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Lo social y lo económico van a decidir muchos votos

El presidente del PP, Pablo Casado, en un acto en Santander.

Carlos Elordi

Hasta hace dos o tres semanas tanto el PP como Ciudadanos parecían convencidos de que sus obsesivos ataques a Pedro Sánchez por haber dialogado con los independentistas catalanes les iban a dar la victoria electoral. Alguien les ha debido decir que esa pólvora ya vale para poco, que la crisis catalana se ha calmado y que la gente tiene la vista puesta en otras prioridades. La derecha aún no tiene claro por qué camino alternativo tirar. Veremos qué hace en los días que vienen. Lo que parece obvio es que, como siempre, las cuestiones económicas y sociales, las cosas de cada día en la vida de la gente, son las preocupaciones prioritarias de los ciudadanos. Y ese es seguramente el terreno en que se van a jugar las elecciones.

Los datos del último barómetro del CIS al respecto son contundentes. Para el 39,5% de los españoles el paro es el mayor problema del país, mientras que un 8,2% opina que lo son las cuestiones relacionadas con la economía. Un 37,3% de los encuestados cree que la situación económica es “regular”, un 33,9% que es “mala” y un 22,8% que es “muy mala”.

El partido que mejor conecte con los sentimientos que se intuyen tras de esas impresiones tendrá una ventaja significativa el día de las elecciones. Y parece bastante claro que el gobierno socialista lo ha entendido hace tiempo. También Unidas Podemos.

Se ha dicho de todo contra los “viernes sociales”, contra los Consejos de Ministros dedicados a aprobar medidas concretas para favorecer a colectivos más o menos numerosos, pero todos ellos negativamente afectados por el devenir de la política económica de los gobiernos de Mariano Rajoy. Luego Pablo Casado se lanzó sin red a denunciar el pacto con Bildu gracias al cual salió adelante el decreto-ley sobre el alquiler de viviendas. Y también se ha dicho y repetido que la elevación del salario mínimo interprofesional a 900 euros iba a provocar poco menos que un desastre económico.

Esas diatribas habrán confirmado la decisión de algunos de los que ya tenían decidido votar a la derecha. Pero las medidas citadas -la última, y no precisamente despreciable, la obligatoriedad de fichar a la entrada y a la salida de cualquier trabajo a fin de que todas las horas extras sean pagadas- también habrán animado a más de uno de los que miraban hacia otro lado a pensar en la posibilidad de votar al PSOE para que la tímida marcha social que el gobierno ha emprendido no se interrumpa.

Casado ha debido de contribuir, y no poco, a esa dinámica. Su incomprensible anuncio de que si es presidente rebajará el SMI a 850 euros ha debido convencer a más de uno de que lo mejor es alejarse cuanto se pueda del PP. En ese tipo de cosas las ideologías no pintan nada, funcionan solo los intereses puros y duros. Y más cuando se expresan de manera tan clara. Y si luego desmienten, peor aún.

El líder del PP tampoco ha estado muy sembrado cuando ha afirmado que rebajará impuestos por valor de 16.000 millones de euros, 4.000 más de lo que había dicho pocos días antes. Porque nadie, ni siquiera sus más fieles, se pueden creer una cifra tan disparatada a la que seguramente, y en términos proporcionales, no llegó ni el dictador Pinochet en los mejores momentos de sus Chicago Boys. Pero, sobre todo, porque la experiencia ha demostrado a los españoles corrientes que las rebajas de impuestos del PP son rebajas de impuestos para los que más tienen y migajas para los demás. O recortes de gastos sociales como los que hizo Rajoy. Y eso no puede ser bueno para Casado.

El último desatino del líder del PP en materia económica es de este viernes, cuando ha dicho que si gana Sánchez en España habrá “corralito”. Así, de buenas a primeras y sin explicación de ningún tipo. Hay que empezar a pensar, faltan datos para afirmarlo, que el desaguisado interno que ha sufrido el PP con la marcha de Mariano Rajoy y la defenestración de Soraya Sáez de Santamaría y Dolores de Cospedal y cientos de los cuadros a ellos vinculados ha dejado a la dirección del partido sin mucha de la gente más preparada y experimentada. Y que los asesores que hoy tiene Casado no están a la altura de los retos del momento.

Cabe esperar que los problemas internos que en Ciudadanos ha provocado el pacto con Vox en Andalucía no hayan producido un efecto similar en el partido de Albert Rivera que desde hace tiempo se ha distinguido por una particular atención a los problemas económicos.

Lo comprobaremos en los próximos días. A la espera de ello, hoy por hoy vemos que mientras los movimientos económicos y sociales del PP producen no sólo perplejidad, sino también inquietud, del lado de la izquierda llegan mensajes mucho más tranquilizadores. La justicia social y la reversión de las desigualdades están en el frontispicio de los programas tanto del PSOE como de Unidas Podemos y nada indica que ninguno de esos dos partidos esté dispuesto a traicionar esos principios. Otra cosa es la intensidad con que serán aplicados.

Y un eventual futuro gobierno de Pedro Sánchez, de minoría o de coalición, tendría margen para hacer políticas de impacto social más o menos reducido. Sin necesidad, en principio, de endeudarse más de lo muchísimo-100.000 millones de euros- que lo hizo Mariano Rajoy. Y sin romper “a la italiana” con los compromisos con Bruselas.

Es verdad que todo indica que vienen mal dadas para la coyuntura económica y financiera europea y mundial. Y que España no sería inmune a los problemas que podrían producirse tanto en el terreno de la actividad económica como en el de la solvencia financiera. Pero lo del “corralito” de Casado es un despropósito en toda regla. Porque los indicadores que podrían apuntar a un riesgo de ese tipo –desde la prima de riesgo y el coste del dinero a la capacidad española de colocar deuda pública y privada-–no sugieren para nada que algo de eso sea posible. Puede que dentro de uno o dos años la economía complique la gestión del gobierno. Pero hacer vaticinios sobre un futuro hoy por hoy tan lejano, de tan aventurado que es raya en lo estúpido.

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