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‘Cásate y da la vida por ella’: entre 'El planeta de los simios' y 'Amo a Laura'

'Cásate y da la vida por ella'.

Miguel A. Ortega Lucas

Hubo una primera parte el pasado noviembre; un libro-polvareda de dimensiones bíblicas aún no disipado del todo, con flagelaciones, autos de fe, peticiones de censura, performances ad hoc y, hace bien poco, asalto de dos rombos a la web del arzobispado incluido… Pero, tras Cásate y sé sumisa, y por más que sepamos bien de las aviesas intenciones de los editores (vender libros: que hasta en la contraportada califican la nueva entrega –artistas– de obra “sutilmente polémica”), no podíamos dejar de averiguar qué es lo que la gurú Costanza Miriano tenía que aconsejar a los hombres, este otro bando de la santa cruzada que es para la autora las relaciones macho-hembra de la especie humana.

Hubiera sido injusto por nuestra parte no reseñar también Cásate y da la vida por ella. Hombres de verdad para mujeres sin miedo, imprescindible regalo para despedidas de soltero: una especie de Sexo en Nueva York narrado en off por Margaret Thatcher, un Evangelio según Sarah Palin. Sexo en Nueva York off Evangelio

Un viaje astral o compota candy-candy de clase media-alta italiana y más de 200 páginas que, afortunadamente, pueden quedarse en la mitad si el temerario lector consigue sortear todos y cada uno de los paréntesis-chascarrillos sobre la divertidísima y rabiosamente envidiable vida familiar de esta autora encantadísima de haberse conocido; y que bien pudo haberse titulado –ya puestos a llamar la atención– Cásate y reza lo que sepas, forastero.

Siete nuevas claves, siete:

1. La virilidad, muchachos. La de toda la vida. Si en la primera entrega iba la cosa de explicar a las mujeres “que se pusieran conscientemente por debajo, como unos cimientos de cemento armado” para “sacar fuera lo mejor de todos, ser el pilar de todo lo que les rodea”, se trataría ahora “de decirles a los hombres, como dijo San Pablo, ‘estad dispuestos a morir por vuestras mujeres como Cristo por la Iglesia’”.

O sea, la virilidad entendida como la disponibilidad del hombre a dar animosamente la vida, ofrecerse a recibir los golpes necesarios para defender a los que le han sido confiados”, y el matrimonio como sacerdocio para ambas partes. Porque “ése es EL tema de nuestra época: la crisis devastadora de las identidades masculina y femenina, la falta de hombres y de mujeres de verdad”.

2. Pero ¿cómo explicar verdad tan eximia a “ellos, los hombres”, si según Miriano –y como ya advertimos en la anterior autopsia– tenemos (todos) una tara evolutiva respecto al lenguaje que nos impide “hablar de verdad, intercambiar pensamientos profundos que lleguen a la mente del otro y que requieran y provoquen alguna respuesta”?…

Sólo cabía una salida: dirigirse, otra vez, a ellas, las mujeres [en una decisión que nada tendrá que ver, seguramente, con seguir la exitosa fórmula del libro anterior]. “He decidido escribir principalmente para ellas, las amigas”, aclara. “Que no se extrañe quien, por el título, se esperaba una buena reprimenda a los hombres…”.

3. Y es cierto, no hay reprimendas: ¿cómo reprender verbalmente a un cigoto mental? Lo que hay son impagables observaciones sobre los hombres, ese eslabón perdido, dignas del National Geographic, de las cuales transcribimos a continuación algunos greatest hits:

“[...] te olvidas –le dice a una presunta amiga– de que un marido no es un punto de apoyo. [...] No puedes desahogarte con él [...] porque de cualquier modo su respuesta te herirá [¿?]. En mitad de tu desahogo te dirá cosas como ‘¿De verdad que has dejado el coche en doble fila?’… Las palabras son el medio de expresión menos utilizado por mi marido, por detrás del código morse. De vez en cuando me convenzo de que ha muerto, porque no es que no me responda, sino que además desaparece… Instrucciones de uso: llama a una amiga que te quiera y que tenga paciencia, y desahógate...”.

