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La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
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Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar

O Pedro Sánchez es presidente o habrá nuevas elecciones

Carlos Elordi

Aunque cientos de voces sigan diciendo que esa es la fórmula mágica que garantiza el futuro de España, un pacto entre el PP y el PSOE es una solución imposible. Porque el PP no puede renunciar a que Mariano Rajoy sea parte fundamental del mismo y porque aceptar esa salida supondría la dimisión de Pedro Sánchez. De lo que se deduce que la única manera de evitar una repetición de las elecciones es un entendimiento a tres, entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos. Porque los socialistas no van a permitir ni que su líder sea investido con la abstención de los partidos soberanistas catalanes y tampoco compartir el gobierno únicamente con Podemos. Y la posibilidad de que la “gran coalición” (PP-PSOE, con el concurso o no de Ciudadanos) fragüe tras de que Pedro Sánchez fracase en las dos votaciones de investidura es, hoy por hoy, política ficción.

Mariano Rajoy no va a abandonar la jefatura del PP a menos que unas nuevas elecciones hundan aún más a su partido, provocando una crisis que sería una implosión de consecuencias imprevisibles. Porque ceder el mando no le interesa personalmente, porque en el PP no existe una corriente organizada capaz de arrancarle el poder, ni menos un líder que la encabece. Porque no hay tiempo ni condiciones para que eso ocurra en unas semanas, por mucho malestar interno que empiece a detectarse. Y porque, además, la presión judicial sobre el PP por los casos de corrupción empieza a ser demasiado fuerte como para desaconsejar cambios que abran aún más frentes en ese terreno.

Por la otra parte, Pedro Sánchez ha apostado a ser la alternativa al PP y a Rajoy como única vía para sobrevivir políticamente en su partido. Está jugando esa baza con todas sus consecuencias. Contra la vieja guardia del PSOE, contra algunos barones y contra una buena parte del 'establishment'. Y no tiene vuelta atrás. Su opción es ese pacto a tres. Ni la dirección ni la militancia del PSOE pueden avalar otra distinta. Si la cosa le sale, será presidente del gobierno y líder poderoso de su partido mientras dure ese gobierno. Y si fracasa podrá decir que no ha sido por culpa suya, sino de los potenciales aliados que han rechazado su oferta, y bajo esa bandera podrá intentar que el PSOE obtenga mejores resultados electorales que el 20 de diciembre.

Así las cosas, la pelota está en el tejado de Podemos y de Ciudadanos. Por lo que se conoce hasta este momento, ni uno ni otro partido están dispuestos a modificar los planteamientos que mantienen al respecto desde que concurrieron a las elecciones. Y, por tanto, se niegan a entenderse entre ellos y con el PSOE.

No cabe hacer predicción alguna sobre cuánto, cómo y cuándo puede cambiar esa posición. Ni tampoco especular sobre los motivos de esa cerrazón, que cuenta con partidarios y detractores en ambas formaciones.

Lo único que cabe decir a estas alturas es que las elecciones son inevitables si ese entendimiento no se produce, asuma la forma que asuma. La hipótesis de que el Rey encargará a Rajoy que se presente a la investidura si Sánchez fracasa en el empeño no tiene mucha base. Porque el líder del PP sólo podría intentar entonces un acuerdo con el PSOE. Que no se produciría a menos que los socialistas hubieran echado a Sánchez y puesto en su lugar a un secretario general pactista. Todo ello en poco más de dos semanas.

El último barómetro del CIS ha concluido que unas nuevas elecciones serían prácticamente una repetición de las hace mes y medio. Pero puede perfectamente que ocurra algo muy distinto. Que un PP enfangado en la corrupción e incapaz de actuar políticamente ceda muchos votos a Ciudadanos y quién sabe si también al PSOE, o que suba más de lo previsto. Que los socialistas sean premiados por su arrojo por intentar algo nuevo o que sean castigados por haber generado ilusiones vanas. Que Podemos atraiga aún más votos de españoles que quieren algo nuevo o que pague el precio de la decepción de aquellos de sus votantes del 20-D que esperaban que con 69 escaños y 5 millones de votos harían algo más que decir 'no'.

O que la abstención crezca tanto que redimensione mucho el peso de unos y de otros. Y el que tenga alguna garantía real de que nada de eso puede ocurrir que la presente en la plaza pública.

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