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Llamar populismo al fascismo y otras confusiones

Las imágenes de niños separados de sus padres en EEUU se multiplican

Rosa María Artal

Volvemos a ver niños desolados entre uniformes que les arrancan de las manos de sus padres. En la América grande de Donald Trump no caben y son separados de sus progenitores y conducidos a jaulas. Son los rehenes que utiliza el magnate llegado a presidente estadounidense para disuadir la inmigración ilegal. “Que venga a recogerme mi papá” gime una niña en el vídeo rodado por la agencia Propublica en un paso fronterizo, mientras el resto no deja de llorar,  llamar y urgir “lo más pronto posible”. Una orquesta de llantos para los agentes.  Trump no siente el menor arrepentimiento, ha dicho. Millones de norteamericanos le encargaron sus destinos y los de su país para que hiciera esto y cuanto le viniera en gana. A otros no, pero a la dinastía Trump  y sus negocios les está yendo francamente bien. 

Matteo Salvini, vicepresidente de Italia, tras cerrar los puertos a los refugiados del Aquarius que recogió España, anda listando gitanos para echar a los que no hayan nacido en el país. Tampoco caben en los límites de los nacionalismos de ultraderecha. La lista de dirigentes de este sesgo es larga y crece. Suelen ser botarates sin escrúpulos, seguidos y aupados por personas similares a ellos bastante inconscientes, en su caso, de las consecuencias de sus apoyos.

La palabra de moda para definir esta barbarie es “populismo”. Cientos de bienpensantes oficiales la tienen en la boca todo el tiempo. Dicen populismo cuando habrían de decir fascismo porque -consciente o inconscientemente-  de este modo asimilan sus actos con todo tipo de políticas que se alejan de las establecidas: desde la derecha dura a la socialdemocracia. De hecho el Sistema tiene una especial permisividad con los neofacismos porque estos no alteran el status quo. La propia UE anda pidiendo a Polonia o Hungría que se moderen en sus derivas. Llevan “perdiendo la paciencia” ya varios años. Y siempre encuentran una tila que les sosiegue.

Definiciones adaptadas para dulcificar los viejos fascismos. Estamos ante el momento que vivieron generaciones pasadas en los años 30 del siglo XX por una crisis de civilización parecida, la provocada por los abusos del capitalismo. Es bien notorio que el fascismo saca lo peor del género humano incluso en personas que se creen muy juiciosas. Especialmente cuando se han dejado vaciar la mente con ignorancia e irracionalidad.

Oficialmente, el populismo es una tendencia política que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo. ¿A quién defienden pues las otras tendencias políticas? 

No llames populismo a lo que es demagogia. No llames populismo a lo que es fascismo. No llames cordura al egoísmo ni a la estupidez. No digas que no cabemos todos o que se nos llena el país de negros sin hacerte mirar tu inhumanidad. No permitas que te lo cuelen. 

Jamás he entendido –dentro de la estricta lógica- por qué hay personas que consideran suya una tierra por haber nacido en ella por pura circunstancia. Lo grave es cuando algunas de esas personas encima se consideran superiores a los migrantes, siempre que no vengan con un balón de fútbol bajo el brazo. Creerse superior, por estas razones, por haber nacido en determinado trozo de tierra, es nazi de libro y sobre todo de primero de estupidez.

La perversión del lenguaje, a menudo interesada, está vaciando de contenido las mayores amenazas que nos acechan, que ya están aquí. El fascismo y sus asimilados. Hay que volver a poner nombres precisos a los conceptos.

Lo que hace Trump con los niños centroamericanos es un crimen de lesa humanidad.  Su ideología es de extrema derecha. A negociar y establecer acuerdos con Trump se le llama relaciones internacionales. O pragmatismo. Encaja mejor, hipocresía. En realidad, aislarle sería lo más justo, de no participar en sus emboscadas a la justicia.

Y así, bordeando esta Europa con graves brotes de ultraderecha, nos llegamos hasta España, donde tenemos más nombres que definir.

Mantener la tumba de Franco en un mausoleo descomunal y con todos los honores es impropio de un país democrático. Resistirse a cambiarlo también. Decir, como ha dicho Albert Rivera,  que sacar de allí el cuerpo exige consenso para respetar emociones –las de los admiradores del dictador se entiende- es apología del franquismo. Y una ofensa a las víctimas de la dictadura que llevan toda una vida viendo pisoteadas sus emociones. Y un signo más de ideología ultraderechista.  Como ya venía avisando.

Que se cuele la bandera del aguilucho en la presentación de la candidatura de Cospedal a la presidencia del PP, está en la misma línea. Como también venía avisando.

Desinformar o informar falsamente de forma voluntaria es manipular. Hacer trampas para seguir manipulando –como en RTVE- es corrupción. Conviene etiquetar los conceptos más usados en estos tiempos no vaya a ser que se nos olviden y caminemos en el error. Todos los fundamentales que más lavados llegan: fascismo, franquismo, oportunismo, hipocresía, odio, abuso, negocio. No desdeñen la palabra pifostio (lío enorme), ausente todavía del diccionario, encaja con el futuro inmediato de los partidos de la derecha.

Y aquí estamos muchos otros. Llaménnos ilusos por pedir la luna y la tierra y positivos por embarcarnos en la esperanza con cualquier punto de apoyo...

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