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Homofobia disfrazada de terapia

Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares.

Paula Alcaide

Hipnosis, antidepresivos, terapias de electroshock, exorcismos y hasta agua bendita… Cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, nos encontramos con que un obispado −y lo voy a poner intencionadamente en letra minúscula porque no tenemos la suerte de que ellos nos ofrezcan el mismo respeto− está ofreciendo terapias ilegales para curar la homosexualidad en un estado laico como es España.

Celebramos ya casi 50 años desde que la homosexualidad dejó de estar catalogada por la comunidad científica internacional como un trastorno mental. En 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) elimina la homosexualidad del 'Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales' (DSM) y en 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) retira la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. No obstante, el obispado de Alcalá de Henares parece empeñado en darle la espalda a la ciencia y, no contentos con ello, aseguran tener la fórmula mágica para reconducir esta orientación sexual.

En realidad sus pseudoterapias milagrosas no dejan de ser una campaña de propaganda capaz de explotar sentimientos muy dañinos de culpabilidad. Esta técnica ha sido usada por infinidad de gobiernos, timadores y religiones: basta con dirigirse a una persona que sufre y prometerle que conseguirá aquello que tanto desea para hacer que compren un producto, una solución o incluso una “terapia” que les provocará más daños que beneficios.

Las terapias ilegales para curar la homosexualidad (la femenina también) se basan en la prejuiciosa idea de que hay algo “malo” en sentir como se siente y acaban transmitiendo a la persona un mensaje muy claro: “tu comportamiento daña a la familia, daña a nuestro entorno. No puedes ser diferente”. Es decir, hacen creer a las víctimas que hay algo radicalmente incorrecto en su interior, algo que daña a sus seres queridos y, por tanto, les sugieren dañarse a sí mismos por un bien comunitario mayor.

Las personas gais, lesbianas y bisexuales que se interesan por estas terapias suelen encontrarse en un momento muy delicado de sus vidas. Acuden a ellas movidas por el miedo, la ansiedad, y una dolorosa sensación de no encajar en su entorno. El obispado, en lugar de apaciguar estos sentimientos, trata de explotarlos y potencia el temor de estas víctimas para que el miedo al abandono y al castigo provoquen que se acaben automachacando por orientaciones sanas y naturales en entornos menos represivos, libres de lgbtifobia y con respeto a la diversidad afectiva y sexual.

A lo largo de mi carrera profesional me he encontrado con algunas pacientes que han llegado a mi consulta emocionalmente destrozadas, odiándose a sí mismas por no ser heterosexuales. Otras simplemente tienen tanto miedo a que su familia y su entorno social las rechace, de perder los únicos lazos afectivos que conocen, que harían cualquier cosa para cambiar su manera de sentir. Y este es el punto de partida de la terapia ofrecida por el obispado de Alcalá de Henares: prometer “una cura” a homosexuales que en un momento dado se ven atrapados y presionados por su entorno homófobo.

El problema es que esta “ayuda” se reviste de mensajes engañosos, pues aseguran que desean “acoger y acompañar a las personas que libremente lo soliciten”. Pero la realidad es muy diferente. “Acoger y acompañar” son sinónimos de apoyo, respeto y consuelo, pero el único objetivo de estas pseudoterapias es cambiar, someter, modificar y juzgar.

La comunidad de psicólogos y psiquiatras a nivel internacional apoya la evidencia científica que demuestra que la homosexualidad no es una enfermedad, pero hacer caso a los expertos parece no ser importante para estos núcleos de presión. Es más importante que las piezas encajen, cueste lo que cueste, sin respetar la diversidad que existe en la naturaleza o sin tener en cuenta el terrible daño psicológico pueden provocar en las víctimas.

Otra cosa a destacar es que a lo largo de los siglos ninguna de estas pseudoterapias de reconducción ha obtenido resultados satisfactorios. Las personas que se ven sometidas a ellas no encuentran tregua porque no pueden dejar de sentir atracción o afecto hacia las personas de su mismo sexo. Por tanto, la batalla mental que libran es inmensa, no cesa. Sienten que son inferiores por el hecho de sentir y amar como lo hacen y se castigan diariamente por ello.

Más grave es todavía comprobar que los “profesionales” que conducen estas pseudoterapias ofrecidas por el obispado en realidad no han leído ningún libro científico, carecen de formación, no son psicólogos y en ningún caso siguen las directrices de psicología de la APA o del Colegio Oficial de Psicología. Basan su “terapia” en subjetivas creencias religiosas desde una peligrosa ignorancia. Por tanto, en lugar de convertirse en un salvavidas, consiguen hundir más a las personas y sumirlas en un doloroso conflicto mental y emocional.

“¿Si dicen que ser lesbiana es una enfermedad, me puedo coger la baja laboral por ello?” Bromeaba una paciente en mi consulta esta semana a raíz de lo que había escuchado en las noticias. Ella puede bromear con ello porque ya ha avanzado en el proceso de afirmación de quién es y qué quiere. Pasó por momentos muy duros en los que temía perder a su familia y la presionaban para dejar de ser como era y fingir ser heterosexual −algo así como si tuviera los ojos marrones y durante toda la vida la obligaran a ponerse lentillas para tenerlos azules, una locura, ¿verdad?−. También se creyó en un momento dado que debía ser “discreta” como si la relación que tuvo durante años con su novia (ahora mujer) fuera una historia clandestina entre amantes sin derechos. Con el tiempo logró entender que el miedo nunca puede bloquearte hasta tal punto que te pierdas a ti misma por cumplir con los cánones de heterosexualidad que impone la sociedad. Y en el proceso descubrió que tenía muchísima gente a su alrededor que la quería justamente por ser quien era, sin máscaras, sin disfraces.

Cuando toda tu vida te han hecho creer que no eres válida, suficiente o normal, resulta difícil llegar a quererse y respetarse a una misma. Es un proceso duro, pero merece la pena reclamar tu dignidad como ser humano libre que eres.

Desde la Psicología Afirmativa LGTBI abogamos por luchar contra esta lgtbifobia institucionalizada. Ayudamos en la formación de verdaderos profesionales para que alivien la homofobia y bifobia interiorizada que sienten muchas personas y las animen a reclamar el lugar que les corresponde como ciudadanas de pleno derecho.

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