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El ultraderechista más peligroso es Donald Trump y nadie le dice nada

Donald Trump, presidente de Estados Unidos

Carlos Elordi

Por ahora Estados Unidos no va a atacar militarmente a Irán. Pero la ofensiva diplomática que desde hace un año Trump libra contra ese país va a tener consecuencias muy graves, e irreparables, en el escenario mundial. Las está teniendo ya. Por otra parte, y aunque se modere en un futuro inmediato, la guerra comercial que el presidente estadounidense ha declarado a China puede terminar siendo el desencadenante de la recesión a escala global. Trump es un peligro que puede dejar pequeño a George Bush. Y, sin embargo, nadie le hace frente. Ni siquiera de palabra.

Lo más inquietante en el escenario iraní es que, según los expertos, Teherán va a reanudar su programa nuclear con fines militares. Seguramente ese proceso ha empezado ya. Porque ya estaba avanzado cuando en 2015 Obama logró acordar su interrupción, a cambio de una progresiva reducción del bloqueo económico y comercial occidental a ese país. Y que se sepa, los iraníes no han desmantelado ninguna instalación desde entonces.

Hace un año Trump anunció que abandona ese acuerdo. Obsesionado con borrar toda traza de la era Obama y ansioso por agitar electoralmente los demonios familiares de la derecha norteamericana, entre los cuales el país de los ayatollah ocupa un lugar preminente, el presidente no dudó en colocar al mundo de nuevo al borde de la incertidumbre. La paz con Irán había sido fructífera en esos tres años y pico.

Para Teherán en primer lugar, porque la recuperación de la posibilidad de exportar, petróleo y otras muchas cosas, así como de acoger inversiones extranjeras, le permitió salir del marasmo económico en el que llevaba años sumido. Pero también para el resto del mundo. Porque ese acuerdo desactivaba el peligro de una nueva guerra, mucho más grave que la de Siria, pues habría afectado a todo Oriente Medio. Y porque la reanudación de relaciones comerciales no solo iba a contener la marcha de los precios del petróleo, sino que tendía a favorecer la expansión económica de Europa, de China, de Rusia y de otros muchos países.

A Trump le importaron muy poco esas razones. Y de un día para otro, sin consultar a ninguna cancillería, anunció que el tratado no iba con él. Su decisión era una bomba contra la paz mundial tan grave o más que las de Hitler en los años 30 del siglo pasado. Pero nadie movió un dedo para intentar obligarle a dar marcha atrás. Aunque la ruptura tuviera desde un primer día importantes consecuencias económicas para Irán.

Durante el año que ha transcurrido desde entonces se ha consolidado la sensación de que Trump es impune, de que ninguna potencia se atreve a enfrentarse a él. China puede ser la excepción, pero hasta ahora ha evitado la confrontación directa, salvo en el caso de la guerra comercial, que según los especialistas podría terminar un día en un conflicto abierto entre ambos países, también militar.

Y tras los primeros momentos de consternación, todos parecieron olvidarse de que el acuerdo nuclear se había roto, de que a partir de ahí podía pasar cualquier cosa. Hasta que hace una semana Teherán anunció que en un plazo de 60 días también Irán abandonaría el acuerdo. Como respuesta a eso, a Trump no se le ocurrió otra cosa que mandar al golfo pérsico una poderosa flota. Unos barcos que en pocos días pueden bloquear el estrecho de Ormuz, por el que discurre la mayor parte de las exportaciones iranís.

Y en esas estamos. Trump acaba de desmentir que vaya a mandar 120.000 soldados a la zona. “Por ahora no pienso hacerlo, pero si un día lo hago, enviaré muchas más tropas” ha declarado el presidente con su sonrisa de malo en la boca. Y el resto de las potencias mundiales sigue callada. Y eso que la tensión se ve agravada por otro riesgo. El de que también la riquísima Arabia Saudí, rival encarnizado de Irán, se convierta en potencia nuclear, tal y como prácticamente ha anunciado alguno de sus dirigentes.

Los analistas creen que la ofensiva norteamericana responde entre otras cosas a una estrategia electoral. El año que viene hay elecciones presidenciales en Estados Unidos y Trump quiere volver a ganarlas con el mismo programa que le dio la victoria en 2016. El de “America first”, lo que en términos internacionales quiere decir que Estados Unidos puede hacer lo que le de la gana, pues nadie se va a atrever a intentar impedírselo. Tal y como está ocurriendo. Con el aplauso entusiasta de una porción muy grande del electorado norteamericano.

Aunque ninguno descarta que la cosa se pueda ir de las manos en un determinado e imprevisible momento, la impresión generalizada entre los especialistas es que la crisis actual no va a pasar a mayores. Pero tampoco va a remitir. Y una consecuencia concreta de ello es que Irán va a seguir reduciendo sus exportaciones de petróleo. Con lo que el precio de esa materia prima, decisivo para la marcha de muchas economías, la española de una manera particular, va a tender a aumentar.

Pero la inquietud mayor para el futuro de la economía mundial procede de la guerra comercial que desde hace ya unos meses Trump ha desatado contra China y que se ha agudizado la pasada semana con el anuncio de la subida de los aranceles norteamericanos para productos chinos por valor de más de 200.000 millones de dólares, a lo que Pekín ha respondido con aumentos arancelarios para productos norteamericanos por valor de 60.000.

Las negociaciones entre Washington y Pekín prosiguen, aunque no se esperan resultados concretos en bastante tiempo. Trump necesita demostrar a su público que está dispuesto a que China hinque la rodilla en ese frente, que es la obsesión de los ciudadanos norteamericanos, sean partidarios o no de Trump, desde hace muchos años. El presidente acaba de pedir a la FED (el poderoso banco central estadounidense) que le ayude en esa batalla. Tomando medidas de signo similar si Pekín inyecta dinero en su economía y baja los tipos de interés para hacer frente al bajón de las exportaciones que se derivará de las restricciones comerciales norteamericanas.

Y las bolsas llevan varios días bajando. Y los gobiernos europeos, con Alemania a la cabeza, temen que el nuevo proteccionismo, el estadounidense y el chino, reduzca el tímido crecimiento que se ha venido registrando en los últimos tiempos. Y los peores fantasmas económicos vuelven a agitarse. Y nadie le dice nada a Trump. Ni siquiera en la campaña por las elecciones europeas.

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