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El hartazgo, la vergüenza y la prensa

Pleno del Congreso de los diputados desde un escaño durante la intervención de Sánchez

Lolita Bosch

Escucho con estupor a nuestra clase política, sí, claro, pero también leo con estupor e indignación la prensa (por llamarla de algún modo). Traten de hacerlo como si comenzaran de cero: lean declaraciones de Torra, Sánchez, Arrimadas, Meritxell Batet, Esperanza Aguirre y tantos otros, tantas otras, como si no las hubieran escuchado antes. La indignación que provocan es un barómetro importante para medir el hartazgo de nuestra sociedad. Y convivimos con esa indignación y esta vergüenza diariamente, como si la política se hubiera convertido en esto. Como si no tuviéramos memoria de políticas y políticos rigurosos, coherentes, solidarios. Los hemos tenido, las hemos tenido.

En la clase política hay muchas personas que quieren hacer las cosas bien hechas y están trabajando por los motivos correctos: el bien común, la generosidad, la ética social, la decencia. Pero la prensa… ay, la prensa. La prensa da voz a quien no tiene nada que decir, publica con demasiada frecuencia noticias (por llamarlas de algún modo) sin cotejar y prioriza de acuerdo a intereses que van más allá de nuestro derecho a estar informadas, informados.

¿Y esta impunidad? ¿En qué momento vamos a exigir un mea culpa por exaltar las estupideces y pormenorizar aspectos, acciones y datos importantes que incumben a toda la ciudadanía? ¿por defraudarnos una vez y otra? ¿por provocarnos este cansancio y esta desesperanza? ¿Nunca la vamos a hacer responsable? Lo es.

La falta de responsabilidad y ética social que se ha apoderado de muchas redacciones (por seguir llamándolas de algún modo) es espeluznante. Su libertad para decir una sandez tras otra y exaltarla, no es equiparable a nuestros derechos de manifestación, expresión, reunión e incluso opinión. Los derechos de la prensa y los maquiavélicos poderes que las alimentan están tan alejados de los nuestros como los de la monarquía o la élite política. ¿Imaginan? ¿Imaginan que nosotras y nosotros pudiéramos decir lo que nos viniera en gana, acusar a quien sea, destacar hechos ignominiosos y privados, hacer burla constante o, peor, ensalzar a quien no tiene nada que aportar, nada que decir y es portavoz de conductas execrables y punibles?

¿Se imaginan? ¿Recuerdan cuando teníamos la sensación de que podíamos hacerlo? ¿Y acaso no es cierto que en los últimos años (sobretodo en los últimos meses) hemos entendido que este es un derecho que hemos perdido? Yo no puedo quemar una foto del rey pero El Mundo puede entrevistar a una prima tercera de Irene Montero que no la considera capacitada para ser vicepresidenta. Yo no puedo enfrentarme a un policía pero Público puede poner en entredicho un sinfín de datos que la ciudadanía no tenemos recursos para cotejar. Yo no puedo, ni siquiera en internet, hacer chistes que no parezcan graciosos a la clase económica dominante pero la prensa (ejem, sigo buscando un modo de referirme a ella) puede burlarse una y otra vez de sus privilegios. Cuando sus privilegios eran nuestros derechos y cuando es evidente que los usan con criterios económicos y manipuladores. Nosotras no, la mayoría de nosotros no. Los usamos como corresponde. Conste.

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