digital no sabemos cuáles son los parámetros y los beneficios. Tienes interlocutores como Amazon, que hacen una difusión muy grande, pero sobre la base de descuentos y precios muy agresivos… Es un mundo en el que sabemos que tenemos que estar, pero la agenda digital ahora no la marcan ni autores ni editores ni lectores, sino agentes ajenos al mundo editorial. Hay que encontrar un modelo de derechos o regalías que sea ventajoso para todas las partes”.
Precisamente, el caso de autores como José Luis Sampedro y Gabriel García Márquez es paradigmático. Toda su obra se halla en la red de la mano del sello digital Leer-e, ya que la titular de los derechos, la agente Carmen Balcells, negoció con esta editorial los derechos digitales, mientras que el copyright de los títulos en papel pertenece a otros sellos. “En general, no estamos descontentos de cómo va. García Márquez vende relativamente bien, aunque seguro que no tanto como las novedades. En cualquier caso, creemos en el fondo porque, si no, son libros que se pierden”, remacha Latasa.
De momento, habrá que esperar. El Mesías llega, pero podría retrasarse, que decía Maimónides. Como confirma Ciompi, el libro digital es necesario e incluso imprescindible para el trabajo en las universidades, para poder estudiar e investigar los textos de nuestros clásicos contemporáneos, pero hoy por hoy, estos títulos aún están lejos de la red.