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2014, hacia una Europa parlamentaria

Dídac Gutiérrez

  • El PSE ya se ha comprometido a elegir a su candidato en un proceso de ‘primarias’

El año 2014 puede marcar un punto y aparte en el proceso de integración europea. Sesenta y tres años después de iniciarse lo que sigue siendo un proyecto irrepetible. Ese año es probable que por primera vez los ciudadanos tengan algún tipo de responsabilidad directa en la elección del máximo responsable de la Unión Europea.

Aventurarse a formular ‘hipótesis’ sobre el futuro de Europa carece muchas veces de sentido. La Unión tiene su propio ritmo, y su propio funcionamiento, es un OPNI, como decía Jacques Delors, un Objet Politique Non Identifié. No hay tema que aterre más a los editores, pues cada 24 meses hay que cambiar enteramente los manuales. Así funciona la Unión, a ritmo de volantazos diplomáticos. Y algunos de los avances son más frágiles de lo que parecen, sobretodo aquellos que se dan por sentado.

Pero también hay señales que cuando se hacen recurrentes no pueden obviarse, y hay que estar atentos pues esconden oportunidades. 2014, y más particularmente las elecciones que se celebraran ese año al Parlamento Europeo, son un buen ejemplo. François Hollande decía el pasado 18 de octubre que el ‘futuro de la Unión será el gran reto de esa consulta’, y el ministro de exteriores polaco Sikorski, que actualmente es lo más parecido al Bruce Springsteen de la política europea, lo decía así: ‘somos de la opinión de que el interés por las elecciones sería mayor si fuera más personalizado; si se introdujeran listas generales de candidatos europeos; si se eligiera en unas elecciones generales al presidente’. Por allá en septiembre el informe del Grupo sobre el Futuro de Europa incluía la siguiente sugerencia: ‘una decisión clave sería que cada partido europeo nominara un candidato el cual se presentaría a presidir la Comisión Europea’. Los señores (y ninguna señora) que firmaban el texto eran los once ministros de asuntos exteriores de Alemania, Francia, Italia, España... y no hace ni una semana el ministro alemán Schäuble, en una conferencia en Berlín, se sumaba a la idea, lo que ya hizo el propio Barroso durante el último Debate de la Unión. En cuanto a partidos, el PSE ya se ha comprometido a elegir a su candidato en un proceso de ‘primarias’ en enero 2014. Es de suponer que los demás sigan en breve.

Puede que el tema esté de moda entre la clase política, pero el mundo académico ya lleva muchos años debatiendo sobre la posibilidad de utilizar la elección del Presidente de la Comisión como instrumento para democratizar el funcionamiento de la Unión. Lo recordó recientemente Simon Hix, uno de los mayores expertos sobre el Parlamento Europeo en una conferencia en Londres, y lo repitió Thierry Chopin, responsable científico de la Fondation Robert Schuman en París, en el informe: ‘Une unión politique pour l’Europe?’. Incluso algunos periodistas que se atreven a hablar de Europa más allá de la perspectiva de sus países también lo han mencionado, como Soledad Gallego-Díaz en ‘El elefante en el salón europeo’ o el Financial Times en su post ‘The next Barroso’.

Hay margen pues para pensar que elegir al sucesor de Barroso en 2014 puede dejar de ser una mera fantasía, a pesar que de momento no hay ninguna decisión tomada. Tampoco está claro si la posible elección se haría a través de listas transnacionales donde el Presidente fuese el cabeza de lista, o si los candidatos serían personas exógenas a la elección pero apoyadas a priori por cada partido. En todo caso con un simple acuerdo ‘político’ podría bastar, los Tratados son lo suficientemente elásticos en ese aspecto.

Desde un punto de vista teórico el paso puede marcar una revolución política sin precedentes, la consolidación del sistema europeo como un modelo parlamentario. Un mundo de posibilidades y la oficialización de un imperativo que la crisis ha recrudecido: el futuro se decide en Europa y ésta será democrática, o no será.

En ese escenario sorprende la falta de propuestas y de debate entre los principales partidos políticos europeos y sus ramificaciones nacionales. A fin de cuentas estamos hablando de que en sólo 18 meses los representantes se dirigirán a un electorado de 400 millones de personas que por primera vez tendrán una influencia directa en la formación del ejecutivo continental. ¿Cómo es posible que no se hable de las implicaciones? ¿Cómo es posible que los partidos no estén ya preparando el terreno para ‘posicionar’ al mejor candidato conservador, progresista o liberal, y su consecuente manifiesto?

España debe darse cuenta del momento histórico que se fragua. En los últimos 20 años, especialmente en el campo progresista, los representantes que han venido de la península han dejado mella. Javier Solana o Felipe González por citar los más evidentes. Y no me resisto a pensar que inmersos en la cuestión territorial a unos y otros les falta tiempo para darse cuenta que tienen una baza incomparable en la persona de Josep Borrell, ahora director del Instituto Universitario Europeo en Florencia y ex presidente del Parlamento Europeo. Entre los otros posibles candidatos que podría aportar la península sorprende la idea del Financial Times alemán apuntando a Zapatero. Tal vez el expresidente goce fuera de un caché que parece no tener en casa.

En todo caso, lo que una vez era sinónimo de concertación y de europeísmo –ser español- es probable que ahora sea un estigma eliminatorio. La estrategia comunicativa durante la gestión de la crisis proyecta un cierto ‘orgullo’ patrio que no gusta. La gravedad histórica de la situación, y la incapacidad de convencer como país y sociedad, han dado el golpe de gracia a una España que se erigía en Ave Fénix. De dictadura a vivero de líderes continentales. La realidad sin embargo es que España, entre otras tantísimas cosas, se ha dejado en el camino su aura europea. Esa energía, esa admiración que inspiraba, la ha heredado Polonia. La España de ayer, es la Polonia de ahora.

“No hay en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora” decía Victor Hugo. También puede valer para el nacimiento, por fin, del parlamentarismo en Europa. La respuesta se esconde en los próximos 18 meses. La sociedad española no puede permitirse quedarse atrás.

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