“Si te das una vuelta por la casa de un hombre solo y no tiene comida en descomposición, yo comenzaría a preocuparme… Los que yo conozco [ah…], dejados solos, serían como animales, con tal de no planchar usarían sábanas de papel como en los hospitales…”. Porque “está claro que un hombre no afectado por desórdenes psíquicos tiene un sentido del orden de subnormal” (sic). O sea: si no es usted un guarro innato, caballero, hágaselo mirar, porque será que no hay nadie al volante.

“La sexualidad masculina, me ha explicado un sacerdote...”

Y así.

4. Una vez asumido que uno es un inútil genéticamente impedido para la higiene, hay que saber que el matrimonio (contraerlo y/o mantenerlo hasta la muerte) es siempre la solución, sea cual sea el caso: tanto si dilapidaste la pasión en un noviazgo taciturno como si te casaste por coacción, de penalti o en Las Vegas. Pero, si sólo la alianza no es suficiente, Miriano tiene un plan B: agenciarte una escopeta.

Literalmente; es lo que aconseja a un tal Andrea, a través de la esposa de éste: “No quiero decir que un hombre de verdad, para serlo, tenga que ser necesariamente un cazador, faltaría más”. Faltaría más. Pero al pobre Andrea “le hace falta una terapia de choque, porque ya no sabe qué quiere decir ser varón”, es decir, “que se enamore del ideal de morir por la familia”. Para lo cual: una escopeta… y a liarse a tiros al monte, que ya encontrará él al pérfido invasor, ya...

5. Y, sin embargo –ay–, también nuestra autora es capaz de contradecirse y confesar mundanas debilidades: “Es verdad, las mujeres siempre tienen que comprobar, muchas veces, si podrían (o hubieran podido) encontrar a alguien un poco ‘más’. Añádase ahora la lista de adjetivos que se prefiera. Profundo, noble, espiritualmente elevado pero igualmente robusto, brillante, guapo, rico pero noblemente desinteresado en cuanto al dinero… psicólogo agudo, filósofo pero igualmente un poco fontanero, estable y tranquilo pero decidido si llegara el caso, profundo conocedor de la Biblia, quizás de los textos como mínimo latinos… rudo pero enamorado, ordenado pero creativo, ebanista y filólogo…”.

La pregunta forzosa sería: si lo que en el fondo quería esta mujer era a Indiana Jones, ¿por qué se casó, según se infiere, con Manolo el del bombo?

6. Y es que anda suelto Satanás: no descansa, está ahí siempre, te está viendo, como los Reyes Magos. La perversa tentación con cuernos dispuesta a poner tu vida patas arriba en cualquier momento, no vaya a ser que te desvíes del camino (“Nunca se me ocurre pensar que mis amigas se hayan equivocado al elegir a sus maridos –es la primera duda que el divisor, el diablo, nos susurra al oído apenas puede–…”), y que puede encarnarse en la tierra, tanto a través del psicoanálisis (“Freud odia a Dios. Legitimar el inconsciente, dar libre expresión a todo lo que surge de él, equivale a entregarse a lo demoníaco”) como con eso “que se entiende por ‘educar en valores’. La idea me da la risa porque el hombre, por sí solo, es fundamentalmente malo [...] herido para siempre y marcado hasta en sus vísceras por el pecado original”.

Y es que cualquier cosa que no sean los valores cristianos, apostólicos y romanos, resulta para Miriano una suerte de salvaje intemperie moral al norte del muro (como cuando tilda de “devoción estólida” eso de creer en la Madre Tierra: nada que ver, como todo el mundo sabe, con creer en el Dios Padre de barba blanca que vive en las nubes).

7. A pesar de todo, aún puedes ver la luz, oh nihilista casquivano y picaflor. Toma los consejos que Dios te regala a través de su escriba Costanza Miriano, y que ésta traslada a su amigo Michele: “un medioman”, una “prueba viviente de la infelicidad garantizada” si uno se empeña en seguir sus “instintos, pasiones, emociones”, y va por ahí haciendo lo que le da la gana…

Escucha lo que Costanza tiene que decirte, y abandona el lado oscuro: “Me gustaría muchísimo que encontraras una muchacha que tuviera el valor de proponerte algo verdaderamente audaz, verdaderamente increíble, verdaderamente excitante [...]: la castidad prematrimonial”.

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