Día Nacional de la Cultura Maya: ¿quiénes fueron los mayas y cuál fue su origen?
Hay civilizaciones que impactan por su monumentalidad y otras por su refinamiento intelectual. Los mayas hicieron ambas cosas a la vez. En cuanto uno se asoma a sus templos, sus pirámides o sus estelas cubiertas de glifos, comprende que no hablamos de una sociedad cualquiera, sino de una cultura capaz de sostener durante siglos un sistema político, religioso, artístico y científico de enorme sofisticación. El Día Nacional de la Cultura Maya invita precisamente a esto: a detenernos, mirar atrás y preguntarnos quiénes fueron en realidad aquellos pueblos que dominaron gran parte de Mesoamérica y que, aunque atravesaron colapsos históricos, nunca desaparecieron del todo. Sus descendientes mantienen viva una herencia que hoy seguimos intentando descifrar.
Los primeros mayas: orígenes, agricultura y la revolución del maíz
Los orígenes del mundo maya siguen envueltos en un cierto misterio, pero la evidencia arqueológica permite situar su formación entre el 7000 y el 2000 a.C., cuando grupos de cazadores-recolectores comenzaron a establecer asentamientos permanentes en el sur de México y el norte de Centroamérica. Con el tiempo, estos pueblos introdujeron dos innovaciones decisivas para el rumbo de su historia: la domesticación del maíz y la nixtamalización, un proceso que hacía el grano mucho más nutritivo y digerible. Su impacto fue enorme. La agricultura estable permitió el crecimiento de aldeas, la aparición de especialización artesanal y, en consecuencia, el germen de las futuras ciudades-estado.
Los mayas se desarrollaron en paralelo a la civilización olmeca, con la que intercambiaron ideas y prácticas rituales. En el llamado periodo preclásico —entre 1500 y 200 a.C.— comenzaron a construir centros ceremoniales alrededor de plazas y pirámides, y a establecer las primeras redes comerciales que unían regiones muy distantes. Había nacido una sociedad que pronto multiplicaría su complejidad: técnicas de irrigación, sistemas hidráulicos, escritura avanzada, observación astronómica y una religión donde el maíz, divinizado, marcaba el ritmo de la vida.
El esplendor: ciudades monumentales, reyes divinos y un calendario que asombró al mundo
Durante el periodo clásico (200-900 d.C.) la civilización maya alcanzó su cénit. Palenque, Tikal, Calakmul, Copán o Chichén Itzá eran auténticos centros de poder político y religioso, capaces de levantar templos piramidales de una precisión arquitectónica que aún sorprende. La imagen del gobernante maya —semidivino, intermediario con los dioses— se consolidó en estelas y relieves que narraban batallas, sucesiones y alianzas.
Uno de los avances más fascinantes de esta época fue su elaborado sistema calendárico. No tenían uno, sino tres: el calendario ritual, el civil y la famosa Cuenta Larga, capaz de registrar amplios ciclos históricos. Este último sería el origen del mito contemporáneo del “fin del mundo” en 2012, un malentendido que nada tuvo que ver con la visión maya del tiempo, basada en ciclos que se renuevan, no que se destruyen.
La religión era el eje vertebrador de la vida. Los mayas realizaban sacrificios, ceremonias de sangre y rituales agrícolas destinados a honrar a divinidades como Hun Hunahpu, dios del maíz. Incluso el deporte —el pitz, un juego de pelota practicado en grandes canchas— tenía un profundo componente simbólico que evocaba mitos de creación recogidos en el Popol Vuh.
El colapso: guerras, sequías y un misterio aún en estudio
El declive de las principales ciudades mayas empezó entre los siglos IX y X d.C. y sigue siendo uno de los episodios más estudiados de la arqueología americana. La explicación más aceptada hoy combina varios factores: un aumento de los conflictos entre ciudades rivales, el agotamiento de los suelos por prácticas agrícolas intensivas y una grave sequía prolongada que habría afectado a la producción de alimentos. Muchas ciudades fueron abandonadas, mientras otras se replegaron hacia zonas más húmedas.
Pero la civilización no desapareció: se transformó. En el posclásico surgieron nuevos centros como Mayapán y muchas comunidades se reorganizaron en aldeas dispersas. Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI, la mayoría de las grandes urbes mayas llevaban siglos deshabitadas, aunque su población seguía viva y activa. La conquista fue devastadora, pero no logró borrar la identidad maya, que sobrevivió a través de lenguas, rituales y estructuras comunitarias.
Redescubrimiento y legado: de las ruinas cubiertas por la selva al orgullo cultural actual
El interés occidental por la civilización maya surgió de nuevo en el siglo XIX, cuando exploradores como John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood documentaron por primera vez ciudades escondidas bajo la selva. Sus dibujos y relatos cambiaron la percepción dominante: no se trataba de sociedades primitivas, sino de una cultura altamente avanzada que había dejado una huella monumental.
Hoy, la arqueología maya vive un momento brillante. Las tecnologías LIDAR han revelado una red urbana inmensa —auténticas megalópolis ocultas— que obliga a replantear lo que creíamos saber sobre su organización política y su capacidad de ingeniería. A la vez, las comunidades mayas contemporáneas, presentes en México, Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador, reivindican sus tradiciones, su lengua y su historia como parte fundamental de su identidad.
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